{"id":941,"date":"2019-04-25T14:02:50","date_gmt":"2019-04-25T14:02:50","guid":{"rendered":"http:\/\/tecuentoalgo.com\/?p=941"},"modified":"2021-04-24T21:06:02","modified_gmt":"2021-04-24T21:06:02","slug":"bruja-julio-cortazar","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/tecuentoalgo.com\/bruja-julio-cortazar\/","title":{"rendered":"Bruja – Julio Cort\u00e1zar"},"content":{"rendered":"
D<\/span>eja caer las agujas sobre el regazo. La mecedora se mueve imperceptiblemente. Paula tiene una de esas extra\u00f1as impresiones que la acometen de tiempo en tiempo; la necesidad imperiosa de aprehender todo lo que sus sentidos puedan alcanzar en el instante. Trata de ordenar sus inmediatas intuiciones, identificarlas y hacerlas conocimiento: movimiento de la mecedora, dolor en el pie izquierdo, picaz\u00f3n en la ra\u00edz del cabello, gusto a canela, canto del canario flauta, luz violeta en la ventana, sombras moradas a ambos lados de la pieza, olor a viejo, a lana, a paquetes de cartas. Apenas ha concluido el an\u00e1lisis cuando la invade una violenta infelicidad, una opresi\u00f3n f\u00edsica como un bolo hist\u00e9rico que le sube a las fauces y le impulsa a correr, a marcharse, a cambiar de vida; cosas a las que una profunda inspiraci\u00f3n, cerrar dos segundos los ojos y llamarse a s\u00ed misma est\u00fapida bastan para anular f\u00e1cilmente.<\/p>\n La juventud de Paula ha sido triste y silenciosa, como ocurre en los pueblos a toda muchacha que prefiera la lectura a los paseos por la plaza, desde\u00f1e pretendientes regulares y se someta al espacio de una casa como suficiente dimensi\u00f3n de vida. Por eso, al apartar ahora los claros ojos del tejido \u2014un pull-over gris simpl\u00edsimo\u2014, se acent\u00faa en su rostro la sombr\u00eda conformidad del que alcanza la paz a trav\u00e9s de moderado razonamiento y no con el alegre desorden de una existencia total. Es una muchacha triste, buena, sola. Tiene veinticinco a\u00f1os, terrores nocturnos, algo de melancol\u00eda. Toca Schumann en el piano y a veces Mendelssohn; no canta nunca pero su madre, muerta ya, recordaba anta\u00f1o haberla o\u00eddo silbar quedamente cuando ten\u00eda quince a\u00f1os, por las tardes.<\/p>\n \u2014Sea como sea \u2014pronuncia Paula\u2014, me gustar\u00eda tener aqu\u00ed unos bombones.<\/p>\n Sonr\u00ede ante la f\u00e1cil y ventajosa sustituci\u00f3n de anhelos; su horrible ansiedad de fuga se ha resumido en un modesto capricho. Pero deja de sonre\u00edr como si le arrancaran la risa de la boca: el recuerdo de la mosca se asocia a su deseo, le trae un inquieto temblor a las manos vacantes.<\/p>\n Paula tiene diez a\u00f1os. La l\u00e1mpara del comedor siembra de rojos destellos su nuca y la corta melena. Por sobre ella \u2014que los siente alt\u00edsimos, lejanos, imposibles\u2014, sus padres y el viejo t\u00edo discuten cuestiones incomprensibles. La negrita sirvienta ha puesto frente a Paula el inapelable plato de sopa. Es preciso comer, antes que la frente de la madre se pliegue con sorprendido disgusto, antes que el padre, a su izquierda, diga: \u00abPaula\u00bb, y deposite en esa simple nominaci\u00f3n una velada suerte de amenazas.<\/p>\n Comer la sopa. No tomarla: comerla. Es espesa, de tibia s\u00e9mola; ella odia la pasta blanquecina y h\u00fameda. Piensa que si la casualidad trajera una mosca a precipitarse en la inmensa ci\u00e9naga amarilla del plato, le permitir\u00edan suprimirlo, la salvar\u00edan del abominable ritual. Una mosca que cayera en su plato. Nada m\u00e1s que una peque\u00f1a, m\u00edsera mosca opalina.<\/p>\n Intensamente tiene los ojos puestos en la sopa. Piensa en una mosca, la desea, la espera.<\/p>\n Y entonces la mosca surge en el exacto centro de la s\u00e9mola. Viscosa y lamentable, arrastr\u00e1ndose unos mil\u00edmetros antes de sucumbir quemada.<\/p>\n Se llevan el plato y Paula est\u00e1 a salvo. Pero ella jam\u00e1s confesar\u00e1 la verdad; jam\u00e1s dir\u00e1 que no ha visto caer la mosca en la s\u00e9mola. La ha visto aparecer, que es distinto.<\/p>\n Todav\u00eda estremecida por el recuerdo, Paula se pregunta la raz\u00f3n de no haber insistido, alcanzado la seguridad de lo que sospecha. Tiene miedo: \u00e9sa es la respuesta. Toda su vida ha tenido miedo. Nadie cree en las brujas, pero si descubren una la matan. Paula ha guardado en el vasto cofre de sus muchos silencios una \u00edntima seguridad; algo le dice que ella puede. Ha dejado irse la infancia entre balbuceos y esperanzas; est\u00e1 viendo pasar su juventud como una trist\u00edsima diadema suspendida en el aire por manos vacilantes, deshoj\u00e1ndose despacio. Su vida es as\u00ed; tiene miedo, quisiera comer bombones. Los pull-overs y las ma\u00f1anitas se amontonan en los armarios; tambi\u00e9n los manteles finamente dise\u00f1ados con motivos de Puvis de Chavannes. No ha querido adaptarse al pueblo; Ra\u00fal, Atilio Gonz\u00e1lez, el p\u00e1lido Ren\u00e9, son testigos de anta\u00f1o; la quisieron, la buscaron, ella les sonri\u00f3 al rechazarlos. Los tem\u00eda como a s\u00ed misma.<\/p>\n \u2014Sea como sea, me gustar\u00eda tener aqu\u00ed unos bombones.<\/p>\n Est\u00e1 sola en la casa. El viejo t\u00edo juega al billar en el Tokio. Empieza Paula a sentir la tentaci\u00f3n, por primera vez intensa hasta darle n\u00e1useas. Por qu\u00e9 no, por qu\u00e9 no. Afirma preguntando, pregunta al afirmar. Es ya algo fatal, hay que hacerlo. Y como aquella vez, concentra su deseo en los ojos, proyecta la mirada sobre la mesa baja puesta al lado de la mecedora, toda ella se lanza tras su mirada hasta sentir de s\u00ed misma como un vac\u00edo, un gran molde hueco que antes ocupara, una evasi\u00f3n total que la desgaja de su ser, la proyecta en voluntad…<\/p>\n Y ve surgir poco a poco la materializaci\u00f3n de su deseo. Finas l\u00e1minas rosadas, reflejos tenues de papel de plata con listas azules y rojas; brillo de mentas, de nueces pulimentadas; oscura concreci\u00f3n del chocolate perfumado. Todo ello transparente, di\u00e1fano; el sol que alcanza el borde de la mesa percute en la creciente masa, la llena de transl\u00facidas penetraciones; pero Paula fija todav\u00eda m\u00e1s la voluntad en su obra e irrumpe al fin la opacidad triunfante de la materia lograda. El sol es rechazado en cada pulida superficie, las palabras de las envolturas se afirman categ\u00f3ricas; y eso es una fina pir\u00e1mide de bombones. Praline. Moka. Nougat. Rhum. Kummel. Maroc…<\/p>\n La iglesia es ancha, pegada a la tierra. Las mujeres retardan con charlas su vuelta de misa, apoyando en la sombra espesa de los \u00e1rboles placeros el deseo de quedarse. Han visto asomar a Paula bellamente vestida de azul, y la contemplan insidiosas en su furtivo camino solitario. El misterio de esa nueva vida las altera, las enajena; apenas puede tolerarse que el misterio resista tanta prolija indagaci\u00f3n. El viejo t\u00edo ha muerto; Paula vive sola en la casa. Nunca hubo fortuna en la familia; pero ese vestido azul…<\/p>\n Y el anillo; porque han visto el anillo centelleante que a veces, en los intervalos del cine local, se enciende con insolencia cuando Paula, mec\u00e1nicamente, echa hacia atr\u00e1s el ala vibrante de su pelo casta\u00f1o.<\/p>\n Paula reza diariamente en la iglesia del pueblo. Reza por s\u00ed, por su horrendo crimen. Reza por haber matado un ser humano.<\/p>\n \u00bfEra un ser humano? S\u00ed lo era, s\u00ed lo era. C\u00f3mo pudo ella dejarse arrastrar por la tentaci\u00f3n, invadir los territorios de lo anormal, desear una figurita animada que le recordara sus mu\u00f1ecas de infancia. El anillo, el vestido azul, todo estaba bien; no hab\u00eda pecado en desearlos. Pero concebir la mu\u00f1eca viva, pensarla sin renuncia… Aquella medianoche, la figurita se sent\u00f3 en el borde de la mesa sonriendo con timidez. Ten\u00eda pelo negro, pollera roja, corselete blanco; era su mu\u00f1eca Nen\u00e9, pero estaba viva. Parec\u00eda una ni\u00f1a, y con todo Paula presinti\u00f3 que una terrible madurez informaba ese cuerpo de veinte cent\u00edmetros de alto. Una mujer, una mujer que su extrav\u00edo acababa de crear.<\/p>\n Y entonces la mat\u00f3. Le fue preciso borrar la obra que fatalmente ser\u00eda descubierta y atraer\u00eda sobre ella el nombre y el castigo de las brujas. Paula conoc\u00eda su pueblo; no tuvo valor de huir. Casi nadie huye de los pueblos, y por eso los pueblos triunfan. De noche, cuando la figurita silenciosa y sonriente se durmi\u00f3 sobre un almohad\u00f3n, Paula la llev\u00f3 a la cocina, la puso en el horno de gas y abri\u00f3 la llave.<\/p>\n Estaba enterrada en el patio del limonero. Por ella y por s\u00ed misma, la asesina rezaba, diariamente en la iglesia.<\/p>\n Es de tarde, llueve. Vivir es triste en una casa sola. Paula lee poco, apenas toca el piano. Quisiera algo, no sabe qu\u00e9. Quisiera no tener miedo, evadirse. Piensa en Buenos Aires; acaso en Buenos Aires, donde no la conocen. Acaso en Buenos Aires. Pero su raz\u00f3n le dice que mientras se lleve a s\u00ed misma consigo el miedo ahogar\u00e1 su felicidad en todas partes. Quedarse, entonces, y ser pasablemente dichosa. Crearse una dicha hogare\u00f1a, envolverse en el cumplimiento de mil peque\u00f1os deseos, de los caprichos minuciosamente destruidos en su infancia y su juventud. Ahora que ella puede, que lo puede todo. Due\u00f1a del mundo, si solamente se animara a…<\/p>\n Pero el miedo y la timidez le cierran la garganta. Bruja, bruja.<\/p>\n Para las brujas, el infierno.<\/p>\n Las mujeres no tienen toda la culpa. Si creen que Paula vende en secreto su cuerpo es porque el origen de tan ins\u00f3lito bienestar les es incomprensible. Est\u00e1 la cuesti\u00f3n de su casa de campo. Las ropas y el auto, la piscina, los perros finos y el abrigo de vis\u00f3n. Pero el amante no habita en el pueblo, eso es seguro; y Paula no se aleja casi nunca de su residencia. \u00bfHabr\u00e1 hombres tan poco exigentes?<\/p>\n Ella cosecha las miradas, recoge comentarios por boca de pocos amigos de familia que acuden a veces, con lenguaje libre de preguntas, a beber una taza de t\u00e9. Sonr\u00ede tristemente y dice que no le importa, que es feliz. Sus amigos, antiguos cortejantes convencidos del imposible, comprueban tanta felicidad en la mirada de Paula. Ahora hay como un brillo de f\u00f3sforo en sus pupilas claras. Cuando vierte el t\u00e9 en las finas tazas su gesto tiene algo de triunfante, contenido por un car\u00e1cter t\u00edmido que se rehuye a s\u00ed mismo la ostentaci\u00f3n de lo logrado.<\/p>\n A solas, Paula recuerda su labor de demiurgo; la lenta, meticulosa realizaci\u00f3n de los deseos. El primer problema fue la casa; tener una casa en las afueras del pueblo, con la comodidad que su ocio reclamaba. Busc\u00f3 el lugar, el ambiente; cerca del camino real, aunque no excesivamente cerca. Tierras altas, aguas sin sal. Cre\u00f3 dinero para adquirir el terreno y estuvo por confiarse a un arquitecto para que le construyera la residencia. Sin embargo la deten\u00eda el temor de manejar cuestiones financieras, acrecentar sospechas latentes en todo saludo, m\u00e1s precisamente en los muchos silencios desde\u00f1osos. Una tarde, a solas en su tierra, pens\u00f3 crear la casa pero tuvo miedo. La vigilaban, la segu\u00edan; en los pueblos una casa no brota de la nada. No debe brotar de la nada. Hab\u00eda que acudir al arquitecto, entonces; Paula dudaba, amedrent\u00e1ndose ante cada problema. Irse del pueblo hubiera concluido con todo; eso y ser valiente: los imposibles.<\/p>\n Entonces hizo algo grande: crear, no la casa, sino la construcci\u00f3n de la casa. Aplic\u00e1ndose noche y d\u00eda, logr\u00f3 que la residencia fuera edificada sin despertar en nadie el temido azoramiento. Cre\u00f3 paso a paso la construcci\u00f3n de su finca, y aunque hubo d\u00edas en que se pregunt\u00f3 qu\u00e9 har\u00edan los obreros al concluirla, tuvo al fin la satisfacci\u00f3n de ver que aquellos hombres se marchaban en silencio, contando su dinero. Entonces entr\u00f3 en su casa, que era verdaderamente hermosa, y se dedic\u00f3 a amueblarla poco a poco.<\/p>\n Era divertido; tomaba una revista, en busca de un ambiente que la complaciera, eleg\u00eda el lugar preciso y creaba cosa por cosa esas predilectas im\u00e1genes. Tuvo gobelinos; tuvo un tapiz de Teher\u00e1n; tuvo un cuadro de Guido Reni; tuvo peces chinescos, perros pomerania, una cig\u00fce\u00f1a. Los pocos amigos que acud\u00edan a la casa eran recibidos en habitaciones prolijas, de discreto gusto burgu\u00e9s; Paula los esperaba cordialmente, los llevaba a pasear por la casa y los jardines, mostr\u00e1ndoles los crisantemos y las violetas; y como ella era la discreci\u00f3n misma, los visitantes beb\u00edan su t\u00e9 y se marchaban de la residencia sin descubrir nada nuevo.<\/p>\n Integr\u00f3 una biblioteca con vol\u00famenes rosa, tuvo casi todos los discos de Pedro Vargas y algunos de Elvira R\u00edos; lleg\u00f3 un momento en que ya poco deseaba y su capricho s\u00f3lo hall\u00f3 ejercicio en alguna golosina, un perfume nuevo, una saz\u00f3n de pescado. Pero despu\u00e9s Paula quiso tener un hombre que la amara, y aunque vacil\u00f3 largo tiempo entre recibir en su lecho a cualquiera de sus fieles pretendientes o crear un ser que cumpliera en todo sus rom\u00e1nticas visiones de anta\u00f1o, comprendi\u00f3 que no hab\u00eda alternativas y que le era forzoso decidirse por lo \u00faltimo. Un amante del pueblo hubiera preguntado, inquirido hasta descubrir, m\u00e1s all\u00e1 de la sonrisa, el poder de la bruja. Y entonces hubiera sido el terror, la persecuci\u00f3n, la locura.<\/p>\n Cre\u00f3 su hombre. Su hombre la am\u00f3. Era bello, fino, se llamaba Esteban, jam\u00e1s quer\u00eda salir de la casa: as\u00ed ten\u00eda que ser. Ya enteramente aislada de sus semejantes, Paula neg\u00f3 el t\u00e9 a los amigos y \u00e9stos presintieron la regencia de un macho en la casa. Tristes de coraz\u00f3n, se volvieron al pueblo.<\/p>\n Ella recuerda ahora su labor de demiurgo. Es casi de noche; Paula no est\u00e1 triste y sin embargo hay una mano fr\u00eda que se apoya en su pecho, cubri\u00e9ndole el hueco entre los senos con una firme opresi\u00f3n. \u00abEstoy cansada\u00bb, se dice. \u00abHe tenido que pensar tanto, que desear tanto…\u00bb. Comprende, sin palabras, la tremenda fatiga de Dios. Tambi\u00e9n ella necesita su s\u00e9ptimo d\u00eda para ser enteramente feliz.<\/p>\n Esteban se reclina a su lado, mir\u00e1ndola con hondos ojos negros; le sonr\u00ede, un poco como un hijo.<\/p>\n \u2014Paula \u2014murmura.<\/p>\n Ella le acaricia el pelo sin hablar. Es dif\u00edcil no sentirse maternal con ese muchacho demasiado sensible, desasido de todo lazo humano, \u00edntegramente dado a la tarea de adorarla. Esteban no hace preguntas, parece estar siempre esperando su voz. Es mejor as\u00ed.<\/p>\n Y de pronto, como una lejana llamada de cuernos, Paula tiene la d\u00e9bil pero distinta sensaci\u00f3n de estar enferma, de que se va a morir, de que el s\u00e9ptimo d\u00eda viene sin aplazo posible.<\/p>\n Cuando los dos m\u00e9dicos retornan al pueblo, es bien poco lo que tienen que decir. Lo mismo al siguiente d\u00eda. En la tarde del tercero, el autom\u00f3vil de los m\u00e9dicos rodea la plaza y se detiene ante la cocher\u00eda principal.<\/p>\n Es entonces que los amigos de Paula deben luchar contra el desatado rencor de todo un pueblo cristiano. Las esposas, las hermanas, los profesores de moral lugare\u00f1a; hay quienes aspiran a que Paula se corrompa en la soledad de su casa, libre y abandonada como su vida. Lo que se elige en este mundo ha de mantenerse en el otro. Y son pocos, apenas cinco hombres silenciosos, los que acuden por la noche a la residencia para velar el cad\u00e1ver de la amiga.<\/p>\n Los empleados de la cocher\u00eda y dos mujeres de la granja vecina han puesto a la muerta en el ata\u00fad y montado la capilla ardiente. Los amigos encuentran, casi sin sorpresa, a Esteban. Lo ven por primera vez, estrechan su mano. Esteban parece no comprender; est\u00e1 sentado en un alto sill\u00f3n de respaldo calado, a la derecha del cad\u00e1ver. A intervalos se levanta, va hasta Paula y la besa en la boca; un beso fresco, fuerte, que los amigos contemplan con espanto. El beso de un joven guerrero a su diosa antes de la batalla. Despu\u00e9s vuelve Esteban a su asiento y se inmoviliza, mirando por encima del ata\u00fad hacia la pared.<\/p>\n Paula ha muerto al atardecer y es medianoche ya. Los amigos est\u00e1n solos, con ella y Esteban. Afuera hace fr\u00edo y algunos piensan en el pueblo, en las botellas de agua caliente de los lechos, en los boletines de radio.<\/p>\n En semic\u00edrculo miran a Paula que yace sin esfuerzo, como por fin liberada de una carga superior a sus peque\u00f1os hombros que han conservado siempre algo de la forma ni\u00f1a. Las largu\u00edsimas pesta\u00f1as vierten una m\u00ednima sombra sobre los p\u00f3mulos grises. Los m\u00e9dicos han dicho que su muerte ha sido lenta pero sin lucha, como una madurez de fruto. Y por los cinco amigos pasa, alternativamente, el mismo tierno y manido pensamiento: \u00abParece dormida\u00bb.<\/p>\n \u00bfPor qu\u00e9 entra tanto fr\u00edo en la habitaci\u00f3n? Es repentino, por bocanadas crecientes. Tal vez un fr\u00edo que nace de adentro, piensan los amigos; suele sentirse en los velatorios. Un poco de co\u00f1ac… Y cuando uno de ellos mira a Esteban, r\u00edgido en su sill\u00f3n, siente como un horror que repentinamente le crece y le invade el pelo, las manos, la lengua; a trav\u00e9s del pecho de Esteban est\u00e1 viendo los calados del respaldo del sill\u00f3n. Los otros siguen su mirada y lividecen. El fr\u00edo sube, sube como una marea. M\u00e1s all\u00e1 de la puerta cerrada se yergue de pronto la masa espesa del monte de eucaliptos ba\u00f1ado de luna; y ellos comprenden que lo est\u00e1n viendo trav\u00e9s de la puerta cerrada. Ahora son las paredes que ceden ante el paisaje del campo, la granja vecina, todo bajo una cruda luz de plenilunio; y Esteban es ya una burbuja de gelatina, bello y lamentable en su sill\u00f3n que cede como \u00e9l ante el avance de la nada. Del techo entra un chorro de luz plateada quitando nitidez a los resplandores de la capilla ardiente. Por la suela de los zapatos sienten ahora los cinco amigos filtrarse una humedad de tierra fresca, con c\u00e9sped y tr\u00e9boles, y cuando se miran, incapaces de pronunciar la primera palabra de la revelaci\u00f3n, est\u00e1n ya solos con Paula, con Paula y la capilla ardiente que se levanta desnuda en medio del campo, bajo la luna inevitable.<\/p>\n FIN<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":" Deja caer las agujas sobre el regazo. La mecedora se mueve imperceptiblemente. Paula tiene una de esas extra\u00f1as impresiones que la acometen de tiempo en tiempo; la necesidad imperiosa de aprehender todo lo que sus sentidos puedan alcanzar en el instante. 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