{"id":559,"date":"2019-01-16T16:02:29","date_gmt":"2019-01-16T16:02:29","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=559"},"modified":"2021-04-24T21:06:02","modified_gmt":"2021-04-24T21:06:02","slug":"la-noche-boca-arriba-julio-cortazar","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/la-noche-boca-arriba-julio-cortazar\/","title":{"rendered":"La noche boca arriba – Julio Cort\u00e1zar"},"content":{"rendered":"
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A mitad del largo zagu\u00e1n del hotel pens\u00f3 que deb\u00eda ser tarde y se apur\u00f3 a salir a la calle y sacar la motocicleta del rinc\u00f3n donde el portero de al lado le permit\u00eda guardarla. En la joyer\u00eda de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegar\u00eda con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y \u00e9l -porque para s\u00ed mismo, para ir pensando, no ten\u00eda nombre- mont\u00f3 en la m\u00e1quina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.<\/p>\n
Dej\u00f3 pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte m\u00e1s agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de \u00e1rboles, con poco tr\u00e1fico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quiz\u00e1 algo distra\u00eddo, pero corriendo por la derecha como correspond\u00eda, se dej\u00f3 llevar por la tersura, por la leve crispaci\u00f3n de ese d\u00eda apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidi\u00f3 prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones f\u00e1ciles. Fren\u00f3 con el pie y con la mano, desvi\u00e1ndose a la izquierda; oy\u00f3 el grito de la mujer, y junto con el choque perdi\u00f3 la visi\u00f3n. Fue como dormirse de golpe.<\/p>\n
Volvi\u00f3 bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres j\u00f3venes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sent\u00eda gusto a sal y sangre, le dol\u00eda una rodilla y cuando lo alzaron grit\u00f3, porque no pod\u00eda soportar la presi\u00f3n en el brazo derecho. Voces que no parec\u00edan pertenecer a las caras suspendidas sobre \u00e9l, lo alentaban con bromas y seguridades. Su \u00fanico alivio fue o\u00edr la confirmaci\u00f3n de que hab\u00eda estado en su derecho al cruzar la esquina. Pregunt\u00f3 por la mujer, tratando de dominar la n\u00e1usea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia pr\u00f3xima, supo que la causante del accidente no ten\u00eda m\u00e1s que rasgu\u00f1os en la piernas. \u201cUst\u00e9 la agarr\u00f3 apenas, pero el golpe le hizo saltar la m\u00e1quina de costado\u2026\u201d; Opiniones, recuerdos, despacio, \u00e9ntrenlo de espaldas, as\u00ed va bien, y alguien con guardapolvo d\u00e1ndole de beber un trago que lo alivi\u00f3 en la penumbra de una peque\u00f1a farmacia de barrio.<\/p>\n
La ambulancia policial lleg\u00f3 a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus se\u00f1as al polic\u00eda que lo acompa\u00f1aba. El brazo casi no le dol\u00eda; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lami\u00f3 los labios para beberla. Se sent\u00eda bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada m\u00e1s. El vigilante le dijo que la motocicleta no parec\u00eda muy estropeada. \u201cNatural\u201d, dijo \u00e9l. \u201cComo que me la ligu\u00e9 encima\u2026\u201d Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le dese\u00f3 buena suerte. Ya la n\u00e1usea volv\u00eda poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabell\u00f3n del fondo, pasando bajo \u00e1rboles llenos de p\u00e1jaros, cerr\u00f3 los ojos y dese\u00f3 estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quit\u00e1ndole la ropa y visti\u00e9ndolo con una camisa gris\u00e1cea y dura. Le mov\u00edan cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del est\u00f3mago se habr\u00eda sentido muy bien, casi contento.<\/p>\n
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos despu\u00e9s, con la placa todav\u00eda h\u00fameda puesta sobre el pecho como una l\u00e1pida negra, pas\u00f3 a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acerc\u00f3 y se puso a mirar la radiograf\u00eda. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sinti\u00f3 que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acerc\u00f3 otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palme\u00f3 la mejilla e hizo una se\u00f1a a alguien parado atr\u00e1s.<\/p>\n
Como sue\u00f1o era curioso porque estaba lleno de olores y \u00e9l nunca so\u00f1aba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volv\u00eda nadie. Pero el olor ces\u00f3, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se mov\u00eda huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, ten\u00eda que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su \u00fanica probabilidad era la de esconderse en lo m\u00e1s denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que s\u00f3lo ellos, los motecas, conoc\u00edan.<\/p>\n
Lo que m\u00e1s lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptaci\u00f3n del sue\u00f1o algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no hab\u00eda participado del juego. \u201cHuele a guerra\u201d, pens\u00f3, tocando instintivamente el pu\u00f1al de piedra atravesado en su ce\u00f1idor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inm\u00f3vil, temblando. Tener miedo no era extra\u00f1o, en sus sue\u00f1os abundaba el miedo. Esper\u00f3, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, deb\u00edan estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo te\u00f1\u00eda esa parte del cielo. El sonido no se repiti\u00f3. Hab\u00eda sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como \u00e9l del olor a guerra. Se enderez\u00f3 despacio, venteando. No se o\u00eda nada, pero el miedo segu\u00eda all\u00ed como el olor, ese incienso dulz\u00f3n de la guerra florida. Hab\u00eda que seguir, llegar al coraz\u00f3n de la selva evitando las ci\u00e9nagas. A tientas, agach\u00e1ndose a cada instante para tocar el suelo m\u00e1s duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, busc\u00f3 el rumbo. Entonces sinti\u00f3 una bocanada del olor que m\u00e1s tem\u00eda, y salt\u00f3 desesperado hacia adelante.<\/p>\n
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.<\/p>\n
Abri\u00f3 los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonre\u00edr a su vecino, se despeg\u00f3 casi f\u00edsicamente de la \u00faltima visi\u00f3n de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sinti\u00f3 sed, como si hubiera estado corriendo kil\u00f3metros, pero no quer\u00edan darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el di\u00e1logo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frot\u00f3 con alcohol la cara anterior del muslo, y le clav\u00f3 una gruesa aguja conectada con un tubo que sub\u00eda hasta un frasco lleno de l\u00edquido opalino. Un m\u00e9dico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajust\u00f3 al brazo sano para verificar alguna cosa. Ca\u00eda la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas ten\u00edan un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una pel\u00edcula aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.<\/p>\n
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, m\u00e1s precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dol\u00eda nada y solamente en la ceja, donde lo hab\u00edan suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y r\u00e1pida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pens\u00f3 que no iba a ser dif\u00edcil dormirse. Un poco inc\u00f3modo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sinti\u00f3 el sabor del caldo, y suspir\u00f3 de felicidad, abandon\u00e1ndose.<\/p>\n
Primero fue una confusi\u00f3n, un atraer hacia s\u00ed todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprend\u00eda que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de \u00e1rboles era menos negro que el resto. \u201cLa calzada\u201d, pens\u00f3. \u201cMe sal\u00ed de la calzada.\u201d Sus pies se hund\u00edan en un colch\u00f3n de hojas y barro, y ya no pod\u00eda dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabi\u00e9ndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agach\u00f3 para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del d\u00eda iba a verla otra vez. Nada pod\u00eda ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo \u00e9l aferraba el mango del pu\u00f1al, subi\u00f3 como un escorpi\u00f3n de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musit\u00f3 la plegaria del ma\u00edz que trae las lunas felices, y la s\u00faplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sent\u00eda al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hac\u00eda insoportable. La guerra florida hab\u00eda empezado con la luna y llevaba ya tres d\u00edas y tres noches. Si consegu\u00eda refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada m\u00e1s all\u00e1 de la regi\u00f3n de las ci\u00e9nagas, quiz\u00e1 los guerreros no le siguieran el rastro. Pens\u00f3 en la cantidad de prisioneros que ya habr\u00edan hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuar\u00eda hasta que los sacerdotes dieran la se\u00f1al del regreso. Todo ten\u00eda su n\u00famero y su fin, y \u00e9l estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.<\/p>\n
Oy\u00f3 los gritos y se enderez\u00f3 de un salto, pu\u00f1al en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas movi\u00e9ndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le salt\u00f3 al cuello casi sinti\u00f3 placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanz\u00f3 a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrap\u00f3 desde atr\u00e1s.<\/p>\n
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A m\u00ed me pasaba igual cuando me oper\u00e9 del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.<\/p>\n
Al lado de la noche de donde volv\u00eda, la penumbra tibia de la sala le pareci\u00f3 deliciosa. Una l\u00e1mpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se o\u00eda toser, respirar fuerte, a veces un di\u00e1logo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin\u2026 Pero no quer\u00eda seguir pensando en la pesadilla. Hab\u00eda tantas cosas en qu\u00e9 entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan c\u00f3modamente se lo sosten\u00edan en el aire. Le hab\u00edan puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebi\u00f3 del gollete, golosamente. Distingu\u00eda ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no deb\u00eda tener tanta fiebre, sent\u00eda fresca la cara. La ceja le dol\u00eda apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. \u00bfQui\u00e9n hubiera pensado que la cosa iba a acabar as\u00ed? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que hab\u00eda ah\u00ed como un hueco, un vac\u00edo que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo hab\u00edan levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo ten\u00eda la sensaci\u00f3n de que ese hueco, esa nada, hab\u00eda durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, m\u00e1s bien como si en ese hueco \u00e9l hubiera pasado a trav\u00e9s de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro hab\u00eda sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusi\u00f3n en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al d\u00eda y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntar\u00eda alguna vez al m\u00e9dico de la oficina. Ahora volv\u00eda a ganarlo el sue\u00f1o, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quiz\u00e1 pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la l\u00e1mpara en lo alto se iba apagando poco a poco.<\/p>\n
Como dorm\u00eda de espaldas, no lo sorprendi\u00f3 la posici\u00f3n en que volv\u00eda a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerr\u00f3 la garganta y lo oblig\u00f3 a comprender. In\u00fatil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolv\u00eda una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sinti\u00f3 las sogas en las mu\u00f1ecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y h\u00famedo. El fr\u00edo le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el ment\u00f3n busc\u00f3 torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo hab\u00edan arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria pod\u00eda salvarlo del final. Lejanamente, como filtr\u00e1ndose entre las piedras del calabozo, oy\u00f3 los atabales de la fiesta. Lo hab\u00edan tra\u00eddo al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.<\/p>\n
Oy\u00f3 gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era \u00e9l que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defend\u00eda con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pens\u00f3 en sus compa\u00f1eros que llenar\u00edan otras mazmorras, y en los que ascend\u00edan ya los pelda\u00f1os del sacrificio. Grit\u00f3 de nuevo sofocadamente, casi no pod\u00eda abrir la boca, ten\u00eda las mand\u00edbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudi\u00f3 como un l\u00e1tigo. Convulso, retorci\u00e9ndose, luch\u00f3 por zafarse de las cuerdas que se le hund\u00edan en la carne. Su brazo derecho, el m\u00e1s fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le lleg\u00f3 antes que la luz. Apenas ce\u00f1idos con el taparrabos de la ceremonia, los ac\u00f3litos de los sacerdotes se le acercaron mir\u00e1ndolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sinti\u00f3 alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro ac\u00f3litos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los ac\u00f3litos deb\u00edan agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante \u00e9l la escalinata incendiada de gritos y danzas, ser\u00eda el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente oler\u00eda el aire libre lleno de estrellas, pero todav\u00eda no, andaban llev\u00e1ndolo sin fin en la penumbra roja, tirone\u00e1ndolo brutalmente, y \u00e9l no quer\u00eda, pero c\u00f3mo impedirlo si le hab\u00edan arrancado el amuleto que era su verdadero coraz\u00f3n, el centro de la vida.<\/p>\n
Sali\u00f3 de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pens\u00f3 que deb\u00eda haber gritado, pero sus vecinos dorm\u00edan callados. En la mesa de noche, la botella de agua ten\u00eda algo de burbuja, de imagen trasl\u00facida contra la sombra azulada de los ventanales. Jade\u00f3 buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas im\u00e1genes que segu\u00edan pegadas a sus p\u00e1rpados. Cada vez que cerraba los ojos las ve\u00eda formarse instant\u00e1neamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo proteg\u00eda, que pronto iba a amanecer, con el buen sue\u00f1o profundo que se tiene a esa hora, sin im\u00e1genes, sin nada\u2026 Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era m\u00e1s fuerte que \u00e9l. Hizo un \u00faltimo esfuerzo, con la mano sana esboz\u00f3 un gesto hacia la botella de agua; no lleg\u00f3 a tomarla, sus dedos se cerraron en un vac\u00edo otra vez negro, y el pasadizo segu\u00eda interminable, roca tras roca, con s\u00fabitas fulguraciones rojizas, y \u00e9l boca arriba gimi\u00f3 apagadamente porque el techo iba a acabarse, sub\u00eda, abri\u00e9ndose como una boca de sombra, y los ac\u00f3litos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cay\u00f3 en la cara donde los ojos no quer\u00edan verla, desesperadamente se cerraban y abr\u00edan buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abr\u00edan era la noche y la luna mientras lo sub\u00edan por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaiv\u00e9n de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una \u00faltima esperanza apret\u00f3 los p\u00e1rpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo crey\u00f3 que lo lograr\u00eda, porque estaba otra vez inm\u00f3vil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero ol\u00eda a muerte y cuando abri\u00f3 los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que ven\u00eda hacia \u00e9l con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanz\u00f3 a cerrar otra vez los p\u00e1rpados, aunque ahora sab\u00eda que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sue\u00f1o maravilloso hab\u00eda sido el otro, absurdo como todos los sue\u00f1os; un sue\u00f1o en el que hab\u00eda andado por extra\u00f1as avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ard\u00edan sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sue\u00f1o tambi\u00e9n lo hab\u00edan alzado del suelo, tambi\u00e9n alguien se le hab\u00eda acercado con un cuchillo en la mano, a \u00e9l tendido boca arriba, a \u00e9l boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.<\/p>\n<\/div>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"
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