{"id":535,"date":"2018-11-28T18:46:35","date_gmt":"2018-11-28T18:46:35","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=535"},"modified":"2021-04-24T21:03:06","modified_gmt":"2021-04-24T21:03:06","slug":"la-intrusa-jorge-luis-borges","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-intrusa-jorge-luis-borges\/","title":{"rendered":"La intrusa – Jorge Luis Borges"},"content":{"rendered":"

Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristi\u00e1n, el mayor, que falleci\u00f3 de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Mor\u00f3n. Lo cierto es que alguien la oy\u00f3 de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repiti\u00f3 a Santiago Dabove, por quien la supe. A\u00f1os despu\u00e9s, volvieron a cont\u00e1rmela en Turdera, donde hab\u00eda acontecido. La segunda versi\u00f3n, algo m\u00e1s prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las peque\u00f1as variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me enga\u00f1o, un breve y tr\u00e1gico cristal de la \u00edndole de los orilleros antiguos. Lo har\u00e9 con probidad, pero ya preveo que ceder\u00e9 a la tentaci\u00f3n literaria de acentuar o agregar alg\u00fan pormenor.<\/p>\n

En Turdera los llamaban los Nilsen. El p\u00e1rroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres g\u00f3ticos; en las \u00faltimas p\u00e1ginas entrevi\u00f3 nombres y fechas manuscritas. Era el \u00fanico libro que hab\u00eda en la casa. La azarosa cr\u00f3nica de los Nilsen, perdida como todo se perder\u00e1. El caser\u00f3n, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zagu\u00e1n se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo dem\u00e1s, entraron ah\u00ed; los Nilsen defend\u00edan su soledad. En las habitaciones desmanteladas dorm\u00edan en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas corta, el atuendo rumboso de los s\u00e1bados y el alcohol pendenciero. S\u00e9 que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oir\u00edan hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los tem\u00eda a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la polic\u00eda. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llev\u00f3 la peor parte, lo cual, seg\u00fan los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tah\u00fares. Ten\u00edan fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volv\u00edan generosos. De sus deudos nada se sabe y ni de d\u00f3nde vinieron. Eran due\u00f1os de una carreta y una yunta de bueyes.<\/p>\n

F\u00edsicamente difer\u00edan del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.<\/p>\n

Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos hab\u00edan sido hasta entonces de zagu\u00e1n o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristi\u00e1n llev\u00f3 a vivir con \u00e9l a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba as\u00ed una sirvienta, pero no es menos cierto que la colm\u00f3 de horrendas baratijas y que la luc\u00eda en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todav\u00eda, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.<\/p>\n

Eduardo los acompa\u00f1aba al principio. Despu\u00e9s emprendi\u00f3 un viaje a Arrecifes por no s\u00e9 qu\u00e9 negocio; a su vuelta llev\u00f3 a la casa una muchacha, que hab\u00eda levantado por el camino, y a los pocos d\u00edas la ech\u00f3. Se hizo m\u00e1s hosco; se emborrachaba solo en el almac\u00e9n y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristi\u00e1n. El barrio, que tal vez lo supo antes que \u00e9l, previ\u00f3 con alevosa alegr\u00eda la rivalidad latente de los hermanos.<\/p>\n

Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristi\u00e1n atado al palenque En el patio, el mayor estaba esper\u00e1ndolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y ven\u00eda con el mate en la mano. Cristi\u00e1n le dijo a Eduardo:<\/p>\n

-Yo me voy a una farra en lo de Far\u00edas. Ah\u00ed la ten\u00e9s a la Juliana; si la quer\u00e9s, usala.<\/p>\n

El tono era entre mand\u00f3n y cordial. Eduardo se qued\u00f3 un tiempo mir\u00e1ndolo; no sab\u00eda qu\u00e9 hacer. Cristi\u00e1n se levant\u00f3, se despidi\u00f3 de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, mont\u00f3 a caballo y se fue al trote, sin apuro.<\/p>\n

Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabr\u00e1 los pormenores de esa s\u00f3rdida uni\u00f3n, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no pod\u00eda durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discut\u00edan la venta de unos cueros, pero lo que discut\u00edan era otra cosa. Cristi\u00e1n sol\u00eda alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban cel\u00e1ndose. En el duro suburbio, un hombre no dec\u00eda, ni se dec\u00eda, que una mujer pudiera importarle, m\u00e1s all\u00e1 del deseo y la posesi\u00f3n, pero los dos estaban enamorados. Esto, de alg\u00fan modo, los humillaba.<\/p>\n

Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruz\u00f3 con Juan Iberra, que lo felicit\u00f3 por ese primor que se hab\u00eda agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injuri\u00f3. Nadie, delante de \u00e9l, iba a hacer burla de Cristi\u00e1n.<\/p>\n

La mujer atend\u00eda a los dos con sumisi\u00f3n bestial; pero no pod\u00eda ocultar alguna preferencia por el menor, que no hab\u00eda rechazado la participaci\u00f3n, pero que no la hab\u00eda dispuesto.<\/p>\n

Un d\u00eda, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ah\u00ed, porque ten\u00edan que hablar. Ella esperaba un di\u00e1logo largo y se acost\u00f3 a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que ten\u00eda, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le hab\u00eda dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Hab\u00eda llovido; los caminos estaban muy pesados y ser\u00edan las once de la noche cuando llegaron a Mor\u00f3n. Ah\u00ed la vendieron a la patrona del prost\u00edbulo. El trato ya estaba hecho; Cristi\u00e1n cobr\u00f3 la suma y la dividi\u00f3 despu\u00e9s con el otro.<\/p>\n

En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la ma\u00f1ana (que tambi\u00e9n era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al re\u00f1idero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero sol\u00edan incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de a\u00f1o el menor dijo que ten\u00eda que hacer en la Capital. Cristi\u00e1n se fue a Mor\u00f3n; en el palenque de la casa que sabemos reconoci\u00f3 al overo de Eduardo. Entr\u00f3; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristi\u00e1n le dijo:<\/p>\n

-De seguir as\u00ed, los vamos a cansar a los pingos. M\u00e1s vale que la tengamos a mano.<\/p>\n

Habl\u00f3 con la patrona, sac\u00f3 unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristi\u00e1n; Eduardo espole\u00f3 al overo para no verlos.<\/p>\n

Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame soluci\u00f3n hab\u00eda fracasado; los dos hab\u00edan cedido a la tentaci\u00f3n de hacer trampa. Ca\u00edn andaba por ah\u00ed, pero el cari\u00f1o entre los Nilsen era muy grande -\u00a1qui\u00e9n sabe qu\u00e9 rigores y qu\u00e9 peligros hab\u00edan compartido!- y prefirieron desahogar su exasperaci\u00f3n con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que hab\u00edan tra\u00eddo la discordia.<\/p>\n

El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volv\u00eda del almac\u00e9n, vio que Cristi\u00e1n unc\u00eda los bueyes. Cristi\u00e1n le dijo:<\/p>\n

-Ven\u00ed, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargu\u00e9; aprovechemos la fresca.<\/p>\n

El comercio del Pardo quedaba, creo, m\u00e1s al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; despu\u00e9s, por un desv\u00edo. El campo iba agrand\u00e1ndose con la noche.<\/p>\n

Orillaron un pajonal; Cristi\u00e1n tir\u00f3 el cigarro que hab\u00eda encendido y dijo sin apuro:<\/p>\n

-A trabajar, hermano. Despu\u00e9s nos ayudar\u00e1n los caranchos. Hoy la mat\u00e9. Que se quede aqu\u00ed con su pilchas, ya no har\u00e1 m\u00e1s perjuicios.<\/p>\n

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro c\u00edrculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligaci\u00f3n de olvidarla.<\/p>\n

FIN<\/p>\n

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Fuente: https:\/\/ciudadseva.com\/texto\/la-intrusa\/<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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