{"id":1077,"date":"2019-06-05T20:21:27","date_gmt":"2019-06-05T20:21:27","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=1077"},"modified":"2019-06-05T20:21:30","modified_gmt":"2019-06-05T20:21:30","slug":"la-niebla","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-niebla\/","title":{"rendered":"La niebla"},"content":{"rendered":"
<\/p>\n
H<\/span>ab\u00eda escuchado la historia como Comandante de Guardia una madrugada de invierno en la Brigada A\u00e9rea ll. La seriedad del narrador, un Sargento Primero pr\u00f3ximo al retiro, me impuso una respetuosa atenci\u00f3n. A medida que desgranaba con lentitud campesina la asombrosa an\u00e9cdota, mi esp\u00edritu esc\u00e9ptico la valor\u00f3 como una f\u00e1bula contada con particular maestr\u00eda. No pude, sin embargo, evitar un breve escalofr\u00edo al notar que la voz del cuentista se quebraba por una emoci\u00f3n apenas contenida.<\/p>\n Al terminar el relato se hizo un silencio prolongado.<\/p>\n Estir\u00e1bamos las piernas hacia el gran trasfoguero que se consum\u00eda en la estufa<\/p>\n La camarader\u00eda disciplinada de las tres de la ma\u00f1ana reun\u00eda, insomnes, a un Alf\u00e9rez, un Sargento y cuatro soldados.<\/p>\n Afuera, la espesa niebla tornaba invisible las instalaciones, volv\u00eda mortecinas las potentes luces de mercurio, acallaba los pasos de los relevos desliz\u00e1ndose como sombras.<\/p>\n La misma niebla de la noche en que el peque\u00f1o Esteban hab\u00eda desaparecido.<\/p>\n Hubo otras muchas guardias pero ninguna volvi\u00f3 a tener el especial clima de aquella, la \u00faltima del Sargento Primero Eusebio Fagoaga antes de su retiro.<\/p>\n La vida de un Alf\u00e9rez reci\u00e9n recibido en la Brigada ll no difer\u00eda mucho, por los menos en aquella \u00e9poca, de la de un cadete de quinto a\u00f1o. La actividad de vuelo, te\u00f3rica y pr\u00e1ctica, era exigente. Estricto el cumplimiento de los horarios, especialmente el del briefing general a las ocho de la ma\u00f1ana donde la presencia del Jefe de Grupo intimidaba tanto a novicios como a veteranos con su severo rostro de bedel.<\/p>\n A las cinco de la tarde todo el mundo sal\u00eda en estampida para Durazno.<\/p>\n Una natural timidez, a la que yo prefer\u00eda llamar eufem\u00edsticamente, introspecci\u00f3n, me hac\u00eda permanecer la m\u00e1s de las veces en la Base. Adquir\u00ed la costumbre de hacer largas caminatas entre la hora de retirada y el crep\u00fasculo. De acuerdo a mi \u00e1nimo pod\u00eda salir directamente a las pistas atravesando la planchada del hangar nuevo o tomar el camino de la quinta que bordeaba la Base entre maizales y huertas. Cualquiera de los caminos me llevaba siempre a la tapera y el solitario omb\u00fa que la cubr\u00eda.<\/p>\n Desde all\u00ed, el extremo m\u00e1s alejado de la Base, ve\u00eda caer la tarde. Cuando el sol era apenas una l\u00ednea en el horizonte, emprend\u00eda el regreso. En ocasiones, la sensaci\u00f3n de extrema soledad y la oscuridad creciente, me hac\u00edan apresurar el paso hacia las distantes luces que empezaban a encenderse.<\/p>\n En una ocasi\u00f3n me retras\u00e9 m\u00e1s de lo debido y la noche me sorprendi\u00f3 en medio de la pista 09. A pesar de que no me quedaban m\u00e1s que unos diez minutos de marcha un desasosiego profundo me asalt\u00f3 repentinamente. Sin propon\u00e9rmelo me encontr\u00e9 recordando la fantasiosa historia de Fagoaga .<\/p>\n Cruzaba en ese momento, aunque no pod\u00eda tener certeza, la intersecci\u00f3n de pistas. El punto donde, seg\u00fan el relato, se hab\u00eda visto por \u00faltima vez al hijo del Tte. Juan Reboulaz iluminada su breve silueta por los faros y perdi\u00e9ndose luego entre la niebla.<\/p>\n Percib\u00ed muy cerca una sucesi\u00f3n de apagados y r\u00e1pidos golpes que parec\u00edan acercarse por detr\u00e1s de m\u00ed. Gir\u00e9 r\u00e1pidamente hacia la negrura que me rodeaba, sent\u00ed un imperceptible roce sobre el dorso de mi mano izquierda y los golpes que parecieron alejarse tan r\u00e1pido como vinieron.<\/p>\n Hoy, cuarenta y seis a\u00f1os despu\u00e9s de ocurrido el incidente, no puedo afirmar que uno de esos peque\u00f1os roedores que abundan en el campo, provocara el ruido que me sobresaltara. No tengo explicaci\u00f3n para el roce sobre mi mano, pero seguramente, mi excitado estado emocional, pudo imaginarlo.<\/p>\n Pero entonces no lo cre\u00ed as\u00ed. Presa del p\u00e1nico corr\u00ed hasta las luces de mercurio y no me detuve hasta llegar al pie de la Torre de Control.<\/p>\n Me cuid\u00e9 mucho de comentar a mis camaradas lo ocurrido aquella noche. Todos conoc\u00edan la leyenda tejida alrededor del accidente del Tte. Reboulaz pero, al parecer, a nadie le impresionaba el cuento trasnochado del \u201cviejo\u201d Fagoaga que ven\u00eda repitiendo toda vez que una nueva promoci\u00f3n de oficiales se presentaba en Durazno<\/p>\n Pero a mi s\u00ed.<\/p>\n Durante los vuelos de entrenamiento instrumental esperaba con ansia el momento que mi Instructor daba por finalizada la lecci\u00f3n y me autorizaba a retirar la capota. Sab\u00eda exactamente donde estaba la casa que hab\u00eda pertenecido a Reboulaz. Apenas sobrevolado el viejo puente de hierro, un poco a la derecha, aparec\u00eda la modesta construcci\u00f3n. Un techo de quincha a dos aguas bajo la sombra de un frondoso sauce.<\/p>\n Apenas unos segundos mientras el T-6 G, con \u201ctodo abajo\u201d\u201d, enfilaba hacia la ancha cabecera de la cero nueve<\/p>\n Aunque mantuve la rutina de mis largas caminatas nunca dej\u00e9 que la noche me sorprendiera lejos de las edificaciones.<\/p>\n Por el camino de la chacra me encontr\u00e9 una tarde de oto\u00f1o con el Sub Oficial Pr\u00f3spero Meneses.<\/p>\n Encargado de Chacras y Afines.<\/p>\n Alto, tostado por el sol, de pelo blanco y ojos azules, Meneses era el m\u00e1s antiguo Sub Oficial de la Brigada y el m\u00e1s respetado.<\/p>\n . Botas de goma y overol azul. La \u00fanica prenda militar que usaba era un deste\u00f1ido pol\u00ed siempre echado para atr\u00e1s como un sombrero. Cuando nos cruz\u00e1bamos con el se paraba firme y hac\u00eda el saludo a la manera francesa exhibiendo la curtida palma de su mano.<\/p>\n Decid\u00ed hablarle acerca de la historia contada por Fagoaga . Mi inquietud sobre el tema se hab\u00eda incrementado a partir de la experiencia vivida una semana atr\u00e1s y amenazaba con convertirse en obsesi\u00f3n.<\/p>\n Nos acomodamos en improvisados asientos de bolsas de raci\u00f3n a un costado del cobertizo de herramientas y enseres de labranza.<\/p>\n – Mi Sub Oficial- empec\u00e9 con cierta cortedad-usted sabe\u2026me refiero al accidente de Reboulaz\u2026quer\u00eda saber\u2026porque\u2026bueno, me llam\u00f3 mucho la atenci\u00f3n el cuento del Sargento Fagoaga\u2026en fin\u2026pens\u00e9 que usted\u2026<\/p>\n Me dej\u00f3 hablar. No sin esfuerzo evit\u00e9 contarle el extra\u00f1o suceso que hab\u00eda alterado mi \u00e1nimo, aunque a punto estuve de hacerlo. Cuando me detuve, atribulado por mis propias palabras que se me antojaron lamentablemente pueriles, Meneses me dijo:<\/p>\n -Perd\u00f3neme que lo corrija\u2026mi Alf\u00e9rez\u2026no es ning\u00fan cuento\u2026Fagoaga estuvo all\u00ed, apostado en el rond\u00edn del hangar nuevo\u2026y yo tambi\u00e9n-agreg\u00f3-solo que estaba en mi hora de descanso en el Cuerpo de Guardia.<\/p>\n A medida que hablaba sent\u00eda recuperar, lentamente, el sosiego perdido. En realidad era esa la respuesta que esperaba, cualquiera otra me hubiera sumido en un desaliento profundo. Por alguna raz\u00f3n y pese a mi escepticismo, quer\u00eda creer la inveros\u00edmil historia.<\/p>\n Y la voz cadenciosa de Meneses, llev\u00e1ndome a una noche, temible y lejana, poblada de fantasmas.<\/p>\n El Alf.( PAM) Juan Reboulaz era alto y desgarbado, un tipo grandote de andar cansino y mirada mansa e inteligente. Se hab\u00eda casado dos d\u00edas despu\u00e9s de recibir su despacho y era el \u00fanico de su tanda, todos solteros, que no vivir\u00eda en la Brigada.<\/p>\n Hab\u00eda alquilado una peque\u00f1a casa construida en piedra y techo de quincha. La sombra de un sauce. Un aljibe. Dos antiguos bancos de madera. Uno de ellos en el extremo del predio cubierto de c\u00e9sped. Desde all\u00ed, en amplia perspectiva, las pistas, la torre de control, el enorme tetraedro indicador del viento.<\/p>\n Los aviones pasaban muy cerca en la aproximaci\u00f3n final. Era posible, incluso, reconocer a los pilotos dentro de sus cabinas abiertas. Atentos a la velocidad y la altura. La mirada en la cercana cabecera de pista.<\/p>\n Durante el primer a\u00f1o, Juan, liberado de la capota y en manos de su instructor la \u00faltima parte del vuelo, saludaba con el brazo en alto a la peque\u00f1a figura de su mujer, Ana Laura, que le respond\u00eda moviendo los suyos con infantil alegr\u00eda.<\/p>\n Un a\u00f1o despu\u00e9s, ya instructor de vuelo, le har\u00eda se\u00f1ales con los faros de aterrizaje o con un ligero batir de alas para que lo reconocieran.<\/p>\n Una diminuta figura se sumaba al ef\u00edmero paisaje. Su hijo Esteban.<\/p>\n Crecido en ese mundo m\u00e1gico de enormes y ruidosos aviones a los que su padre trepaba todos los d\u00edas, la natural imaginaci\u00f3n del ni\u00f1o, crec\u00eda fecunda.<\/p>\n Y la promesa, tantas veces, repetida que alg\u00fan d\u00eda lo llevar\u00eda con el, calmando la inocente y llorosa s\u00faplica.<\/p>\n Durante los cuatro a\u00f1os que llevaba en la Brigada, muchos hab\u00edan sido los pedidos de los Grupos T\u00e1cticos para que, el ahora Tte. Reboulaz, se incorporara a sus cuadros.<\/p>\n Pero eso no ocurrir\u00eda nunca.<\/p>\n Aquel invierno fue uno de los m\u00e1s duros que se recuerdan.<\/p>\n Los aviones iban y ven\u00edan. Aparec\u00edan desde el grueso tel\u00f3n de nubes bajas roncando quejosos con la pesada r\u00e9mora de sus trenes extendidos. Tocaban sobre pistas encharcadas, carreteaban a fuerza de \u201cmotorazos\u201d, salpicados de barro y agua llegaban a la l\u00ednea.<\/p>\n Ateridos, instructores y alumnos se apresuraban a Operaciones en busca del mate reparador y un cigarrillo.<\/p>\n En la tibia casa de piedra y quincha, Esteban estaba resfriado y con alg\u00fan quinto de fiebre. A pesar de ello, y a la severa prohibici\u00f3n de Ana Laura de salir afuera, el ni\u00f1o siempre encontraba la oportunidad de hacerlo. Esperaba junto al banco el pasaje de su padre. Cuando la impenetrable llovizna ca\u00eda sorpresiva tornando invisible los contornos, el miraba hacia el ruido. El enorme T-6 surg\u00eda m\u00e1s grande que nunca casi rozando los techos encendidos fugazmente por dos golpes de potente luz.<\/p>\n La tarde que la sirena elev\u00f3 su funesto lamento desde la Torre de Control, el cielo sobre la Base estaba despejado.<\/p>\n Las nubes de tormenta como concediendo una tregua, permanec\u00edan inm\u00f3viles en el cercano horizonte.<\/p>\n Uno tras otro los aviones en r\u00e1pida sucesi\u00f3n fueron regresando.<\/p>\n Esteban los vio pasar con ingenuo entusiasmo.<\/p>\n Ninguno de ellos alabe\u00f3 sus alas. Ninguno de ellos encendi\u00f3 sus luces.<\/p>\n Cuando se hizo el silencio cayeron las primeras gotas.<\/p>\n Y llovi\u00f3 y llovi\u00f3 casi eternamente.<\/p>\n Los campos se llenaron de agua, intransitables los caminos, peligrosas las pistas que obligaron a suspender los vuelos.<\/p>\n En la casa se retrasaba la partida.<\/p>\n Esteban, permanec\u00eda en cama. La fiebre no ced\u00eda. El resfr\u00edo inicial amenazaba con transformarse en congesti\u00f3n y el m\u00e9dico hab\u00eda decidido internarlo.<\/p>\n La noche de la v\u00edspera ces\u00f3 de llover y la niebla densa y helada volvi\u00f3 por sus fueros.<\/p>\n A las tres de la madrugada el Sdo. de segunda Eusebio Fagoaga, reci\u00e9n terminado su curso de recluta, proced\u00eda a relevar en el rond\u00edn Hangar Nuevo a su amigo, Pr\u00f3spero Meneses.<\/p>\n Ambos cumpl\u00edan su primera guardia.<\/p>\n Con exagerada marcialidad, propia de reclutas, intercambiaron consignas.<\/p>\n Los pasos invisibles de Meneses alej\u00e1ndose sobre el pedregullo.<\/p>\n Como a muchos hombres de campa\u00f1a, a Fagoaga no le gustaba estar solo en medio del campo en plena noche. Cada poco tiempo se acercaba a una de las borrosas luces de mercurio y miraba su reloj.<\/p>\n Los minutos no pasaban nunca<\/p>\n Cuando oy\u00f3 la voz por primera vez, no supo precisar de donde ven\u00eda. Sin duda era la voz de una mujer. Parec\u00eda buscar a alguien perdido. La llamada volvi\u00f3 a repetirse una y otra vez. Fagoaga camin\u00f3 hacia el campo abandonando la relativa iluminaci\u00f3n de la planchada.<\/p>\n Y otra vez, ahora muy pr\u00f3ximo, el grito angustiado:<\/p>\n – \u00a1Esteban\u2026Esteban\u2026chiquito\u2026.donde est\u00e1s…\u00a1<\/p>\n La niebla, como un encaje de infinitas gotas, lo cegaba. Perdido en esa lechosa oscuridad sinti\u00f3 los peque\u00f1os y apresurados pasos que se acercaban chapoteando sobre la pista..<\/p>\n Un roce fugaz. Una sombra peque\u00f1a corriendo hacia quien sabe donde.<\/p>\n El miedo eriz\u00f3 sus cabellos. Y vio, detr\u00e1s de los potentes faros de aterrizaje, la oscura mole del avi\u00f3n aproxim\u00e1ndose vertiginoso.<\/p>\n En medio de un paisaje evanescente se detuvo. La alta silueta del piloto abandon\u00f3 la cabina. Camin\u00f3 unos pasos hacia el ni\u00f1o que llegaba y estrech\u00e1ndolo contra su pecho lo llev\u00f3 con el.<\/p>\n El potente ronquido del motor acelerando. La h\u00e9lice que desata un torbellino helado.<\/p>\n Despu\u00e9s todo fue niebla y silencio.<\/p>\n Con las \u00faltimas luces de la tarde la bicicleta se perdi\u00f3 camino abajo. Como todos los d\u00edas desde hac\u00eda veinte a\u00f1os Meneses pedaleaba rumbo a su casa.<\/p>\n Me qued\u00e9 solo en la oscuridad creciente.<\/p>\n <\/p>\n <\/p>\n Elbio Firpo.<\/p>\n Marzo del 2010<\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/strong><\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":" Hab\u00eda escuchado la historia como Comandante de Guardia una madrugada de invierno en la Brigada A\u00e9rea ll. La seriedad del narrador, un Sargento Primero pr\u00f3ximo al retiro, me impuso una respetuosa atenci\u00f3n. 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