El Liberalismo – Vigencia de la doctrina liberal

En los siglos XVII y XVIII, se desarrolló la idea de que los gobiernos dependen del consentimiento de los gobernados, otorgado en un “contrato social”. Los filósofos que formularon estas bases políticas fueron, principalmente, Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques Rousseau. Más tarde, otros pensadores formularon teorías que sirvieron de base a nuevas formas de acción política. Allí destaca la visión de Marx, de los obreros uniéndose para librarse de la explotación de sus opresores, contribuyendo en la construcción del socialismo. La democracia, como sistema político, se remonta a las ciudades-estado de la antigua Grecia y logró su consagración definitiva con la Declaratoria de la Independencia, la Constitución de los Estados Unidos de 1776 y 1787 respectivamente, y la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789.

Junto a la doctrina política liberal estableciendo las bases del progreso humano, surge en el siglo XVII la teoría del Estado, como la mejor conformación de un gobierno para llevar adelante las ideas políticas que proponía el Liberalismo. John Locke a través de su obra “Dos tratados del gobierno civil”, dejó en claro que un gobierno debe tener el consentimiento de sus gobernados y respetar los derechos naturales del hombre a la vida, la libertad y la propiedad. Más tarde, Jean-Jacques Rousseau en su obra “El Contrato Social”, definió una política basada en la voluntad general y en el pueblo como depositario de la soberanía; a lo que agregó que la única forma de gobierno legal debe ser la de un Estado Democrático.

El liberalismo político, en definitiva, promueve las libertades civiles y económicas, la tolerancia en las relaciones humanas, el Estado de Derecho, la democracia representativa y la división de poderes. Para los liberales, los seres humanos son racionales y poseen derechos individuales inviolables basados en la plena libertad. El gobierno debe regular la vida pública sin interferir en la vida privada de los ciudadanos dentro del marco de un Estado de Derecho, que obliga a gobernantes y gobernados a respetar las leyes evitando el ejercicio arbitrario del poder. El profesor norteamericano John Rawls, realizó en la segunda mitad del siglo XX un completo e interesante replanteamiento de los fundamentos del liberalismo político. Dos principios básicos sostiene el mencionado autor: todo individuo tiene derecho a la máxima libertad compatible con la misma libertad de los demás, y en segundo lugar precisa que las desigualdades económicas sólo se pueden justificar en una sociedad con igualdad de oportunidades para todos.

Algunos autores liberales sostienen que el orden social no es el resultado histórico de ningún diseño deliberado, sino del fruto espontáneo de la acción humana. Es decir, entonces, que su doctrina tiene una idea de la sociedad según la cual el valor de la libertad “puede arraigar y prosperar en ella” (“Diálogo sobre el liberalismo”: Pablo Da Silveira, Ramón Díaz). El liberal quiere intervenir la realidad social que se da por su propio dinamismo. Para ello proclama grandes causas y procura su mejora; lo que rechaza por utopía es la de cambiar una sociedad por otra, una cultura por otra, como pretende el marxismo. El pensamiento liberal, si bien no intenta reemplazar el orden social como un todo, desde un modelo preestablecido, no renuncia a generar un cambio de acuerdo a la doctrina que sostiene.

Para evaluar el orden social, así como las prácticas e instituciones que  encontramos en él, existe la necesidad de hallar puntos de referencia reconocidos y respetados por los individuos y de esa forma facilitar su convivencia en la colectividad. El iusnaturalismo, por ejemplo, se funda en la idea de que existe un orden objetivo cuyo conocimiento proporciona elementos para distinguir entre lo normativamente correcto y lo normativamente incorrecto. Este orden, sostienen algunos autores, se daría en las sociedades liberales que practican la economía de mercado y respetan las libertades del individuo.

Sin embargo, lejos está la sociedad de esa armonía que puede lograrse derivando una serie de reglas que serían respetadas por la inmensa mayoría de la sociedad. Por ejemplo ¿pueden los individuos ejercer la libertad y hacerse responsable de sus acciones? o por el contrario ¿sus manifestaciones obedecen a intereses personales, muchas veces plenas demostraciones de las más despreciables conductas humanas? El filósofo alemán Immanuel Kant precisaba el alcance de lo que él llamaba  “razón práctica”, es decir, la razón que orienta nuestras acciones. El hombre adquiere un conocimiento del mundo que le permite vivir moralmente. De esta manera el hombre descubre lo moralmente correcto.

Las personas aceptan la procedencia de un derecho natural, pero también ven la necesidad de llegar a un acuerdo sobre los principios y normas que deben ser respetadas. Los acontecimientos humanos, la vida misma enseña formas de vivir que genera la necesidad de enfrentar nuevas exigencias y desafíos. Antes se aceptaba la esclavitud; más tarde se la rechazó porque violentaba la libertad del hombre como sujeto de vida.

La ortodoxia liberal proclama el estado mínimo para preservar los derechos de los individuos a la libertad, la vida, la propiedad, dentro del marco de una economía de mercado. Este sistema económico ha demostrado la capacidad de mejorar la calidad de vida de la gente; sin embargo en toda sociedad hay muchas personas que no están en condiciones de asegurarse un mínimo nivel de bienestar. Para que estas personas ejerzan sus derechos, su independencia moral, es necesario que el Estado intervenga creando las mejores condiciones para que cada miembro de la sociedad pueda alcanzar mejores niveles de bienestar. Este liberalismo igualitario que escapa a la idea de un Estado mínimo, atiende a las fallas del mercado y permite que los individuos se hagan cargo de su propia vida. La autoridad política, entonces, interviene para poner a los miembros de la sociedad en condiciones de asumir las responsabilidades que le exige el orden social.

Los liberales admiten plenamente la coexistencia social, es decir, los hombres están hechos para vivir en sociedad. Esta convivencia para un liberal está unida a la escasez moderada de recursos; los individuos asumen que algunas de sus preferencias quedarán inevitablemente insatisfechas. El liberal también acepta la diversidad de convicciones filosóficas, morales y religiosas. Es decir, no adhiere, ni promueve ninguna doctrina específica, más allá de lo que está implícito en su concepción política libremente aceptada.

Al invocar el término liberalismo nadie puede sustraerse de su parentesco con el liberalismo económico. La propuesta original proviene de Adam Smith, un profesor de ciencia moral escocés, reconocido como el teórico del liberalismo económico clásico y autor de la obra “Investigación sobre el origen y las causas de la Riqueza de las Naciones”. Smith considera que la fuente de la riqueza nacional es el trabajo humano y con él las personas logran satisfacer su sentimiento de la libertad, el deseo de propiedad y la propensión al comercio. Para él, la sociedad civil no es el resultado de un pacto o contrato social, sino la consecuencia natural de la organización del trabajo colectivo.

Opuesto a la intervención del Estado en la economía, le atribuye un conjunto de servicios y funciones que sirven para garantizar la paz, la tranquilidad y el orden de la sociedad natural, o sea, del mercado. La función más importante del Estado es la administración de la justicia. Si los hombres son dejados libres para buscar sus intereses –según Adam Smith-, las leyes naturales (la “mano invisible”) harán que se realice en la sociedad la justicia y la prosperidad.

El liberalismo político evoluciona en el tiempo y dentro de ese tránsito innumerables visiones se van agregando a sus fundamentos. Wilhelm von Humboldt (1767-1835) y Benjamin Constant (1767-1830) aportan sobre  la libertad individual y la señalan como la esencia misma de la ideología liberal; Alexis de Tocqueville (1805-1859) define a la igualdad como el valor privilegiado de la democracia y a la libertad como el ideal del orden político. Se agrega el aporte intelectual de Jeremy Bentham (1748-1832) y, John Stuart Mill (1806-1873) acerca de la democratización del liberalismo con sus propuestas de liberalismo y utilitarismo social (La mayor felicidad del mayor número, en cuanto medida de lo justo y lo injusto).

Con el apogeo del nacionalismo en la segunda mitad del siglo XIX, la Gran Guerra (1914-1918) y la crisis económica mundial de 1929, el liberalismo clásico fue puesto en duda ambientando el surgimiento del neoliberalismo. John Maynard Keynes (1883-1946) aunque mantiene los principios liberales de la propiedad privada y la iniciativa individual, considera que es el Estado la autoridad central y el actor económico determinante. Afirma que las finanzas públicas constituyen el instrumento principal para dirigir la economía, y los impuestos el medio para una redistribución equitativa de la riqueza nacional.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, la propuesta neoliberal entra en crisis y surgen los aportes del austríaco Ludwig von Mises (1887-1973) que retomando algunas tesis del liberalismo clásico, construye una visión más humanista al establecer que en el mercado hay una dependencia recíproca entre los individuos, y que en procura del bien propio se busca también el bien ajeno. Por su parte, Milton Friedmann (1912-2007) y Friedrich von Hayeck (1899-1992) proponen redimensionar el Estado puntualizando que su función debe reducirse a la defensa externa e interna y a la protección de los más débiles. Finalmente, el ya citado John Rawls, considera que la sociedad es una empresa de cooperación para el beneficio mutuo con reglas sociales compartidas por todos.

El liberalismo, en definitiva, hace de la autonomía del hombre una bandera política, económica y moral. Pone en el centro de la atención a los derechos humanos y propone, además, un sistema jurídico-institucional para salvaguardar esos derechos. En el ámbito económico esgrime como éxito el aumento de la producción, el desarrollo de la inventiva y de la iniciativa humana. Por su parte, la democracia liberal  es la manifestación político-institucional del liberalismo, y el capitalismo es el sistema económico ligado a ese modo de pensar ideológico.

 

 

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