{"id":1246,"date":"2019-09-25T11:41:16","date_gmt":"2019-09-25T11:41:16","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=1246"},"modified":"2019-09-25T11:41:18","modified_gmt":"2019-09-25T11:41:18","slug":"el-corrector-andres-rivera","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/el-corrector-andres-rivera\/","title":{"rendered":"El corrector – Andr\u00e9s Rivera"},"content":{"rendered":"
Ella y yo trabaj\u00e1bamos en una editorial de capitales europeos, y que se preciaba de haber publicado la primera Biblia que usaron los jesuitas en tierras de M\u00e9xico.<\/p>\n<\/div>\n
A la hora del almuerzo, ella y yo nos qued\u00e1bamos solos. Los otros correctores, la cart\u00f3grafa (\u00bfera una sola?), las tipeadoras, las mujeres de dedos veloc\u00edsimos de la oficina de cobranzas, las secretarias de los gerentes, sal\u00edan a ocupar sus mesas en los bodegones que abundaban por los alrededores de la empresa y, sentados, ped\u00edan ensaladas ligeras y Coca-Cola.<\/p>\n
Ella, a esa hora, extra\u00eda, de su bolso, revistas en las que aparec\u00edan figuras ululantes con nombres que, probablemente, castigaban algo m\u00e1s que mi ignorancia de hombre cercano a las edades de la vejez.<\/p>\n
Ella, a esa hora, escup\u00eda, en una caja de cart\u00f3n depositada al pie de su escritorio, un chicle que mastic\u00f3 durante toda la ma\u00f1ana y suplantaba el chicle por un s\u00e1ndwich triple de miga, jam\u00f3n cocido y queso.<\/p>\n
Tambi\u00e9n cruzaba las piernas y un zapato se balanceaba en la punta del pie de la pierna cruzada sobre la otra.<\/p>\n
Ese viernes, ella llevaba puesto un walkman.<\/p>\n
Yo no mir\u00e9 su cara en el mediod\u00eda de ese viernes de un julio hu\u00e9rfano de alegr\u00eda: mir\u00e9 un fino hilo de metal que brillaba un poco m\u00e1s arriba de la leve tapa de su cabeza, y despu\u00e9s mir\u00e9 su cabeza, y mir\u00e9 su largo y lacio pelo rubio.<\/p>\n
Dej\u00e9 de suprimir gerundios aborrecibles en el original de una novela que llevaba vendidos quince mil ejemplares de su primera edici\u00f3n, antes de que la novela y los gerundios que sobrevivir\u00edan a las infecundas expurgaciones de la correcci\u00f3n se publicaran, y cuyo autor, la cotizaci\u00f3n m\u00e1s alta de la narrativa nacional, es un hombre que ama el vino y el boxeo, y aprecia las bromas inteligentes, y camin\u00e9 hasta el escritorio de ella. Y cuando llegu\u00e9 hasta el escritorio de ella, mir\u00e9, por encima de la cabeza de ella, y de la corta antena de su walkman, el cielo de ese mediod\u00eda de viernes. Mir\u00e9, por las anchas ventanas de la sala vac\u00eda y silenciosa, el cielo gris, y alg\u00fan techo desolado, y unas s\u00e1banas puestas a secar que bat\u00edan el aire fr\u00edo y violento.<\/p>\n
Me agach\u00e9, y agachado, me arrastr\u00e9 debajo de su escritorio, y all\u00ed, en una tibieza polvorienta, hincado, le acarici\u00e9 el empeine del pie, el tal\u00f3n y los dedos del pie, por encima de la seda negra de la media. Ese ablandamiento de una elasticidad tensa y fr\u00eda dur\u00f3 lo que ella quiso que durase.<\/p>\n
La calc\u00e9 y, despu\u00e9s, me puse de pie, y frente a ella, le pregunt\u00e9, en voz baja, si la hab\u00eda molestado.<\/p>\n
Ella me mir\u00f3. Y sus labios, empastados con manteca y queso de m\u00e1quina, me prometieron un invierno interminable.<\/p>\n
\u2014Hacelo otra vez \u2014dijo, y le brillaron los dientes empastados, ellos tambi\u00e9n, todav\u00eda, con miga, manteca y queso de m\u00e1quina.<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"
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