{"id":437,"date":"2018-08-19T23:50:04","date_gmt":"2018-08-19T23:50:04","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=437"},"modified":"2019-02-23T23:05:09","modified_gmt":"2019-02-23T23:05:09","slug":"la-esperanza-villiers-de-lisle-adam","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-esperanza-villiers-de-lisle-adam\/","title":{"rendered":"La esperanza – Villiers de L\u2019Isle Adam"},"content":{"rendered":"

Al atardecer, el venerable Pedro Arg\u00fc\u00e9s, sexto prior de los dominicos de Segovia, tercer Gran Inquisidor de Espa\u00f1a, seguido de un fraile redentor (encargado del tormento) y precedido por dos familiares1<\/span><\/sup> del Santo Oficio provistos de linternas, descendi\u00f3 a un calabozo. La cerradura de una puerta maciza chirri\u00f3; el Inquisidor penetr\u00f3 en un hueco mef\u00edtico, donde un triste destello del d\u00eda, cayendo desde lo alto, dejaba percibir, entre dos argollas fijadas en los muros, un caballete ensangrentado, una hornilla, un c\u00e1ntaro. Sobre un lecho de paja sujeto por grillos, con una argolla de hierro en el pescuezo, estaba sentado, hosco, un hombre andrajoso, de edad indescifrable.<\/p>\n

Este prisionero era el rab\u00ed Abarbanel, jud\u00edo aragon\u00e9s, que -aborrecido por sus pr\u00e9stamos usurarios y por su desd\u00e9n de los pobres- diariamente hab\u00eda sido sometido a la tortura durante un a\u00f1o. Su fanatismo, \u201cduro como su piel\u201d, hab\u00eda rehusado la abjuraci\u00f3n.<\/p>\n

Orgulloso de una filiaci\u00f3n milenaria -porque todos los jud\u00edos dignos de este nombre son celosos de su sangre-, descend\u00eda talm\u00fadicamente de la esposa del \u00faltimo juez de Israel: Hecho que hab\u00eda mantenido su entereza en lo m\u00e1s duro de los incesantes suplicios.<\/p>\n

Con los ojos llorosos, pensando que la tenacidad de esta alma hac\u00eda imposible la salvaci\u00f3n, el venerable Pedro Arg\u00fc\u00e9s, aproxim\u00e1ndose al tembloroso rabino, pronunci\u00f3 estas palabras:<\/p>\n

-Hijo m\u00edo, al\u00e9grate: Tus trabajos van a tener fin. Si en presencia de tanta obstinaci\u00f3n me he resignado a permitir el empleo de tantos rigores, mi tarea fraternal de correcci\u00f3n tiene l\u00edmites. Eres la higuera reacia, que por su contumaz esterilidad est\u00e1 condenada a secarse\u2026 pero s\u00f3lo a Dios toca determinar lo que ha de suceder a tu alma. \u00a1Tal vez la infinita clemencia lucir\u00e1 para ti en el supremo instante! \u00a1Debemos esperarlo! Hay ejemplos\u2026 \u00a1As\u00ed sea! Reposa, pues, esta noche en paz. Ma\u00f1ana participar\u00e1s en el auto de fe; es decir, ser\u00e1s llevado al quemadero, cuya brasa premonitoria del fuego eternal no quema, ya lo sabes, m\u00e1s que a distancia, hijo m\u00edo. La muerte tarda por lo menos dos horas (a menudo tres) en venir, a causa de las envolturas mojadas y heladas con las que preservamos la frente y el coraz\u00f3n de los holocaustos. Ser\u00e9is cuarenta y dos solamente. Considera que, colocado en la \u00faltima fila, tienes el tiempo necesario para invocar a Dios, para ofrecerle este bautismo de fuego, que es el del Esp\u00edritu Santo. Conf\u00eda, pues, en la Luz y duerme.<\/p>\n

Dichas estas palabras, el Inquisidor orden\u00f3 que desencadenaran al desdichado y lo abraz\u00f3 tiernamente. Lo abraz\u00f3 luego el fraile redentor y, muy bajo, le rog\u00f3 que le perdonara los tormentos. Despu\u00e9s lo abrazaron los familiares, cuyo beso, ahogado por las cogullas, fue silencioso. Terminada la ceremonia, el prisionero se qued\u00f3 solo, en las tinieblas.<\/p>\n

El rab\u00ed Abarbanel, seca la boca, embotado el rostro por el sufrimiento, mir\u00f3 sin atenci\u00f3n precisa la puerta cerrada. \u201c\u00bfCerrada?\u2026\u201d Esta palabra despert\u00f3 en lo m\u00e1s \u00edntimo de sus confusos pensamientos un sue\u00f1o. Hab\u00eda entrevisto un instante el resplandor de las linternas por la hendidura entre el muro y la puerta. Una esperanza m\u00f3rbida lo agit\u00f3. Suavemente, deslizando el dedo con suma precauci\u00f3n, atrajo la puerta hacia \u00e9l. Por un azar extraordinario, el familiar que la cerr\u00f3 hab\u00eda dado la vuelta a la llave un poco antes de llegar al tope, contra los montantes de piedra. El pestillo, enmohecido, no hab\u00eda entrado en su sitio y la puerta hab\u00eda quedado abierta.<\/p>\n

El rabino arriesg\u00f3 una mirada hacia afuera.<\/p>\n

A favor de una l\u00edvida oscuridad, vio un semic\u00edrculo de muros terrosos en los que hab\u00eda labrados unos escalones; y en lo alto, despu\u00e9s de cinco o seis pelda\u00f1os, una especie de p\u00f3rtico negro que daba a un vasto corredor del que no le era posible entrever, desde abajo, m\u00e1s que los primeros arcos.<\/p>\n

Se arrastr\u00f3 hasta el nivel del umbral. Era realmente un corredor, pero casi infinito. Una luz p\u00e1lida, con resplandores de sue\u00f1o, lo iluminaba. L\u00e1mparas suspendidas de las b\u00f3vedas azulaban a trechos el color deslucido del aire; el fondo estaba en sombras. Ni una sola puerta en esa extensi\u00f3n. Por un lado, a la izquierda, troneras con rejas, troneras que por el espesor del muro dejaban pasar un crep\u00fasculo que deb\u00eda ser el del d\u00eda, porque se proyectaba en cuadr\u00edculas rojas sobre el enlosado. Quiz\u00e1 all\u00e1 lejos, en lo profundo de las brumas, una salida pod\u00eda dar la libertad. La vacilante esperanza del jud\u00edo era tenaz, porque era la \u00faltima.<\/p>\n

Sin titubear se aventur\u00f3 por el corredor, sorteando las troneras, tratando de confundirse con la tenebrosa penumbra de las largas murallas. Se arrastraba con lentitud, conteniendo los gritos que pugnaban por brotar cuando lo martirizaba una llaga.<\/p>\n

De repente un ruido de sandalias que se aproximaba lo alcanz\u00f3 en el eco de esta senda de piedra. Tembl\u00f3, la ansiedad lo ahogaba, se le nublaron los ojos. Se agazap\u00f3 en un rinc\u00f3n y, medio muerto, esper\u00f3.<\/p>\n

Era un familiar que se apresuraba. Pas\u00f3 r\u00e1pidamente con una tenaza en la mano, la cogulla baja, terrible, y desapareci\u00f3. El rabino, casi suspendidas las funciones vitales, estuvo cerca de una hora sin poder iniciar un movimiento. El temor de una nueva serie de tormentos, si lo apresaban, lo hizo pensar en volver a su calabozo. Pero la vieja esperanza le murmuraba en el alma ese divino tal vez, que reconforta en las peores circunstancias. Un milagro lo favorec\u00eda. \u00bfC\u00f3mo dudar? Sigui\u00f3, pues, arrastr\u00e1ndose hacia la evasi\u00f3n posible. Extenuado de dolores y de hambre, temblando de angustia, avanzaba. El corredor parec\u00eda alargarse misteriosamente. \u00c9l no acababa de avanzar; miraba siempre la sombra lejana, donde deb\u00eda existir una salida salvadora.<\/p>\n

De nuevo resonaron unos pasos, pero esta vez m\u00e1s lentos y m\u00e1s sombr\u00edos. Las figuras blancas y negras, los largos sombreros de bordes redondos, de dos inquisidores, emergieron de lejos en la penumbra. Hablaban en voz baja y parec\u00edan discutir algo muy importante, porque las manos accionaban con viveza.<\/p>\n

Ya cerca, los dos inquisidores se detuvieron bajo la l\u00e1mpara, sin duda por un azar de la discusi\u00f3n. Uno de ellos, escuchando a su interlocutor, se puso a mirar al rabino. Bajo esta incomprensible mirada, el rabino crey\u00f3 que las tenazas mord\u00edan todav\u00eda su propia carne; muy pronto volver\u00eda a ser una llaga y un grito.<\/p>\n

Desfalleciente, sin poder respirar, las pupilas temblorosas, se estremec\u00eda bajo el roce espinoso de la ropa. Pero, cosa a la vez extra\u00f1a y natural: los ojos del inquisidor eran los de un hombre profundamente preocupado de lo que iba a responder, absorto en las palabras que escuchaba; estaban fijos y miraban al jud\u00edo, sin verlo.<\/p>\n

Al cabo de unos minutos los dos siniestros discutidores continuaron su camino a pasos lentos, siempre hablando en voz baja, hacia la encrucijada de donde ven\u00eda el rabino. No lo hab\u00edan visto. Esta idea atraves\u00f3 su cerebro: \u00bfNo me ven porque estoy muerto? Sobre las rodillas, sobre las manos, sobre el vientre, prosigui\u00f3 su dolorosa fuga, y acab\u00f3 por entrar en la parte oscura del espantoso corredor.<\/p>\n

De pronto sinti\u00f3 fr\u00edo sobre las manos que apoyaba en el enlosado; el fr\u00edo ven\u00eda de una rendija bajo una puerta hacia cuyo marco converg\u00edan los dos muros. Sinti\u00f3 en todo su ser como un v\u00e9rtigo de esperanza. Examin\u00f3 la puerta de arriba abajo, sin poder distinguirla bien, a causa de la oscuridad que la rodeaba. Tent\u00f3: Nada de cerrojos ni cerraduras. \u00a1Un picaporte! Se levant\u00f3. El picaporte cedi\u00f3 bajo su mano y la silenciosa puerta gir\u00f3.<\/p>\n

*<\/p>\n

La puerta se abr\u00eda sobre jardines, bajo una noche de estrellas. En plena primavera, la libertad y la vida. Los jardines daban al campo, que se prolongaba hacia la sierra, en el horizonte. Ah\u00ed estaba la salvaci\u00f3n. \u00a1Oh, huir! Correr\u00eda toda la noche, bajo esos bosques de limoneros, cuyas fragancias lo buscaban. Una vez en las monta\u00f1as, estar\u00eda a salvo. Respir\u00f3 el aire sagrado, el viento lo reanim\u00f3, sus pulmones resucitaban. Y para bendecir otra vez a su Dios, que le acordaba esta misericordia, extendi\u00f3 los brazos, levantando los ojos al firmamento. Fue un \u00e9xtasis.<\/p>\n

Entonces crey\u00f3 ver la sombra de sus brazos retornando sobre \u00e9l mismo; crey\u00f3 sentir que esos brazos de sombra lo rodeaban, lo envolv\u00edan, y tiernamente lo oprim\u00edan contra su pecho. Una alta figura estaba, en efecto, junto a la suya. Confiado, baj\u00f3 la mirada hacia esta figura, y se qued\u00f3 jadeante, enloquecido, los ojos sombr\u00edos, hinchadas las mejillas y balbuceando de espanto. Estaba en brazos del Gran Inquisidor, del venerable Pedro Arg\u00fc\u00e9s, que lo contemplaba, llenos los ojos de l\u00e1grimas y con el aire del pastor que encuentra la oveja descarriada.<\/p>\n

Mientras el rabino, los ojos sombr\u00edos bajo las pupilas, jadeaba de angustia en los brazos del Inquisidor y adivinaba confusamente que todas las fases de la jornada no eran m\u00e1s que un suplicio previsto, el de la esperanza, el sombr\u00edo sacerdote, con un acento de reproche conmovedor y la vista consternada, le murmuraba al o\u00eddo, con una voz debilitada por los ayunos:<\/p>\n

-\u00a1C\u00f3mo, hijo m\u00edo! \u00bfEn v\u00edsperas, tal vez, de la salvaci\u00f3n, quer\u00edas abandonarnos?<\/p>\n

FIN<\/p>\n

Fuente:\u00a0https:\/\/ciudadseva.com\/texto\/la-esperanza\/<\/em><\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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