Los valores del cristianismo
El mexicano José Vanconcellos define la propuesta del cristianismo como “La conquista de la eternidad por el amor, eso es lo esencial de la doctrina cristiana (…) no se conforma con salvar el alma, y anhela que todo cuanto existe se llene de más vida y gloria”. M. Hernández Sánchez-Barba dice que: “existió otro modo de entender a América: como campo de una misión ecuménica española; como centro expansivo de la Philosophia Christi…”. Para Carmen Bernard y Serge Gruzinski la conquista española es “someter a los hombres y convertir las almas, y por que la cristianización no es solo cosa de ritos y de creencias, sino que entraña una modificación de las formas de vida, de los modos de ser y de las maneras de hacer”. Significa para estos autores una occidentalización por medio del cristianismo que “…pretende ser portadoras de valores y modelos fundamentalmente universales al mismo tiempo que pone en juego todos los recursos humanos, comerciales y materiales de la Europa de la época (…). Así, se reunieron las condiciones para que pudiese ponerse en marcha la uniformación de los seres humanos a escala planetaria”.
El dilema de una nueva sociedad estuvo planteado para la España del siglo XVI. No hay avance en una conquista si no existe una idea sustentadora. España la tiene en un momento culminante de su historia; la ha renovado a partir de su reforma religiosa y armonizado a través de sus pensadores.
España en su conjunto fundamenta su dominio americano por el blasón de la Fe. Su gobierno la hizo uno de los objetivos de su conquista. Su propuesta es coherente, su ejecución va a depender de la contingencia histórica, de una compleja dinámica de hechos sujeto a la frondosa multiplicidad de de interpretación racional de sus actores, embajadores de una cultura y una creencia. En la vastedad del territorio americano transitan conquistadores, colonizadores, funcionarios y clérigos; ejercen el poder político, trasladan el derecho europeo para legitimarlo; instalan el símbolo de la cruz, adoctrinan e instruyen al indígena, lo integran en comunidades según el modelo español, lo subordinan en el trabajo al mismo tiempo que intentan definir sus derechos en esa nueva sociedad. Con la perspectiva del tiempo se esclarece el acierto de la ideología religiosa implantada.
El vínculo Estado-Iglesia de los Reyes Católicos y el firme propósito de difundir la Fe en América, son las condiciones básicas para desarrollar la tarea evangélica. Cómo se lleva a cabo la misma es la gran interrogante inicial. Surge la importancia de los actores humanos e institucionales (incluyendo a la iglesia de Roma). La del indio receptor de la ideología cristiana en función de sus tradiciones religiosas y sus concepciones intelectuales sobre la trascendencia; la del medio geográfico que condiciona el acceso dl misionero, la oposición interior de los propios colonos españoles, la comunicación lenguística, la acción de “civilizar”, simultánea a la de “cristianizar” el nivel cultural del evangelizador.
La “acción de civilizar” implica el traslado de un modelo de a Europa de la Cristiandad con las singulares características españolas. Difícil le resulta a Atahualpa en la Cajamarca del Imperio Inca entender las palabras del fraile de Pizarro exigiéndole que acepte el Credo y la Biblia. La “promoción humana” acompaña, ineludiblemente a la evangelización. El esquema español en América lo podemos resumir en lo siguiente: “Al clero correspondían, además de las funciones específicamente religiosas, el estudio y la enseñanza. A los ciudadanos todas aquellas tareas que implican creación y expansión de riqueza”. (Luis Suárez Fernández). El clero es, entonces, el instrumento capital para la transformación de la sociedad indígena y por extensión el de la creación de una nueva. La Iglesia se constituye en el respaldo institucional y material (la gran cantidad de iglesias coloniales construidas es el más extraordinario testimonio de una época de introducción del cristianismo en América alimentado por el fecundo misticismo indígena y con el correr del tiempo del africano).
Principios éticos-morales regulan la vida humana de una comunidad; mujeres y hombres aspiran a trascender y a cumplir con aquellos principios que le otorga a la misma su unidad espiritual. Se amplía el espacio físico de la comunidad indígena con el nuevo credo religioso; en cierto sentido se universaliza y se estructura con autoridades eclesiásticas, jurisdicciones, órganos, sínodos, concilios (siete concilios en el siglo XVI; 214 obispos entre 1511-1600). En este contexto se articula la tarea del clérigo, quien al llegar a América ha transitado un camino de específica formación. Pertenecen en su mayoría a las órdenes regulares de San Francisco, De la Merced, Santo Domingo, San Agustín y la Compañía de Jesús en un período que se extiende entre los años de 1493 a 1566. Son sometidos a un proceso de selección y aprobación por parte del Consejo de Indias (cinco mil religiosos misioneros arribaron a América durante el siglo XVI). Los clérigos regulares son destinados a territorios misionales; y los religiosos seculares se reserva la tarea parroquial dentro de las jurisdicciones provinciales.
La tarea evangelizadora contiene una primera etapa que se extiende de 1493 hasta 1573 en donde el conquistador precede al misionero y este inicia su tarea una vez que el territorio está sometido. Los primeros centros de expansión se identifican con las provincias de La Española, Nueva España y el Perú. El misionero supera la dificultad del idioma y comienza a graficar, sistematizar en la escritura la riqueza de diferentes lenguas aborígenes. La población india disgregada y la oposición de los influyentes “chamanes” de la comunidad son neutralizadas por la decisiva participación de sus jefes asegurando la aceptación de la Fe. Enseñar es la premisa para acceder al conocimiento de la religión: “La conquista de las almas se efectuó por medio de la palabra, por la escuela, pero también por el gesto, el sonido y la imagen. Pedro de Gante había inaugurado unos talleres cerca de la capilla de San José. Ahí se formaron pintores, escultores y copistas, quienes reproducían las telas y los grabados que llegaban a Europa. Frescos pintados por los indios pronto cubrieron las paredes de los conventos y de las capillas que se edificaban en todas partes”. (Carmen Bernard). Los misioneros logran la adhesión voluntaria luego de desmontar la fuerte concepción religiosa del indio¡. En ciertas regiones se puede hablar de un sincretismo entre las diferentes creencias. Evitar la reconversión al paganismo implica una continuidad en el esfuerzo y revela la necesidad de revisar el método empleado para la conversión.
Dentro de esta dinámica surgen los grandes defensores del habitante precolombino. Bartolomé de las Casas es el referente más importante de esta primera etapa. Su propuesta configura una “ascensión a los extremos” en su disputa con el colonizador en relación a la explotación del indígena; fue en cierto sentido “la voz de la conciencia”. Una defensa tenaz atendida por los reyes españoles y estigmatizados por las potencias rivales de España en Europa: En 1522 Fray Bartolomé de las Casas publicó “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” en donde denuncia la crueldad de los españoles y los responsabiliza por el holocausto indígena. Obra hábilmente explotada por los calvinistas holandeses y la política inglesa; a partir de allí se genera una verdadera leyenda negra sobre la conquista española.