{"id":1726,"date":"2020-06-11T16:21:57","date_gmt":"2020-06-11T16:21:57","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=1726"},"modified":"2021-08-08T19:03:55","modified_gmt":"2021-08-08T19:03:55","slug":"la-araucaria-juan-carlos-onetti","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-araucaria-juan-carlos-onetti\/","title":{"rendered":"La araucaria – Juan Carlos Onetti"},"content":{"rendered":"
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El padre Larsen baj\u00f3 de la mula cuando esta se neg\u00f3 a trepar por la calle empinada del villorrio. Vest\u00eda una sotana que hab\u00eda sido negra y ahora se inclinaba decidida a un verde botella, hijo de los a\u00f1os y de la indiferencia. Continu\u00f3 a pie, deteni\u00e9ndose cada media cuadra para respirar con la boca entreabierta y dici\u00e9ndose que deb\u00eda dejar de fumar. Con la peque\u00f1a maleta negra que conten\u00eda lo necesario para salvar las almas que estaban a punto de apartarse del cuerpo y huir del sufrimiento y la inmediata podredumbre. No lo preced\u00eda un monaguillo con una campanilla, nadie agitaba una vinagrera, nadie rezaba, salvo \u00e9l durante cada descanso.<\/p>\n

La peque\u00f1a casa pintada de un sucio blanco estaba emparedada por otras dos, casi iguales, y las tres se abr\u00edan al camino de tierra dura por puertas hostiles y estrechas.<\/p>\n

Le abri\u00f3 un hombre de a\u00f1os indiscernibles, con alpargatas y bombachones blancos. Se persign\u00f3 y dijo:<\/p>\n

-Por aqu\u00ed, padre.<\/p>\n

Larsen sinti\u00f3 la frescura de la pieza encalada y casi olvid\u00f3 el sol agresivo de las calles mal hechas.<\/p>\n

Ahora estaba en una habitaci\u00f3n pobre de muebles, en una cama matrimonial una mujer se retorc\u00eda y variaba del llanto a la risa desafiante. Despu\u00e9s llegaron palabras, frases incomprensibles que atravesaban el silencio, la moment\u00e1nea quietud del sol, buscando llegar a las sombras que se hab\u00edan aproximado.<\/p>\n

Un silencio, un mal olor persistente, y de pronto la mujer agonizante trat\u00f3 de levantar la cabeza; lloraba y re\u00eda. Se aquiet\u00f3 y dijo:<\/p>\n

-Quiero saber si usted es cura.<\/p>\n

Larsen pase\u00f3 las manos por la sotana, para mostrarla, para saber \u00e9l mismo que segu\u00eda enfundado en ella, Mostr\u00f3 al aire -porque ella ten\u00eda muy abiertos los ojos y solo miraba la pared blanca opuesta a su muerte- mostr\u00f3 estampas de bruscos colores desle\u00eddos, medallas peque\u00f1as de plomo, achatadas por los a\u00f1os, serenas algunas, tr\u00e1gicas otras con desnudos corazones asomando exagerados en pechos abiertos.<\/p>\n

Y de pronto la mujer grit\u00f3 el principio de la confesi\u00f3n salvadora. El padre Larsen la recuerda as\u00ed:<\/p>\n

-Con mi hermano desde mis trece a\u00f1os, \u00e9l era mayor, jod\u00edamos toda la tarde de primavera y verano al lado de la acequia debajo de la araucaria y solo Dios sabe qui\u00e9n empez\u00f3 o si nos vino la inspiraci\u00f3n en conjunto. Y jod\u00edamos y jod\u00edamos porque, aunque tenga cara de santo, termina y vuelve y no se cansa nunca, y d\u00edgame qu\u00e9 m\u00e1s quer\u00eda yo.<\/p>\n

El hermano se apart\u00f3 de la pared, dijo no con la cabeza y adelant\u00f3 una mano hacia la boca de su hermana, pero el cura lo detuvo y susurr\u00f3:<\/p>\n

-D\u00e9jala mentir, deja que se alivie. Dios escucha y juzga.<\/p>\n

Aquellas palabras hab\u00edan agregado muy poco a su colecci\u00f3n. Ten\u00eda ya varios incestos, inevitables en el poblacho despojado de hombres que se llev\u00f3 la guerra o la miseria; pero tal vez ninguno tan tenaz y reiterado, casi matrimonial. Quer\u00eda saber m\u00e1s y murmur\u00f3 convincente: \u201ces la vida, el mundo, la carne, hija m\u00eda\u201d.<\/p>\n

Ahora ella volv\u00eda a dilatar los ojos perdi\u00e9ndose en la pausa protectora de la pared encalada. Volvi\u00f3 a re\u00edr y a llorar sin l\u00e1grimas como si llanto y risa fueran sonidos de palabras y graves confidencias. Larsen supo que no estaba moribunda ni se burlaba. Estaba loca y el hermano, si era el hermano, vigilaba su locura con una r\u00edgida cara de madera.<\/p>\n

Equivoc\u00e1ndose, orden\u00f3 padrenuestros y avemar\u00edas y, como en el pasado, vacil\u00f3 con el viejo asco mientras se inclinaba para bendecir la cabeza de pelo h\u00famedo y entreverado; no pudo ni quiso besarle la frente.<\/p>\n

Oy\u00f3 mientras sal\u00eda guiado por el impasible hermano:<\/p>\n

-Cuando otra vez me vaya a morir, lo llamo y le cuento lo del caballo y la sillita de orde\u00f1ar. \u00c9l me ayud\u00f3, pero nada.<\/p>\n

En la calle, bajo la blancura empecinada del sol, la mula restregaba el hocico en las piedras buscando, en vano, mordiscar.<\/p>\n

Al regreso, de retorno al corral, la bestia trot\u00f3 d\u00f3cil y apresurada mientras el padre Larsen, sin abrir el quitasol rojo, hac\u00eda balance de lo obtenido y aguardaba, esperanzado, a que llegara la segunda agon\u00eda de la mujer.<\/p>\n

El padre Larsen busc\u00f3 sin encontrar ninguna araucaria.<\/p>\n

FIN<\/p>\n<\/div>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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