{"id":2107,"date":"2021-03-08T17:24:55","date_gmt":"2021-03-08T17:24:55","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=2107"},"modified":"2021-03-08T17:24:55","modified_gmt":"2021-03-08T17:24:55","slug":"un-asesino-de-cristo-andres-rivera","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/un-asesino-de-cristo-andres-rivera\/","title":{"rendered":"Un asesino de Cristo – Andr\u00e9s Rivera"},"content":{"rendered":"

Crec\u00ed entre r\u00e1pidas mudanzas de un inquilinato a otro, y repentinas apariciones de un m\u00e9dico alto, probablemente encorvado, y de anteojos, que me palpaba el pecho con unos dedos largos y fr\u00edos, y me limpiaba, de la frente y el cuerpo, el sudor de la fiebre, y me miraba como si yo fuese algo que pon\u00eda a prueba su ilimitada paciencia y su cansancio.<\/p>\n

Ese hombre alto y encorvado abr\u00eda su malet\u00edn y dejaba caer, en manos de mam\u00e1, dos, tres frascos con tabletas o jarabes espesos, y susurraba unas pocas palabras, y despu\u00e9s, incr\u00e9dulo y acongojado, se levantaba el cuello del sobretodo, y sal\u00eda a la noche.<\/p>\n

Nos mud\u00e1bamos, mam\u00e1, pap\u00e1 y yo, y los ajados muebles que les regalaron los compa\u00f1eros del sindicato el mediod\u00eda que mam\u00e1 y pap\u00e1 se fueron a vivir juntos. Los sindicatos, en opini\u00f3n de inefables voceros de la ley, eran cuevas de anarquistas, rojos y extranjeros errantes y desagradecidos y, entonces, con ominosa regularidad, se suced\u00edan las irrupciones de hombres altos y morochos, de sombreros negros de ala gacha, en casas de vastos patios y parras viejas y retorcidas, y galer\u00edas de zinc, que Buenos Aires demoli\u00f3, procaz y despiadada.<\/p>\n

Yo, un chico con la salud recuperada o convaleciente de una enfermedad sin diagn\u00f3stico puntual, parado en el umbral de la pieza que alquil\u00e1bamos en una de esas casas de habitaciones pr\u00f3digas en murmullos y secretos de c\u00f3pula, asist\u00eda al experto trabajo de una manada policial.<\/p>\n

Hablaba poco, la manada, y hablaba para s\u00ed, cr\u00edptica, desganada, perentoria. Levantaba colchones, revolv\u00eda s\u00e1banas y frazadas, deshac\u00eda pilas breves de ropa planchada, abr\u00eda cajones, paseaba la luz de sus linternas por los el\u00e1sticos de las camas, golpeaba las paredes, y se llevaba, a unos Ford negros y cuadrados, una docena de libros y dos o tres peri\u00f3dicos arrugados, la revoluci\u00f3n quiz\u00e1, en letras negras y desparejas, y se iba, la manada, hacia la noche y hacia el fr\u00edo.<\/p>\n

Pero cuando llegaba el verano, mam\u00e1 volv\u00eda a inscribirme en la lista de los chicos que, por la gracia y la benevolencia de se\u00f1oras perfumadas y cat\u00f3licas, conocer\u00eda el mar.<\/p>\n

Digo que descubrimos el mar, nosotros, hijos de obreros, de polic\u00edas muertos, de presidiarios.<\/p>\n

Hubo un tren que llev\u00f3 nuestras tumultuosas expectativas a las arenas chispeantes de una playa, y a un edificio de grandes ventanas, dormitorios de techos altos, y comedores con pisos de baldosas negras y blancas, y chimeneas de ladrillo.<\/p>\n

Hubo fotos, y en las fotos el agua lisa de las orillas del mar, y el mar, y el ba\u00f1o matutino en el mar que ahogaba nuestros gritos de placer y de miedo, los fingidos alardes de coraje de cara a la espuma alta de las olas.<\/p>\n

Enseguida, otro ba\u00f1o bajo las duchas del edificio de grandes ventanas, y risas estridentes, hist\u00e9ricas, burlonas, bajo el agua helada de las duchas, y manoseos repentinos y humillantes de los m\u00e1s fuertes a los m\u00e1s indefensos, a los chicos que tem\u00edan defenderse.<\/p>\n

Cerca del mediod\u00eda, el almuerzo. El ruido de bocas llenas que masticaban, hambrientas, de eructos, de tripas insaciables, de alg\u00fan llanto, de alg\u00fan v\u00f3mito.<\/p>\n

Escrib\u00ed cartas mentirosas: inocentes, quiero decir. Cartas a mam\u00e1 (que supon\u00edan a pap\u00e1). Escrib\u00ed qu\u00e9 com\u00edamos. Y cu\u00e1nto. Porque yo sab\u00eda que querida mam\u00e1 com\u00eda conmigo. Sab\u00eda que ella mov\u00eda los labios, apretando un labio contra otro, y los mov\u00eda, apretados los labios como si masticara. Y, luego, querida mam\u00e1 se levantaba de la mesa, doblaba el papel de la carta desde donde yo le daba de comer, y lo guardaba en el bolsillo de la pollera, cerca de las calideces del vientre y, de pie, asent\u00eda en la quieta nada de la noche.<\/p>\n

Yo le hablaba, a mam\u00e1, del mar.<\/p>\n

Las se\u00f1oras cat\u00f3licas y perfumadas, algunas de las cuales ten\u00edan por costumbre marchitarse bellamente, dispon\u00edan de m\u00e1s dinero y de m\u00e1s tiempo que otras se\u00f1oras con mucho menos tiempo y dinero para obras que dieran placer a Dios. Reabr\u00edan, entonces, las se\u00f1oras cat\u00f3licas y perfumadas, la colonia de vacaciones.<\/p>\n

Querida mam\u00e1 no era cat\u00f3lica y se perfumaba el primero de mayo, el d\u00eda de mi cumplea\u00f1os y el 31 de diciembre. Pero era tenaz. Obtuvo, para m\u00ed, una plaza en las profusas listas de hijos de obreros, de polic\u00edas muertos, de pobres y presidiarios que volver\u00edan al mar y hablar\u00edan, en sus cartas, que ol\u00edan a sopa, a leche, a pur\u00e9 y blanda carne de vaca, de c\u00f3mo es el mar.<\/p>\n

Y estaban ah\u00ed las celadoras, rudas, provincianas, que consolaban a los chicos que ped\u00edan por sus casas en una tarde de lluvia, y que jugaban con nosotros, hijos de obreros, de polic\u00edas muertos, de presidiarios, de pobres.<\/p>\n

Y estuvieron, ah\u00ed, de pronto, las monjas. Eran, dijeron las monjas, exaltadas o con un murmullo c\u00e1ndido, las servidoras de Dios en la tierra.<\/p>\n

No nos miraban, las monjas. Caminaban, entre nosotros, con sus largos h\u00e1bitos negros, con sus caras sin sangre; parcas e incre\u00edbles, para m\u00ed, como la muerte y el milagro.<\/p>\n

De noche, cuando nos acost\u00e1bamos en las camas de s\u00e1banas limpias y crujientes; cuando el mar, all\u00e1 afuera, dec\u00eda algo en una lengua que nunca aprender\u00edamos a traducir; cuando las celadoras volv\u00edan a sus casas, las monjas, con llaves que les colgaban de la cintura, con voces cascadas o susurrantes, ordenaban rezar el Padrenuestro.<\/p>\n

De rodillas en camas superpuestas, el dormitorio apenas iluminado, los chicos recitaban la oraci\u00f3n que hab\u00edan memorizado, serios, turbados, tal vez, o sumidos, tal vez, en el misterio que las palabras del rezo invocaba.<\/p>\n

Una de las monjas, que caminaba entre las largas hileras de camas superpuestas, me mir\u00f3, tendido en la m\u00eda, las manos sobre las s\u00e1banas, los labios quietos, y el rezo de los otros que ondulaba, gangoseante, en la sala apenas iluminada.<\/p>\n

Algo dijo, la monja, en alguna noche, y el rezo finaliz\u00f3, como si en esa sala no hubiera nadie. Los otros bajaron de sus camas, silenciosos y puros como nunca lo fueron, y la monja, una pesada sombra muda, sali\u00f3 del dormitorio.<\/p>\n

Los otros rodearon mi cama, y ninguno de los otros habl\u00f3, las caras r\u00edgidas y j\u00f3venes bajo las luces tenues de la sala.<\/p>\n

No s\u00e9 cu\u00e1nto tiempo estuvieron, as\u00ed, inm\u00f3viles, como si esperaran una se\u00f1al. Y no s\u00e9 si la hubo, pero, en un solo impulso, saltaron a la cama en la que yo asist\u00eda, sin l\u00e1grimas, al fin de mi infancia.<\/p>\n

S\u00e9 que golpe\u00e9 alg\u00fan p\u00f3mulo, alg\u00fan labio ensalivado. S\u00e9 que ca\u00ed de cara a un colch\u00f3n, con brazos, cuerpos, aullidos, que me golpeaban, de cara a un colch\u00f3n. S\u00e9 que me izaron hasta la cama de arriba, la m\u00eda, y me ataron, desnudo, a los barrotes de la cama de arriba.<\/p>\n

Despu\u00e9s, los otros, los m\u00e1s fuertes y los m\u00e1s d\u00e9biles, estuvieron all\u00ed, sombras flacas sobre el piso del dormitorio, mir\u00e1ndome, desnudo, atado a los barrotes de la cama de arriba.<\/p>\n

La monja, la que habl\u00f3 a los otros, volvi\u00f3 a entrar a la sala, y camin\u00f3 bajo las luces tenues de la sala, y no se detuvo frente al muchacho de diez a\u00f1os, atado, desnudo, a los barrotes de una cama, y al que le corr\u00eda, por los muslos, un hilo de sangre, grueso y amarronado.<\/p>\n

Y la monja dijo, con una voz baja y tranquila, y sin detener su paso frente al muchacho atado a los barrotes de una cama.<\/p>\n

-T\u00e1penle las verg\u00fcenzas a ese asesino de Cristo.<\/p>\n

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