{"id":1394,"date":"2019-11-21T12:55:58","date_gmt":"2019-11-21T12:55:58","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=1394"},"modified":"2019-12-02T13:06:07","modified_gmt":"2019-12-02T13:06:07","slug":"la-puerta-de-roble-elbio-firpo","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-puerta-de-roble-elbio-firpo\/","title":{"rendered":"La puerta de roble – Elbio Firpo"},"content":{"rendered":"
E<\/span>l sue\u00f1o era recurrente. Se encontraba frente a una puerta de roble a pocos cent\u00edmetros de su rostro. La puerta no ten\u00eda cerrojo, ni pestillos y eran in\u00fatiles los esfuerzos que hiciera con sus manos para intentar abrirla. El miedo inicial se transformaba en p\u00e1nico.<\/p>\n Gritaba y golpeaba con desesperaci\u00f3n creciente la pulida superficie apenas iluminada por una luz\u00a0 ambigua.<\/p>\n Entonces en el colmo de su angustia llegaba la voz de su madre y sent\u00eda la leve presi\u00f3n de su mano apoyarse en su hombro como una caricia.<\/p>\n Y despu\u00e9s lo abrazaba tiernamente como si Atilio, en lugar de cuarenta a\u00f1os solo tuviera cuatro.<\/p>\n Madre e hijo viv\u00edan juntos desde siempre. Su temprana viudez acentu\u00f3 el v\u00ednculo y los a\u00f1os pasaron, ella se hizo vieja y \u00e9l se detuvo en una larga adolescencia.<\/p>\n Los sue\u00f1os hab\u00edan comenzado poco despu\u00e9s de morir su padre. Ten\u00eda entonces diecinueve\u00a0 a\u00f1os. Al principio fueron muy breves, aunque es imposible calcular la duraci\u00f3n de un sue\u00f1o. Con el correr del tiempo, la\u00a0 pesadilla parec\u00eda prolongarse y la voz de su madre \u00a0demorarse hasta la desesperaci\u00f3n.<\/p>\n Se despertaba con los ojos muy abiertos, sudoroso y agitado y despu\u00e9s de reconocer a su madre recuperaba lentamente la calma.<\/p>\n Por supuesto que el hecho hab\u00eda preocupado desde el principio a Atanasia\u00a0 que llev\u00f3 a Atilio a que lo viera el doctor Rosendo Mendez, que era a su vez due\u00f1o de la \u00fanica \u201cdroguer\u00eda\u201d del pueblo. Cuatro kil\u00f3metros separaban la granjita donde viv\u00edan de la peque\u00f1a poblaci\u00f3n que languidec\u00eda al borde de la carretera interestatal. La distancia la recorr\u00eda habitualmente Atanasia en un viejo Chevrolet del 38 heredado de su esposo, qui\u00e9n , precavidamente, hab\u00eda insistido en que aprendiera a manejarlo.<\/p>\n A\u00f1os despu\u00e9s ser\u00eda Atilio el que se trasladara a su trabajo en una modesta oficina de fomento ganadero que un amigo de su padre, m\u00e1s por consideraci\u00f3n que por necesidad, lo ten\u00eda como \u00fanico empleado.<\/p>\n Las primeras visitas al Dr. Mendez fueron amablemente extensas y exhaustivos los ex\u00e1menes practicados al entonces p\u00faber, en el improvisado consultorio ubicado al fondo de la droguer\u00eda.<\/p>\n Es posible, que la entonces joven viuda, apenas entrecana y con grandes ojos azules, motivara al galeno a esforzarse en el estudio.<\/p>\n Las insistencia de Atanasia en recurrir al profesional cada vez que Atilio era presa de la pesadilla, y acaso la certeza del Dr. Mendez de la inutilidad de sus esfuerzos, sabiamente escondidos, en despertar cierta admiraci\u00f3n en la angustiada madre, lo decidieron a formular un diagn\u00f3stico que limitara sus visitas.<\/p>\n Estimada Atanasia- explicaba \u2013 el pobre Atilio ha sufrido mucho la p\u00e9rdida de su padre. De hecho no ha superado el duelo a pesar del tiempo transcurrido.<\/p>\n Creo que debemos esperar una mejor\u00eda que no ser\u00e1 inmediata. Paciencia. Conf\u00edo en que la medicaci\u00f3n que le he indicado apresure su recuperaci\u00f3n. No desesperar. Las pesadillas ir\u00e1n remitiendo. No son m\u00e1s que el reflejo de un profundo dolor.<\/p>\n Pero doctor- insisti\u00f3 Atanasia con sorpresa y un moderado tono de indignaci\u00f3n- No son solo las pesadillas las que me preocupan. Hace tiempo que controlo su sue\u00f1o sin que \u00e9l lo advierta. Me asusta la absoluta rigidez de su cuerpo y su extrema palidez. En ocasiones acerco mi rostro al suyo y lo beso en la mejilla. He dejado de hacerlo. Un frio intenso, como de m\u00e1rmol-Dios me perdone- me atraviesa el cuerpo.<\/p>\n En ocasiones he intentado despertarlo apoyando mis manos sobre sus hombros y sacudiendo su cuerpo in\u00fatilmente. Pero lo peor de todo, Doctor- concluy\u00f3 Atanasia emocionalmente destrozada- es que no puedo siquiera percibir su respiraci\u00f3n.<\/p>\n En tanto hablaba abri\u00f3 la puerta del consultorio y se\u00f1alando a Atilio que esperaba en un estrecho corredor entre cajones-le dijo al o\u00eddo- d\u00edgame Atanasia, \u00bf Le parece que ese muchachote que tiene por hijo no respira?<\/p>\n Despu\u00e9s los despidi\u00f3 con una sonrisa. Respir\u00f3 hondo y volvi\u00f3 al mostrador de la droguer\u00eda.<\/p>\n La sorpresiva muerte de Atanasia pocos meses despu\u00e9s caus\u00f3 una sincera consternaci\u00f3n entre sus \u00a0amigos y conocidos.<\/p>\n Pero al entierro fueron muy pocos.<\/p>\n Desde la breve colina donde se extend\u00eda el sencillo y descuidado cementerio se columbraba la peque\u00f1ez del pueblo.<\/p>\n Un par de autos, una camioneta rural y el montoncito de gente que rodeaba a Atilio que se fue dispersando a medida que ca\u00eda la tarde.<\/p>\n Atilio sigui\u00f3 con su cronometrada vida. Part\u00eda a la ma\u00f1ana con el viejo Chevrolet y regresaba a la tarde.<\/p>\n Si algo hab\u00eda cambiado desde la muerte de su madre nadie podr\u00eda saberlo. Las pesadillas parec\u00edan haber remitido definitivamente. El propio doctor Mendez lo hab\u00eda confirmado en oportunidad de un encuentro casual. Tal como yo se lo hab\u00eda dicho a la finada Atanasia- comentaba en rueda de amigos- en descarado autoelogio.<\/p>\n El d\u00eda que\u00a0 se cumpl\u00edan cuatro meses de la muerte de Atanasia, Atilio lleg\u00f3 a su casa a la ca\u00edda de la tarde.<\/p>\n Repas\u00f3 el ajado diario que hab\u00eda tra\u00eddo de la oficina y prepar\u00f3 la frugal cena de costumbre, en la ocasi\u00f3n\u00a0 fideos secos servidos con aceite de oliva y abundante queso, una manzana verde y una taza de te.<\/p>\n Se acost\u00f3 temprano, en pleno invierno y a las ocho ya era noche cerrada.<\/p>\n Apag\u00f3 las pocas luces de la vivienda excepci\u00f3n hecha de una peque\u00f1a veladora que iluminaba apenas la mesita de noche. \u00a0Hab\u00eda adquirido la costumbre desde la muerte de su madre. Sobre la hipn\u00f3tica luz fijaba su mirada y se sum\u00eda en un sue\u00f1o reparador sin pesadillas.<\/p>\n Esa noche, sin embargo, despert\u00f3 a una hora incierta y sus ojos se abrieron a la m\u00e1s inconcebible oscuridad que pudiera imaginarse.<\/p>\n Su inmediata reacci\u00f3n fue tender el brazo hacia la invisible mesa de noche en busca de la perilla de la veladora. Pero su brazo apenas lleg\u00f3 a moverse detenido por un obst\u00e1culo insalvable. Lo mismo ocurri\u00f3 con su otro miembro. En la sorpresa horripilante que no quer\u00eda descubrir, llev\u00f3 ambas manos hacia arriba y fueron detenidas por la tapa infame que durante a\u00f1os hab\u00eda confundido con una puerta sin pestillo y sin cerrojos.<\/p>\n Y despu\u00e9s lo invadi\u00f3 el profundo y h\u00famedo olor de la tierra reci\u00e9n excavada.<\/p>\n Elbio Firpo<\/p>\n Noviembre del 2009<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":" El sue\u00f1o era recurrente. 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