{"id":2080,"date":"2021-01-18T12:18:00","date_gmt":"2021-01-18T12:18:00","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=2080"},"modified":"2021-01-18T12:18:00","modified_gmt":"2021-01-18T12:18:00","slug":"la-biblioteca-de-alejandria","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-biblioteca-de-alejandria\/","title":{"rendered":"LA BIBLIOTECA DE ALEJANDR\u00cdA"},"content":{"rendered":"

D<\/span>esde los primeros siglos de la escritura hasta la Edad Media la norma era leer en voz alta, para uno mismo o para otros, y los escritores pronunciaban la frase a medida que las escrib\u00edan escuchando as\u00ed su musicalidad. Los libros no eran una canci\u00f3n que se cantaba con la mente, como ahora, sino una melod\u00eda que saltaba a los labios y sonaba en voz alta. El lector se convert\u00eda en el int\u00e9rprete que le prestaba sus cuerdas vocales. Un texto escrito se entend\u00eda como una partitura muy b\u00e1sica y por eso aparec\u00edan las palabras una detr\u00e1s de la otra en una cadena continua sin separaciones ni signos de puntuaci\u00f3n \u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0\u2013hab\u00eda que pronunciarlas para entenderlas-. Sol\u00eda haber testigos cuando se le\u00eda un libro. Eran frecuentes las lecturas en p\u00fablico, y los relatos que gustaban iban de boca en boca. No hay que imaginar los p\u00f3rticos de las bibliotecas antiguas en silencio, sino invadidos por las voces y los ecos de las p\u00e1ginas. Salvo excepciones, los lectores antiguos no ten\u00edan la libertad de la que hoy se disfruta para leer a gusto las ideas o las fantas\u00edas escritas en los textos, para parar a pensar o a so\u00f1ar despierto cuando se quiera, para elegir y ocultar lo que se elige, para interrumpir o abandonar, para crear propios universos. Esta libertad individual, es una conquista del pensamiento independiente frente al pensamiento tutelado, y se ha logrado paso a paso a lo largo del tiempo.<\/p>\n

Quiz\u00e1s por esa raz\u00f3n, los primeros en leer en silencio, en conversaci\u00f3n muda con el escritor, llamaron poderosamente la atenci\u00f3n. En el siglo IV, Agust\u00edn se qued\u00f3 tan intrigado al ver leer de esta forma al obispo Ambrosio de Mil\u00e1n, que lo anot\u00f3 en sus Confesiones. <\/em>Era la primera vez que alguien hac\u00eda algo as\u00ed delante de \u00e9l. Es obvio que le pareci\u00f3 algo fuera de lo corriente. Al leer \u2013nos cuenta con extra\u00f1eza-, sus ojos transitan por las p\u00e1ginas y su mente entiende lo que dicen, pero su lengua calla. Agust\u00edn se da cuenta que ese lector no est\u00e1 a su lado a pesar de su gran proximidad f\u00edsica, sino que se ha escapado a otro mundo m\u00e1s libre y fluido elegido por \u00e9l, est\u00e1 viajando sin moverse y sin revelar a nadie donde encontrarlo. Ese espect\u00e1culo le resultaba desconcertante y le fascinaba. Ese tipo de lector desciende de una genealog\u00eda de innovadores. Ese di\u00e1logo silencioso, libre y secreto es una asombrosa invenci\u00f3n.<\/p>\n

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La \u00e9poca dorada de la Biblioteca y Museo de Alejandr\u00eda (Instituida en el siglo III a.\u00a0C. en el complejo palaciego de la ciudad de\u00a0Alejandr\u00eda\u00a0durante el periodo helen\u00edstico\u00a0del\u00a0Antiguo Egipto), coincide con el reinado en Egipto de los cuatro primeros Ptolomeos. En los oasis entre batallas y conspiraciones de corte, todos ellos disfrutaron de la compa\u00f1\u00eda\u00a0 un tanto exc\u00e9ntrica de su particular colecci\u00f3n de sabios. Ten\u00edan aficiones intelectuales: Ptolomeo I quiso ser historiador de la gran aventura que hab\u00eda vivido y escribi\u00f3 una cr\u00f3nica de las conquistas de Alejandro; Ptolomeo II se interes\u00f3 por la zoolog\u00eda; Ptolomeo III, por la literatura; y Ptolomeo IV era dramaturgo en su tiempo libre. Despu\u00e9s, el entusiasmo fue decayendo poco a poco y la espl\u00e9ndida Alejandr\u00eda, empez\u00f3 a agrietarse ligeramente. De Ptolomeo X se cuenta que sufri\u00f3 apuros econ\u00f3micos, y para pagar el salario a sus soldados, orden\u00f3 sustituir el sarc\u00f3fago de oro de Alejandro por un ata\u00fad m\u00e1s barato de alabastro o cristal de roca. Fundi\u00f3 el metal para acu\u00f1ar moneda y sali\u00f3 del aprieto, pero los alejandrinos nunca le perdonaron el sacrilegio. Por ese pu\u00f1ado de dracmas acab\u00f3, alg\u00fan tiempo despu\u00e9s, asesinado en el exilio.<\/p>\n

Los buenos tiempos, sin embargo, duraron d\u00e9cadas, y los libros siguieron llegando en cascada a Alejandr\u00eda. De hecho, Ptolomeo II fund\u00f3 una segunda biblioteca fuera del distrito del palacio, en el santuario del dios Serapis. La gran biblioteca qued\u00f3 reservada a los estudiosos, mientras que la biblioteca filial se puso a disposici\u00f3n de todos. Como dijo un profesor de ret\u00f3rica que la conoci\u00f3 poco antes de su destrucci\u00f3n, los libros del Serapeo \u201cpon\u00edan a toda la ciudad en condiciones de filosofar\u201d. Quiz\u00e1s fue la primera biblioteca p\u00fablica realmente abierta a ricos y pobres; \u00e9lites y desfavorecidos; libres y esclavos.<\/p>\n

La filial se alimentaba de copias de la biblioteca principal. Al Museo llegaban miles de rollos, de todas las procedencias, que los sabios estudiaban, cotejaban y correg\u00edan, preparando a partir de ellos ejemplares definitivos y cuidad\u00edsimos. Los duplicados de esas ediciones \u00f3ptimas iban a nutrir los fondos de la biblioteca hija.<\/p>\n

El templo de Serapis (el Serapeo<\/em>), era una peque\u00f1a acr\u00f3polis, encaramada en un estrecho promontorio con vistas sobre la ciudad y el mar. Se llegaba a la cumbre sin aliento despu\u00e9s de subir una escalera monumental. Una larga galer\u00eda cubierta rodeaba el recinto, y a lo largo de ese corredor, en hornacinas o peque\u00f1as habitaciones abiertas al p\u00fablico, aguardaban los libros. La biblioteca hija, como probablemente la madre, no tuvo un edificio propio; era la inquilina del p\u00f3rtico.<\/p>\n

Tzetzes, un escritor bizantino, afirma que la biblioteca del Serapeo<\/em> lleg\u00f3 a reunir cuarenta y dos mil ochocientos libros. Nos encantar\u00eda conocer las cifras reales de libros que albergaban las dos bibliotecas. Es una cuesti\u00f3n apasionante para historiadores e investigadores. \u00bfCu\u00e1ntos ser\u00edan por aquel entonces todos los libros del mundo? Hay desacuerdo sobre ello. Epifanio, sobre la Gran Biblioteca, menciona la cifra sorprendentemente exacta de cincuenta y cuatro mil ochocientos rollos; Aristeas doscientos mil; Tzestzes, cuatrocientos noventa mil; Aulo Gelio y Amiano Marcelino, setecientos mil.<\/p>\n

La biblioteca de Alejandr\u00eda tambi\u00e9n ten\u00eda antepasados egipcios, pero son los que aparecen m\u00e1s borrosos en la foto de familia. Durante los siglos fara\u00f3nicos hubo bibliotecas particulares y bibliotecas en los templos. Las fuentes mencionan casa de libros, archivos en lo que se guardaban la documentaci\u00f3n administrativa, y casas de la vida, dep\u00f3sitos de la milenaria tradici\u00f3n, donde copiaban, interpretaban y proteg\u00edan los textos sagrados. Los detalles m\u00e1s precisos sobre una biblioteca egipcia los relata un viajero griego, Hecateo de Abdera, que en tiempos de Ptolomeo I consigui\u00f3 una visita guiada por el templo de Am\u00f3n en Tebas. Describe como una experiencia ex\u00f3tica su recorrido por el laberinto de salas, patios, pasillos y habitaciones del recinto. En una galer\u00eda cubierta dice haber visto la biblioteca sagrada sobre la cual se hallaba escrito: \u201cLugar de cuidado del alma\u201d. M\u00e1s all\u00e1 de la belleza de esa idea \u2013la biblioteca como cl\u00ednica del alma<\/em>-, apenas sabemos nada sobre las colecciones de libros egipcios.<\/p>\n

En la Biblioteca de Alejandr\u00eda se pod\u00edan encontrar muchas obras repetidas, sobre todo de Homero. Los sabios del Museo tuvieron la oportunidad de comparar versiones y detectar las alarmantes diferencias entre ellas. Observaron que el proceso de copias sucesivas estaba alterando sigilosamente los mensajes literarios. En muchos pasajes no se entend\u00eda lo que el autor quer\u00eda decir, y en otros lugares se dec\u00edan cosas diferentes dependiendo de la copia. Al darse cuenta de la dimensi\u00f3n del problema, comprendieron que, con el transcurso de los siglos, los textos se erosionar\u00edan por la fuerza silenciosa de la falibilidad humana \u2013como las rocas se erosionan por la acometida constante de las olas-, y los relatos se volver\u00edan cada vez m\u00e1s incomprensibles, hasta la disoluci\u00f3n del sentido.<\/p>\n

Los guardianes de la Biblioteca se embarcaron entonces en una tarea casi detectivesca, comparando todas las versiones que, de cada obra, ten\u00edan al alcance, para reconstruir la forma original de los textos. Buscaban los f\u00f3siles de palabras perdidas y estratos de significado por debajo de la falta de sentido de las capas superiores. Ese esfuerzo hizo avanzar los m\u00e9todos de estudio e investigaci\u00f3n y sirvi\u00f3 de entrenamiento a una generaci\u00f3n de cr\u00edticos. Los fil\u00f3logos alejandrinos prepararon ejemplares corregidos y cuidad\u00edsimos de las obras literarias que consideraban m\u00e1s valiosas. Esas versiones \u00f3ptimas estaban a disposici\u00f3n del p\u00fablico como matriz para sucesivas copias e incluso para mercado de libros. Las ediciones que hoy leemos y traducimos son hijas de los detectives de palabras de Alejandr\u00eda.<\/p>\n

Adem\u00e1s de restaurar los textos en circulaci\u00f3n, el Museo de Alejandr\u00eda\u00a0\u00a0\u00a0\u00a0 -tambi\u00e9n llamado la jaula de las musas<\/em>– produjo toneladas de erudici\u00f3n, disquisiciones y tratados de literatura. Sus contempor\u00e1neos respetaban el descomunal trabajo alejandrino, pero al mismo tiempo les encantaba burlarse de aquellos sabios, c\u00f3micos a su pesar. La diana favorita de los chistes fue un estudioso llamado D\u00eddimo, que lleg\u00f3 a publicar el fant\u00e1stico n\u00famero de tres o incluso cuatro mil monograf\u00edas. D\u00eddimo trabaj\u00f3 sin descanso en la Biblioteca durante el siglo I a.C., escribiendo comentarios y glosarios, mientras el mundo a su alrededor se desgarraba a ra\u00edz de las guerras civiles de Roma. D\u00eddimo era conocido por dos motes: Tripas de Bronce (Chalk\u00e9nteros),<\/em> porque hac\u00eda falta tener las entra\u00f1as de metal para poder escribir sus innumerables y prolijos comentarios sobre literatura; y el Olvida-Libros (Bibliol\u00e1thas), <\/em>porque cierta vez dijo en p\u00fablico que una teor\u00eda era absurda y entonces le mostraron un ensayo suyo donde la defend\u00eda. El hijo de D\u00eddimo, llamado Api\u00f3n, hered\u00f3 el infatigable oficio paterno, y se cuenta que el emperador Tiberio lo llamaba Pandero del Mundo.<\/em> Los fil\u00f3logos alejandrinos \u2013apasionados, detallistas, cultos, y a veces pedantes y farragosos\u2013 cubrieron r\u00e1pidamente un trayecto que, con sus \u00e9xitos y excesos, tambi\u00e9n hemos realizado nosotros -durante el helenismo, y por primera vez en la historia, la bibliograf\u00eda sobre literatura empez\u00f3 a llenar m\u00e1s libros que la literatura misma-.<\/p>\n

(Extractado de Irene Vallejo: El infinito en un junco. La invenci\u00f3n de los libros en el mundo antiguo<\/em>)<\/p>\n

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