Yo estaba predispuesto a sentir antipat\u00eda por el se\u00f1or Kelada aun sin haberlo conocido. La guerra acababa de terminar y el tr\u00e1fico de pasajeros en las l\u00edneas oce\u00e1nicas era intenso. Era dif\u00edcil encontrar lugar y hab\u00eda que tomar lo que ofrecieran los agentes. No se pod\u00eda esperar un camarote para uno solo, y yo agradec\u00eda el m\u00edo con s\u00f3lo dos camas. Pero cuando escuch\u00e9 el nombre de mi compa\u00f1ero mi coraz\u00f3n se hundi\u00f3. Sugiri\u00f3 puertas cerradas y la exclusi\u00f3n total del aire nocturno. Ya era bastante malo compartir un camarote por catorce d\u00edas con cualquiera (yo viajaba de San Francisco a Yokohama), pero habr\u00eda sido menos mi consternaci\u00f3n si el nombre de mi compa\u00f1ero de cuarto hubiera sido Smith o Brown.<\/p>\n
Cuando sub\u00ed a bordo ya se encontraba ah\u00ed el equipaje del se\u00f1or Kelada. No me gust\u00f3 su aspecto, hab\u00eda demasiadas etiquetas en las valijas y el ba\u00fal de ropa era demasiado grande. Hab\u00eda desempacado sus objetos para el ba\u00f1o y observ\u00e9 el excelente Monsieur Coty; porque en el lavabo estaba su perfume, su jab\u00f3n para el pelo y su brillantina.<\/p>\n
Los cepillos del se\u00f1or Kelada, \u00e9bano con su monograma en oro, habr\u00edan estado mejor para una friega. El se\u00f1or Kelada no me gustaba en absoluto. Fui al sal\u00f3n fumador. Ped\u00ed un paquete de cartas y empec\u00e9 a jugar paciencia.<\/p>\n
Apenas hab\u00eda empezado cuando un hombre vino y me pregunt\u00f3 si no se equivocaba al pensar que mi nombre era tal y tal.<\/p>\n
-Yo soy Kelada -a\u00f1adi\u00f3 con una sonrisa que dejaba ver una fila de dientes brillantes, y se sent\u00f3.<\/p>\n
-Oh, s\u00ed, compartimos un camarote, creo.<\/p>\n
-Eso es suerte, dir\u00eda yo. Uno nunca sabe con qui\u00e9n lo van a poner, me alegr\u00e9 cuando supe que usted era ingl\u00e9s. Soy partidario de que nosotros los ingleses nos congreguemos cuando estamos en el extranjero, usted me entiende.<\/p>\n
Parpade\u00e9.<\/p>\n
-\u00bfEs usted ingl\u00e9s? -pregunt\u00e9, quiz\u00e1 con falta de tacto.<\/p>\n
-Bastante. \u00bfUsted no creer\u00e1 que soy estadounidense, o s\u00ed? Brit\u00e1nico hasta la m\u00e9dula, eso es lo que soy.<\/p>\n
Para probarlo, el se\u00f1or Kelada sac\u00f3 su pasaporte del bolsillo y lo despleg\u00f3 bajo mi nariz.<\/p>\n
El rey Jorge tiene muchos s\u00fabditos extra\u00f1os. El se\u00f1or Kelada era bajo y de complexi\u00f3n robusta, bien afeitado y de piel oscura, con una nariz carnosa y ganchuda y ojos grandes y brillantes. Su cabello era negro y levemente rizado. Hablaba con una fluidez en la que no hab\u00eda nada ingl\u00e9s y sus gestos eran exuberantes. Estuve seguro de que una inspecci\u00f3n m\u00e1s detenida a su pasaporte habr\u00eda traicionado el hecho de que el se\u00f1or Kelada hubiera nacido bajo el cielo azul que suele verse en Inglaterra.<\/p>\n
-\u00bfQu\u00e9 toma usted? -me pregunt\u00f3.<\/p>\n
Lo mire con vacilaci\u00f3n. La prohibici\u00f3n estaba en vigor y todo indicaba que el barco estaba seco. Cuando no estoy sediento no s\u00e9 que me desagrada m\u00e1s, si el\u00a0ginger ale<\/i>\u00a0o el refresco de lim\u00f3n. Pero el se\u00f1or Kelada me dirigi\u00f3 una brillante sonrisa oriental.<\/p>\n
-Whisky con soda o un martini seco, usted solo tiene que decirlo.<\/p>\n
Sac\u00f3 un frasco de cada uno de sus bolsillos y los puso en la mesa ante m\u00ed. Escog\u00ed el martini, y llamando al camarero orden\u00f3 una jarra de hielo y un par de vasos.<\/p>\n
-Muy buen coctel -dije yo.<\/p>\n
-Bueno, hay muchos m\u00e1s en el lugar de donde vino \u00e9ste, y si tiene amigos a bordo, d\u00edgales que tiene un camarada que posee todo el licor del mundo.<\/p>\n
El se\u00f1or Kelada era platicador. Habl\u00f3 de Nueva York y de San Francisco. Discuti\u00f3 obras de teatro, pel\u00edculas y pol\u00edtica. Era patri\u00f3tico. La bandera inglesa es un buen pa\u00f1o, pero cuando es ondeada por un el se\u00f1or de Alejandr\u00eda o Beirut, no puedo evitar sentir que de alg\u00fan modo pierde algo de su dignidad. El se\u00f1or Kelada era familiar. No deseo darme aires, pero no puedo evitar sentir que lo apropiado para un extra\u00f1o total es poner \u201cse\u00f1or\u201d antes de mi nombre cuando se dirige a m\u00ed. El se\u00f1or Kelada, sin duda para que yo me sintiera c\u00f3modo, no empleaba tal formalidad. No me gustaba el se\u00f1or Kelada. Yo hab\u00eda hecho a un lado las cartas cuando se sent\u00f3, pero ahora, pensando que para esta primera ocasi\u00f3n nuestra pl\u00e1tica ya hab\u00eda durado bastante, segu\u00ed con mi juego.<\/p>\n
-El tres sobre el cuatro -dijo el se\u00f1or Kelada.<\/p>\n
No hay nada m\u00e1s exasperante cuando usted est\u00e1 jugando paciencia que le digan d\u00f3nde poner la carta que ha volteado antes de que la haya visto usted mismo.<\/p>\n
-Est\u00e1 saliendo, est\u00e1 saliendo -grit\u00f3 \u00e9l-. El diez sobre la jota.<\/p>\n
Furioso, di por terminado el solitario.<\/p>\n
Entonces \u00e9l tom\u00f3 el paquete.<\/p>\n
-\u00bfLe gustan los juegos de cartas?<\/p>\n
-No, odio los juegos de cartas -contest\u00e9.<\/p>\n
-S\u00f3lo le mostrar\u00e9 este.<\/p>\n
Me mostr\u00f3 tres. Entonces dije que bajar\u00eda al sal\u00f3n comedor y apartar\u00eda lugar a la mesa.<\/p>\n
-Oh, eso est\u00e1 bien -dijo \u00e9l-. Ya apart\u00e9 un lugar para usted. Pens\u00e9 que como est\u00e1bamos en el mismo cuarto podr\u00edamos sentarnos en la misma mesa.<\/p>\n
Repito que no me era simp\u00e1tico el se\u00f1or Kelada.<\/p>\n
No s\u00f3lo compart\u00eda un camarote con \u00e9l y com\u00eda con \u00e9l tres comidas al d\u00eda, sino que no pod\u00eda caminar por el puente sin su compa\u00f1\u00eda. Era imposible desairarlo. A \u00e9l nunca se le ocurrir\u00eda que no fuera deseado. Estaba seguro de que usted ser\u00eda tan feliz de verlo como \u00e9l a usted. En su propia casa usted lo habr\u00eda sacado a patadas y cerrado la puerta en su cara sin que \u00e9l tuviera la sospecha de que no era un visitante bienvenido. Era bueno para relacionarse y en tres d\u00edas conoc\u00eda a todos a bordo. Manejaba todo. Manejaba las loter\u00edas, conduc\u00eda las subastas, recog\u00eda el dinero para los premios a los deportes, entregaba fichas y dirig\u00eda los juegos de golf, organizaba el concierto y el baile de trajes t\u00edpicos. Estaba en todas partes siempre. Con certeza, era el hombre m\u00e1s odiado en el mundo. Lo llam\u00e1bamos el se\u00f1or sabelotodo, incluso en su cara. Lo tomaba como un halago. Pero era en las comidas cuando resultaba m\u00e1s intolerable. La mayor parte de una hora nos ten\u00eda a su merced. Era entusiasta, jovial, locuaz y argumentativo. Sab\u00eda todo mejor que cualquiera, y era una afrenta a su sobresaliente vanidad que usted estuviera en desacuerdo con \u00e9l. No soltar\u00eda un tema, sin importar qu\u00e9 poco importante fuera, hasta que lo hubiera llevado a su propia forma de pensar. Nunca se le ocurri\u00f3 la posibilidad de estar equivocado. Era el tipo que sab\u00eda. \u00a0 Nos sentamos ante la mesa del doctor. El se\u00f1or Kelada impondr\u00eda su estilo, porque el doctor era perezoso y yo era un indiferente total, excepto por un hombre llamado Ramsay que tambi\u00e9n se sent\u00f3 ah\u00ed. Era tan dogm\u00e1tico como el se\u00f1or Kelada y resent\u00eda amargamente la arrogancia levantina. Las discusiones que tuvieron fueron encendidas e interminables. Ramsay estaba en el servicio consular estadounidense y radicado en Kobe. Era un gran tipo corpulento del medio oeste, con grasa suelta debajo de una piel apretada, y se desbordaba en su ropa de almac\u00e9n. Regresaba a su puesto, luego de recoger a su mujer en Nueva York que hab\u00eda pasado un a\u00f1o ah\u00ed. La se\u00f1ora Ramsay ten\u00eda su gracia, con formas agradables y sentido del humor. El servicio consular es mal pagado, y ella se vest\u00eda muy sencillo, pero sab\u00eda c\u00f3mo portar su ropa. Lograba un efecto de serena distinci\u00f3n. No le habr\u00eda prestado ninguna atenci\u00f3n especial, pero ella pose\u00eda una cualidad que puede ser bastante com\u00fan entre las mujeres, pero actualmente no es com\u00fan en su apariencia. En ella brillaba como una flor en un frac.<\/p>\n
Una noche en la cena la conversaci\u00f3n deriv\u00f3 por suerte sobre el tema de las perlas. En los peri\u00f3dicos hab\u00edan aparecido muchas notas sobre las perlas cultivadas que estaban fabricando los astutos japoneses, y el doctor se\u00f1al\u00f3 que \u00e9stas disminuir\u00edan el valor de las verdaderas inevitablemente. Ya eran muy buenas y pronto ser\u00edan perfectas. El se\u00f1or Kelada, como era su costumbre, se arroj\u00f3 sobre el nuevo tema. Nos dijo todo lo que hab\u00eda que saber sobre las perlas. Yo no pens\u00e9 que Ramsay supiera nada sobre ellas en absoluto, pero no pudo resistirse a tener un choque con el levantino, y en cinco minutos est\u00e1bamos en medio de una discusi\u00f3n acalorada. Antes hab\u00eda visto a Kelada vehemente y voluble, pero nunca tan vehemente y voluble como ahora. Al fin, algo que dijo Ramsay lo prendi\u00f3, porque dio un pu\u00f1etazo en la mesa y grit\u00f3.<\/p>\n
-Bueno, yo debo saber de lo que hablo, voy a Jap\u00f3n para ver este asunto de las perlas japonesas. Estoy en el negocio y no existe un hombre que les diga que lo que yo digo sobre las perlas es falso. Conozco las mejores perlas del mundo, y lo que yo no sepa de perlas no vale la pena saberlo.<\/p>\n
Esto era una noticia para nosotros, porque el se\u00f1or Kelada, con toda su locuacidad, no hab\u00eda dicho a nadie cu\u00e1l era su negocio. Sab\u00edamos vagamente que iba a Jap\u00f3n para alguna diligencia comercial. Mir\u00f3 alrededor de la mesa en forma triunfal.<\/p>\n
-Nunca ser\u00e1n capaces de hacer una perla cultivada que un experto como yo no pueda detectar con medio ojo -se\u00f1al\u00f3 el collar que llevaba la se\u00f1ora Ramsay-. Puede creerme, se\u00f1ora Ramsay, ese collar que usted lleva nunca valdr\u00e1 un centavo menos que ahora.<\/p>\n
La se\u00f1ora Ramsay se ruboriz\u00f3 con modestia y desliz\u00f3 el collar dentro de su vestido. Ramsay se aproxim\u00f3. Nos mir\u00f3 mientras asomaba una sonrisa en sus ojos.<\/p>\n
-Es un bonito collar el de la se\u00f1ora Ramsay. \u00bfNo es as\u00ed?<\/p>\n
-Lo percib\u00ed de inmediato -contest\u00f3 el se\u00f1or Kelada- y, me dije: \u201cNo cabe duda: son perlas leg\u00edtimas\u201d.<\/p>\n
-No las compr\u00e9 yo mismo, claro est\u00e1. Me interesar\u00eda saber cu\u00e1nto piensa usted que cuestan.<\/p>\n
-Oh, en el comercio por ah\u00ed unos quince mil d\u00f3lares. Pero si se compr\u00f3 en la Quinta Avenida no me sorprender\u00eda que se hubieran pagado hasta treinta mil d\u00f3lares.<\/p>\n
Ramsay sonri\u00f3 secamente.<\/p>\n
-Sin duda le sorprender\u00eda saber que la se\u00f1ora Ramsay compr\u00f3 ese collar, la v\u00edspera de nuestra salida de Nueva York, por dieciocho d\u00f3lares en uno de los grandes almacenes de la ciudad.<\/p>\n
El se\u00f1or Kelada enrojeci\u00f3.<\/p>\n
-Nada de eso. No s\u00f3lo es leg\u00edtimo, sino es un collar tan bueno por su tama\u00f1o como nunca he visto.<\/p>\n
-\u00bfApostar\u00eda por eso? Le apuesto cien d\u00f3lares a que es imitaci\u00f3n.<\/p>\n
-De acuerdo.<\/p>\n
-Oh, Ulmeh, no puedes apostar sobre un hecho cierto -dijo la se\u00f1ora Ramsay.<\/p>\n
Ella ten\u00eda una sonrisa gentil en los labios y un tono suavemente desaprobatorio.<\/p>\n
-\u00bfNo puedo? Si tengo la oportunidad de obtener dinero as\u00ed de f\u00e1cil ser\u00eda un gran tonto si no lo tomara.<\/p>\n
-\u00bfPero c\u00f3mo puede probarse? -a\u00f1adi\u00f3 ella-. S\u00f3lo es mi palabra contra la del se\u00f1or Kelada.<\/p>\n
-D\u00e9jeme mirar el collar, y si es una imitaci\u00f3n se lo dir\u00e9 de inmediato. Puedo permitirme perder cien d\u00f3lares -dijo el se\u00f1or Kelada.<\/p>\n
-Qu\u00edtatelo, querida. Deja que el caballero lo mire tanto como quiera.<\/p>\n
La se\u00f1ora Ramsay dud\u00f3 un momento. Llev\u00f3 sus manos al broche.<\/p>\n
-No puedo quit\u00e1rmelo -dijo-. El se\u00f1or Kelada tendr\u00e1 que dar por buena mi palabra.<\/p>\n
Tuve una s\u00fabita sospecha de que iba a ocurrir algo desafortunado, pero no se me ocurri\u00f3 nada qu\u00e9 decir.<\/p>\n
Ramsay brinc\u00f3.<\/p>\n
-Yo lo desatar\u00e9.<\/p>\n
Le entreg\u00f3 el collar al se\u00f1or Kelada. El levantino sac\u00f3 una lupa de su bolsillo y lo examin\u00f3 detenidamente. Una sonrisa de triunfo se extendi\u00f3 en su suave cara morena. Regres\u00f3 el collar. Estaba a punto de hablar. De repente observ\u00f3 el rostro de la se\u00f1ora Ramsay. Estaba tan blanca que parec\u00eda a punto de desmayarse. Lo miraba con ojos muy abiertos y una expresi\u00f3n de terror. Parec\u00eda una s\u00faplica desesperada; era tan claro que me pregunt\u00e9 por qu\u00e9 su marido no lo ve\u00eda.<\/p>\n
El se\u00f1or Kelada se detuvo con la boca abierta. Se ruboriz\u00f3 profundamente. Usted casi pod\u00eda ver el esfuerzo que hac\u00eda para vencer su convicci\u00f3n.<\/p>\n
-Me equivoqu\u00e9 -dijo-. Es una muy buena imitaci\u00f3n, pero claro, tan pronto como lo vi bajo mi lupa me di cuenta que no era real. Creo que dieciocho d\u00f3lares es lo m\u00e1s que podr\u00eda darse por esa bagatela.<\/p>\n
Sac\u00f3 del bolsillo un billete de cien d\u00f3lares. Se lo entreg\u00f3 a Ramsay sin decir palabra.<\/p>\n
-Tal vez eso le ense\u00f1e a no ser tan obcecado la pr\u00f3xima vez, mi joven amigo -dijo Ramsay al tomar el billete.<\/p>\n
Percib\u00ed un temblor en las manos del se\u00f1or Kelada.<\/p>\n
La historia se esparci\u00f3 por el barco como hacen las historias, y tuvo que soportar muchas bromas esa noche. Se consideraba todo un triunfo haberlo vencido en algo. Pero la se\u00f1ora Ramsay se retir\u00f3 a su cuarto con un fuerte dolor de cabeza.<\/p>\n
Por la ma\u00f1ana me levant\u00e9 y empec\u00e9 a rasurarme. El se\u00f1or Kelada yac\u00eda en su cama fumando un cigarro. De repente escuch\u00e9 el peque\u00f1o sonido de un roce y vi una carta que empujaban por debajo de la puerta. Abr\u00ed la puerta y mir\u00e9. No hab\u00eda nadie. Levant\u00e9 la carta y vi que estaba dirigida a Max Kelada. Estaba escrita en letras negras. Se la entregu\u00e9.<\/p>\n
-\u00bfDe qui\u00e9n ser\u00e1? -pregunt\u00f3 al abrirlo-.\u00a1Oh! -exclam\u00f3, sacando del sobre no una carta sino un billete de cien d\u00f3lares. Me mir\u00f3 y se ruboriz\u00f3. Rompi\u00f3 el sobre y me dijo entreg\u00e1ndomelo:<\/p>\n
-\u00bfPodr\u00eda arrojarlos por la ventanilla?<\/p>\n
As\u00ed lo hice, y entonces observ\u00e9 una velada sonrisa.<\/p>\n
-A nadie le gusta que lo vean como un perfecto idiota -dijo.<\/p>\n
-Entonces, \u00bflas perlas eran leg\u00edtimas? \u2013 le pregunt\u00e9.<\/p>\n
-Si yo tuviera una esposa joven y bonita, como esa, no la dejar\u00eda pasar un a\u00f1o en Nueva York mientras yo estuviera en Kobe -dijo \u00e9l.<\/p>\n
En ese momento no me fue tan antip\u00e1tico del todo el se\u00f1or Kelada. Sac\u00f3 su cartera y puso en ella el billete de cien d\u00f3lares.<\/p>\n
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