{"id":2139,"date":"2021-03-30T11:03:48","date_gmt":"2021-03-30T11:03:48","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=2139"},"modified":"2021-04-24T21:06:01","modified_gmt":"2021-04-24T21:06:01","slug":"la-isla-al-mediodia-julio-cortazar","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-isla-al-mediodia-julio-cortazar\/","title":{"rendered":"La isla al mediod\u00eda – Julio Cortazar"},"content":{"rendered":"

La primera vez que vio la isla, Marini estaba cort\u00e9smente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de pl\u00e1stico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo hab\u00eda mirado varias veces mientras \u00e9l iba y ven\u00eda con revistas o vasos de whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa, pregunt\u00e1ndose aburridamente si valdr\u00eda la pena responder a la mirada insistente de la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el \u00f3valo azul de la ventanilla entr\u00f3 el litoral de la isla, la franja dorada de la playa, las colinas que sub\u00edan hacia la meseta desolada. Corrigiendo la posici\u00f3n defectuosa del vaso de cerveza, Marini sonri\u00f3 a la pasajera. \u00abLas islas griegas\u00bb, dijo. \u00abOh, yes, Greece\u00bb, repuso la americana con un falso inter\u00e9s. Sonaba brevemente un timbre y el steward se enderez\u00f3 sin que la sonrisa profesional se borrara de su boca de labios finos. Empez\u00f3 a ocuparse de un matrimonio sirio que quer\u00eda jugo de tomate, pero en la cola del avi\u00f3n se concedi\u00f3 unos segundos para mirar otra vez hacia abajo; la isla era peque\u00f1a y solitaria, y el Egeo la rodeaba con un intenso azul que exaltaba la orla de un blanco deslumbrante y como petrificado, que all\u00e1 abajo ser\u00eda espuma rompiendo en los arrecifes y las caletas. Marini vio que las playas desiertas corr\u00edan hacia el norte y el oeste, lo dem\u00e1s era la monta\u00f1a entrando a pique en el mar. Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte pod\u00eda ser una casa, quiz\u00e1 un grupo de casas primitivas. Empez\u00f3 a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borr\u00f3 de la ventanilla; no qued\u00f3 m\u00e1s que el mar, un verde horizonte interminable. Mir\u00f3 su reloj pulsera sin saber por qu\u00e9; era exactamente mediod\u00eda.<\/p>\n

A Marini le gust\u00f3 que lo hubieran destinado a la l\u00ednea Roma-Teher\u00e1n, porque el paisaje era menos l\u00fagubre que en las l\u00edneas del norte y las muchachas parec\u00edan siempre felices de ir a Oriente o de conocer Italia. Cuatro d\u00edas despu\u00e9s, mientras ayudaba a un ni\u00f1o que hab\u00eda perdido la cuchara y mostraba desconsolado el plato del postre, descubri\u00f3 otra vez el borde de la isla. Hab\u00eda una diferencia de ocho minutos pero cuando se inclin\u00f3 sobre una ventanilla de la cola no le quedaron dudas; la isla ten\u00eda una forma inconfundible, como una tortuga que sacara apenas las patas del agua. La mir\u00f3 hasta que lo llamaron, esta vez con la seguridad de que la mancha plomiza era un grupo de casas; alcanz\u00f3 a distinguir el dibujo de unos pocos campos cultivados que llegaban hasta la playa. Durante la escala de Beirut mir\u00f3 el atlas de la stewardess, y se pregunt\u00f3 si la isla no ser\u00eda Horos. El radiotelegrafista, un franc\u00e9s indiferente, se sorprendi\u00f3 de su inter\u00e9s. \u00abTodas esas islas se parecen, hace dos a\u00f1os que hago la l\u00ednea y me importan muy poco. S\u00ed, mu\u00e9stremela la pr\u00f3xima vez.\u00bb No era Horos sino Xiros, una de las muchas islas al margen de los circuitos tur\u00edsticos. \u00abNo durar\u00e1 ni cinco a\u00f1os\u00bb, le dijo la stewardess mientras beb\u00edan una copa en Roma. \u00abAp\u00farate si piensas ir, las hordas estar\u00e1n all\u00ed en cualquier momento, Gengis Cook vela.\u00bb Pero Marini sigui\u00f3 pensando en la isla, mir\u00e1ndola cuando se acordaba o hab\u00eda una ventanilla cerca, casi siempre encogi\u00e9ndose de hombros al final. Nada de eso ten\u00eda sentido, volar tres veces por semana a mediod\u00eda sobre Xiros era tan irreal como so\u00f1ar tres veces por semana que volaba a mediod\u00eda sobre Xiros. Todo estaba falseado en la visi\u00f3n in\u00fatil y recurrente; salvo, quiz\u00e1, el deseo de repetirla, la consulta al reloj pulsera antes de mediod\u00eda, el breve, punzante contacto con la deslumbradora franja blanca al borde de un azul casi negro, y las casas donde los pescadores alzar\u00edan apenas los ojos para seguir el paso de esa otra irrealidad.<\/p>\n

Ocho o nueve semanas despu\u00e9s, cuando le propusieron la l\u00ednea de Nueva York con todas sus ventajas, Marini se dijo que era la oportunidad de acabar con esa man\u00eda inocente y fastidiosa. Ten\u00eda en el bolsillo el libro donde un vago ge\u00f3grafo de nombre levantino daba sobre Xiros m\u00e1s detalles que los habituales en las gu\u00edas. Contest\u00f3 negativamente, oy\u00e9ndose como desde lejos, y despu\u00e9s de sortear la sorpresa escandalizada de un jefe y dos secretarias se fue a comer a la cantina de la compa\u00f1\u00eda donde lo esperaba Carla. La desconcertada decepci\u00f3n de Carla no lo inquiet\u00f3; la costa sur de Xiros era inhabitable pero hacia el oeste quedaban huellas de una colonia lidia o quiz\u00e1 cretomic\u00e9nica, y el profesor Goldmann hab\u00eda encontrado dos piedras talladas con jerogl\u00edficos que los pescadores empleaban como pilotes del peque\u00f1o muelle. A Carla le dol\u00eda la cabeza y se march\u00f3 casi enseguida; los pulpos eran el recurso principal del pu\u00f1ado de habitantes, cada cinco d\u00edas llegaba un barco para cargar la pesca y dejar algunas provisiones y g\u00e9neros. En la agencia de viajes le dijeron que habr\u00eda que fletar un barco especial desde Rynos, o quiz\u00e1 se pudiera viajar en la fal\u00faa que recog\u00eda los pulpos, pero esto \u00faltimo s\u00f3lo lo sabr\u00eda Marini en Rynos donde la agencia no ten\u00eda corresponsal. De todas maneras la idea de pasar unos d\u00edas en la isla no era m\u00e1s que un plan para las vacaciones de junio; en las semanas que siguieron hubo que reemplazar a White en la l\u00ednea de T\u00fanez, y despu\u00e9s empez\u00f3 una huelga y Carla se volvi\u00f3 a casa de sus hermanas en Palermo. Marini fue a vivir a un hotel cerca de Piazza Navona, donde hab\u00eda librer\u00edas de viejo; se entreten\u00eda sin muchas ganas en buscar libros sobre Grecia, hojeaba de a ratos un manual de conversaci\u00f3n. Le hizo gracia la palabrakalimera<\/i>\u00a0y la ensay\u00f3 en un cabaret con una chica pelirroja, se acost\u00f3 con ella, supo de su abuelo en Odos y de unos dolores de garganta inexplicables. En Roma empez\u00f3 a llover, en Beirut lo esperaba siempre Tania, hab\u00eda otras historias, siempre parientes o dolores; un d\u00eda fue otra vez a la l\u00ednea de Teher\u00e1n, la isla a mediod\u00eda. Marini se qued\u00f3 tanto tiempo pegado a la ventanilla que la nueva stewardess lo trat\u00f3 de mal compa\u00f1ero y le hizo la cuenta de las bandejas que llevaba servidas. Esa noche Marini invit\u00f3 a la stewardess a comer en el Firouz y no le cost\u00f3 que le perdonaran la distracci\u00f3n de la ma\u00f1ana. Luc\u00eda le aconsej\u00f3 que se hiciera cortar el pelo a la americana; \u00e9l le habl\u00f3 un rato de Xiros, pero despu\u00e9s comprendi\u00f3 que ella prefer\u00eda el vodka-lime del Hilton. El tiempo se iba en cosas as\u00ed, en infinitas bandejas de comida, cada una con la sonrisa a la que ten\u00eda derecho el pasajero. En los viajes de vuelta el avi\u00f3n sobrevolaba Xiros a las ocho de la ma\u00f1ana; el sol daba contra las ventanillas de babor y dejaba apenas entrever la tortuga dorada; Marini prefer\u00eda esperar los mediod\u00edas del vuelo de ida, sabiendo que entonces pod\u00eda quedarse un largo minuto contra la ventanilla mientras Luc\u00eda (y despu\u00e9s Felisa) se ocupaba un poco ir\u00f3nicamente del trabajo. Una vez sac\u00f3 una foto de Xiros pero le sali\u00f3 borrosa; ya sab\u00eda algunas cosas de la isla, hab\u00eda subrayado las raras menciones en un par de libros. Felisa le cont\u00f3 que los pilotos lo llamaban el loco de la isla, y no le molest\u00f3. Carla acababa de escribirle que hab\u00eda decidido no tener el ni\u00f1o, y Marini le envi\u00f3 dos sueldos y pens\u00f3 que el resto no le alcanzar\u00eda para las vacaciones. Carla acept\u00f3 el dinero y le hizo saber por una amiga que probablemente se casar\u00eda con el dentista de Treviso. Todo ten\u00eda tan poca importancia a mediod\u00eda, los lunes y los jueves y los s\u00e1bados (dos veces por mes, el domingo).<\/p>\n

Con el tiempo fue d\u00e1ndose cuenta de que Felisa era la \u00fanica que lo comprend\u00eda un poco; hab\u00eda un acuerdo t\u00e1cito para que ella se ocupara del pasaje a mediod\u00eda, apenas \u00e9l se instalaba junto a la ventanilla de la cola. La isla era visible unos pocos minutos, pero el aire estaba siempre tan limpio y el mar la recortaba con una crueldad tan minuciosa que los m\u00e1s peque\u00f1os detalles se iban ajustando implacables al recuerdo del pasaje anterior: la mancha verde del promontorio del norte, las casas plomizas, las redes sec\u00e1ndose en la arena. Cuando faltaban las redes Marini lo sent\u00eda como un empobrecimiento, casi un insulto. Pens\u00f3 en filmar el paso de la isla, para repetir la imagen en el hotel, pero prefiri\u00f3 ahorrar el dinero de la c\u00e1mara ya que apenas le faltaba un mes para las vacaciones. No llevaba demasiado la cuenta de los d\u00edas; a veces era Tania en Beirut, a veces Felisa en Teher\u00e1n, casi siempre su hermano menor en Roma, todo un poco borroso, amablemente f\u00e1cil y cordial y como reemplazando otra cosa, llenando las horas antes o despu\u00e9s del vuelo, y en el vuelo todo era tambi\u00e9n borroso y f\u00e1cil y est\u00fapido hasta la hora de ir a inclinarse sobre la ventanilla de la cola, sentir el fr\u00edo cristal como un l\u00edmite del acuario donde lentamente se mov\u00eda la tortuga dorada en el espeso azul.<\/p>\n

Ese d\u00eda las redes se dibujaban precisas en la arena, y Marini hubiera jurado que el punto negro a la izquierda, al borde del mar, era un pescador que deb\u00eda estar mirando el avi\u00f3n. \u00abKalimera\u00bb, pens\u00f3 absurdamente. Ya no ten\u00eda sentido esperar m\u00e1s, Mario Merolis le prestar\u00eda el dinero que le faltaba para el viaje, en menos de tres d\u00edas estar\u00eda en Xiros. Con los labios pegados al vidrio, sonri\u00f3 pensando que trepar\u00eda hasta la mancha verde, que entrar\u00eda desnudo en el mar de las caletas del norte, que pescar\u00eda pulpos con los hombres, entendi\u00e9ndose por se\u00f1as y por risas. Nada era dif\u00edcil una vez decidido, un tren nocturno, un primer barco, otro barco viejo y sucio, la escala en Rynos, la negociaci\u00f3n interminable con el capit\u00e1n de la fal\u00faa, la noche en el puente, pegado a las estrellas, el sabor del an\u00eds y del carnero, el amanecer entre las islas. Desembarc\u00f3 con las primeras luces, y el capit\u00e1n lo present\u00f3 a un viejo que deb\u00eda ser el patriarca. Klaios le tom\u00f3 la mano izquierda y habl\u00f3 lentamente, mir\u00e1ndolo en los ojos. Vinieron dos muchachos y Marini entendi\u00f3 que eran los hijos de Klaios. El capit\u00e1n de la fal\u00faa agotaba su ingl\u00e9s: veinte habitantes, pulpos, pesca, cinco casas, italiano visitante pagar\u00eda alojamiento Klaios. Los muchachos rieron cuando Klaios discuti\u00f3 dracmas; tambi\u00e9n Marini, ya amigo de los m\u00e1s j\u00f3venes, mirando salir el sol sobre un mar menos oscuro que desde el aire, una habitaci\u00f3n pobre y limpia, un jarro de agua, olor a salvia y a piel curtida.<\/p>\n

Lo dejaron solo para irse a cargar la fal\u00faa, y despu\u00e9s de quitarse a manotazos la ropa de viaje y ponerse un pantal\u00f3n de ba\u00f1o y unas sandalias, ech\u00f3 a andar por la isla. A\u00fan no se ve\u00eda a nadie, el sol cobraba lentamente impulso y de los matorrales crec\u00eda un olor sutil, un poco \u00e1cido mezclado con el yodo del viento. Deb\u00edan ser las diez cuando lleg\u00f3 al promontorio del norte y reconoci\u00f3 la mayor de las caletas. Prefer\u00eda estar solo aunque le hubiera gustado m\u00e1s ba\u00f1arse en la playa de arena; la isla lo invad\u00eda y lo gozaba con una tal intimidad que no era capaz de pensar o de elegir. La piel le quemaba de sol y de viento cuando se desnud\u00f3 para tirarse al mar desde una roca; el agua estaba fr\u00eda y le hizo bien; se dej\u00f3 llevar por corrientes insidiosas hasta la entrada de una gruta, volvi\u00f3 mar afuera, se abandon\u00f3 de espaldas, lo acept\u00f3 todo en un solo acto de conciliaci\u00f3n que era tambi\u00e9n un nombre para el futuro. Supo sin la menor duda que no se ir\u00eda de la isla, que de alguna manera iba a quedarse para siempre en la isla. Alcanz\u00f3 a imaginar a su hermano, a Felisa, sus caras cuando supieran que se hab\u00eda quedado a vivir de la pesca en un pe\u00f1\u00f3n solitario. Ya los hab\u00eda olvidado cuando gir\u00f3 sobre s\u00ed mismo para nadar hacia la orilla.<\/p>\n

El sol lo sec\u00f3 enseguida, baj\u00f3 hacia las casas donde dos mujeres lo miraron asombradas antes de correr a encerrarse. Hizo un saludo en el vac\u00edo y baj\u00f3 hacia las redes. Uno de los hijos de Klaios lo esperaba en la playa, y Marini le se\u00f1al\u00f3 el mar, invit\u00e1ndolo. El muchacho vacil\u00f3, mostrando sus pantalones de tela y su camisa roja. Despu\u00e9s fue corriendo hacia una de las casas, y volvi\u00f3 casi desnudo; se tiraron juntos a un mar ya tibio, deslumbrante bajo el sol de las once.<\/p>\n

Sec\u00e1ndose en la arena, Ionas empez\u00f3 a nombrar las cosas. \u00abKalimera\u00bb, dijo Marini, y el muchacho ri\u00f3 hasta doblarse en dos. Despu\u00e9s Marini repiti\u00f3 las frases nuevas, ense\u00f1\u00f3 palabras italianas a Ionas. Casi en el horizonte, la fal\u00faa se iba empeque\u00f1eciendo; Marini sinti\u00f3 que ahora estaba realmente solo en la isla con Klaios y los suyos. Dejar\u00eda pasar unos d\u00edas, pagar\u00eda su habitaci\u00f3n y aprender\u00eda a pescar; alguna tarde, cuando ya lo conocieran bien, les hablar\u00eda de quedarse y de trabajar con ellos. Levant\u00e1ndose, tendi\u00f3 la mano a Ionas y ech\u00f3 a andar lentamente hacia la colina. La cuesta era escarpada y trep\u00f3 saboreando cada alto, volvi\u00e9ndose una y otra vez para mirar las redes en la playa, las siluetas de las mujeres que hablaban animadamente con Ionas y con Klaios y lo miraban de reojo, riendo. Cuando lleg\u00f3 a la mancha verde entr\u00f3 en un mundo donde el olor del tomillo y de la salvia era una misma materia con el fuego del sol y la brisa del mar. Marini mir\u00f3 su reloj pulsera y despu\u00e9s, con un gesto de impaciencia, lo arranc\u00f3 de la mu\u00f1eca y lo guard\u00f3 en el bolsillo del pantal\u00f3n de ba\u00f1o. No ser\u00eda f\u00e1cil matar al hombre viejo, pero all\u00ed en lo alto, tenso de sol y de espacio, sinti\u00f3 que la empresa era posible. Estaba en Xiros, estaba all\u00ed donde tantas veces hab\u00eda dudado que pudiera llegar alguna vez. Se dej\u00f3 caer de espaldas entre las piedras calientes, resisti\u00f3 sus aristas y sus lomos encendidos, y mir\u00f3 verticalmente el cielo; lejanamente le lleg\u00f3 el zumbido de un motor.<\/p>\n

Cerrando los ojos se dijo que no mirar\u00eda el avi\u00f3n, que no se dejar\u00eda contaminar por lo peor de s\u00ed mismo, que una vez m\u00e1s iba a pasar sobre la isla. Pero en la penumbra de los p\u00e1rpados imagin\u00f3 a Felisa con las bandejas, en ese mismo instante distribuyendo las bandejas, y su reemplazante, tal vez Giorgio o alguno nuevo de otra l\u00ednea, alguien que tambi\u00e9n estar\u00eda sonriendo mientras alcanzaba las botellas de vino o el caf\u00e9. Incapaz de luchar contra tanto pasado abri\u00f3 los ojos y se enderez\u00f3, y en el mismo momento vio el ala derecha del avi\u00f3n, casi sobre su cabeza, inclin\u00e1ndose inexplicablemente, el cambio de sonido de las turbinas, la ca\u00edda casi vertical sobre el mar. Baj\u00f3 a toda carrera por la colina, golpe\u00e1ndose en las rocas y desgarr\u00e1ndose un brazo entre las espinas. La isla le ocultaba el lugar de la ca\u00edda, pero torci\u00f3 antes de llegar a la playa y por un atajo previsible franque\u00f3 la primera estribaci\u00f3n de la colina y sali\u00f3 a la playa m\u00e1s peque\u00f1a. La cola del avi\u00f3n se hund\u00eda a unos cien metros, en un silencio total. Marini tom\u00f3 impulso y se lanz\u00f3 al agua, esperando todav\u00eda que el avi\u00f3n volviera a flotar; pero no se ve\u00eda m\u00e1s que la blanda l\u00ednea de las olas, una caja de cart\u00f3n oscilando absurdamente cerca del lugar de la ca\u00edda, y casi al final, cuando ya no ten\u00eda sentido seguir nadando, una mano fuera del agua, apenas un instante, el tiempo para que Marini cambiara de rumbo y se zambullera hasta atrapar por el pelo al hombre que luch\u00f3 por aferrarse a \u00e9l y trag\u00f3 roncamente el aire que Marini le dejaba respirar sin acercarse demasiado. Remolc\u00e1ndolo poco a poco lo trajo hasta la orilla, tom\u00f3 en brazos el cuerpo vestido de blanco, y tendi\u00e9ndolo en la arena mir\u00f3 la cara llena de espuma donde la muerte estaba ya instalada, sangrando por una enorme herida en la garganta. De qu\u00e9 pod\u00eda servir la respiraci\u00f3n artificial si con cada convulsi\u00f3n la herida parec\u00eda abrirse un poco m\u00e1s y era como una boca repugnante que llamaba a Marini, lo arrancaba a su peque\u00f1a felicidad de tan pocas horas en la isla, le gritaba entre borbotones algo que \u00e9l ya no era capaz de o\u00edr. A toda carrera ven\u00edan los hijos de Klaios y m\u00e1s atr\u00e1s las mujeres. Cuando lleg\u00f3 Klaios, los muchachos rodeaban el cuerpo tendido en la arena, sin comprender c\u00f3mo hab\u00eda tenido fuerzas para nadar a la orilla y arrastrarse desangr\u00e1ndose hasta ah\u00ed. \u00abCi\u00e9rrale los ojos\u00bb, pidi\u00f3 llorando una de las mujeres. Klaios mir\u00f3 hacia el mar, buscando alg\u00fan otro sobreviviente. Pero como siempre estaban solos en la isla, y el cad\u00e1ver de ojos abiertos era lo \u00fanico nuevo entre ellos y el mar.<\/p>\n

FIN<\/p>\n


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La primera vez que vio la isla, Marini estaba cort\u00e9smente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de pl\u00e1stico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo hab\u00eda mirado varias veces mientras \u00e9l iba y ven\u00eda con revistas o vasos de whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa, pregunt\u00e1ndose aburridamente […]<\/p>\n","protected":false},"author":1,"featured_media":2140,"comment_status":"open","ping_status":"open","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"footnotes":""},"categories":[10,33,19],"tags":[],"class_list":{"0":"post-2139","1":"post","2":"type-post","3":"status-publish","4":"format-standard","5":"has-post-thumbnail","7":"category-cuentos-cortos","8":"category-julio-cortazar","9":"category-los-mejores-cuentos-clasicos","10":"czr-hentry"},"_links":{"self":[{"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/2139","targetHints":{"allow":["GET"]}}],"collection":[{"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/users\/1"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=2139"}],"version-history":[{"count":0,"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/2139\/revisions"}],"wp:featuredmedia":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/media\/2140"}],"wp:attachment":[{"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=2139"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=2139"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=2139"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}