Su concepto sobre el sentido de la historia
Raymond Aron testigo de una época tumultuosa atribuye a la propia experiencia el impulso para una necesaria reflexión histórica sobre tales acontecimientos. ¿Es posible discernir el sentido de la historia desde la propia contemporaneidad? La victoria de las democracias liberales sobre el socialismo de la Unión Soviética no se halla inscripta en la mente de los pensadores de las décadas del sesenta, y del setenta ni aún en los inicios de los años ochenta. Sin embargo, releyendo las obras de un intelectual reflexivo, podemos hallar en su análisis la introducción necesaria para predecir un desenlace.
El análisis de Aron recurre a las “constantes” para explicar que los hombres siempre abusan de su poder, se comportan como amos y no como guías: “El corazón humano es el que origina estos trágicos trastornos que arrastran a las civilizaciones”. La caída del muro de Berlín es un drama que marca el fin de una época de enfrentamiento desmedido e irracional, de extensión del poder militar, de guerras regionales o subversivas, de cálculos de poder. El historiador que vive esa experiencia descubre finalmente “las grandes líneas” que hacen comprensible el desenlace.
¿Por qué debería terminar bien la aventura?, se pregunta Aron, para distinguir dos opuestos: el marxismo que representa la secularización de la visión judeo-cristiana y el cristianismo que niega la sucesión de los imperios como desenlace de la historia, y lleva la verdadera historia del hombre a la presencia de Cristo en la tierra: “Detrás de nosotros la venida de Cristo, delante de nosotros el final de los tiempos; tal es la historia sagrada de la humanidad, que para la mirada del creyente constituye el verdadero sentido de la historia profana”.
La compleja historia humana agrega un tercer elemento escatológico (), cuya génesis se halla en el iluminismo europeo del siglo XVIII: De la mano de la ciencia, el hombre y la naturaleza surgen con un esplendor totalizador. Todo parece circunscribirse al derecho natural y la plenitud de la razón, una visión optimista del progreso, una plena conciencia del “deber ser”.
Por su parte, el marxismo, una ideología de espléndida coherencia, no puede comprenderse –dice Raymond Aron—sin la idea judeo-cristiana del Reino de Dios y se relaciona con la filosofía del progreso de la Ilustración por su carácter esencialmente racional; aunque en su caso el progreso atraviesa las barreras de las dialécticas antinómicas y en cambio en el liberalismo democrático se desliza la idea del superhombre, de capacidades inagotables.
Mientras la interpretación marxista augura una venturosa realización del hombre, Aron antepone las propias aspiraciones del corazón humano; es decir, la libertad del hombre se manifiesta de tal manera que impide el anunciado triunfo del proletariado.
La afirmación marxista sobre el fin de la prehistoria abre la interrogante sobre la capacidad de los actores para conocer el porvenir antes de su realización. La causalidad histórica asoma como una fuente racional que explica el pasado y abre la posibilidad de predecir. Pero, también, hay mucha dinámica y complejidad en los acontecimientos históricos; la relación entre los factores es pasible de interpretaciones erróneas y sufre la carga de la extra-temporalidad del investigador. Sin duda que la previsión histórica es parcial, éste es un tema en el cual Aron se define por categorizar ciertas tendencias de la evolución histórica: la América Latina no se explica sin el proceso de transculturación, el peso de su tradición hispano lusitana y de su cultura indígena, la mezcla de razas y la comunidad de ¡lenguas, la simiente cristiana y el espíritu barroco ¿Es posible extrapolar esta realidad para certificar un futuro?
Podríamos sugerir una integración social, política y económica; un acceso a la industrialización plena, grandes niveles de intercambio comercial, posesión efectiva del conocimiento científico y la tecnología, una sociedad más sólida menos diferenciada, un consenso sobre los valores democráticos. En la sociedad demo-liberal se proclama el crecimiento sostenido, la información acerca –en tiempo real—cifras y porcentajes sobre indicadores para que la ingeniería económica diseñe proyecciones con distintos escenarios: pesimista, medio y optimista; sin embargo, se menciona sin cesar el factor de “credibilidad” –cuya subjetividad es innegable–. Todo apunta, según Raymond Aron, a un equilibrio inestable, es entonces cuando se presentan las variables económicas negativas y la contingencia, repetida, ingobernable, hace imprevisible el futuro.
Para Aron, la lógica marxista pretende combinar la lucha de clases y su encuentro con la sociedad de iguales y, por otro lado, el desarrollo de las fuerzas productivas, para alcanzar tal estadio. La síntesis se produciría en la armonía –no hay otro camino—entre la lucha de clases y el crecimiento económico que aseguraba para el estado el manejo de las fuerzas productivas. Después de varias décadas de enfrentamiento de modelos económicos, el capitalismo occidental sigue siendo el de mejores resultados. La revolución rusa puso en marcha el socialismo pragmático, y el empeño de los líderes marxistas –principalmente Lenin y Stalin—optaron por el camino ortodoxo del poder: la coacción para los cambios, la imposición de las minorías intelectuales dirigentes, una especie de “iluminados” que aseguran la marcha de la historia sin religión, sin dioses, sin libertades.
Ante tal empeño, se deslizan las otras dos concepciones sobre el sentido de la historia: cristianismo y liberalismo. Aquel se integra a la historia para darle una dirección, un sentido, un conjunto de creencias y doctrinas referente a la vida del más allá. La historia universal se constituye con Cristo y su Iglesia. Para ellos no hay historia sin fin de la historia. La Ilustración en cambio, con las revoluciones norteamericana y francesa rompe la primacía del cristianismo y acelera la instalación del régimen democrático. Alienta un porvenir sin advertir que las leyes de la conciencia humana son más fuertes que las leyes de la materia, a las cuales dicen dominar.
Tres propuestas, según Aron, pretenden explicar los acontecimientos del siglo XX en relación con el sentido de la historia. El primer caso aspira a que los hombres profesen la sabiduría; sin la presencia de ésta, surgirá el orgullo de dominar; prefieren la gloria y el riesgo del imperio.
La segunda posición es la del cristiano: “que no rechaza comprometerse en la ciudad terrena, pero ve en el más allá el sentido de la aventura individual y colectiva”. La tercera propuesta opera como una síntesis de la Providencia y del Determinismo. El socialismo explica que la controversia de la guerra es una realidad previsible en las actuales circunstancias históricas, su filosofía augura la reconciliación al final de una lucha implacable de clases sociales.
Raymond Aron se aleja de todo sentido de la historia determinista o marcado por su fin. Escapa de todo relativismo e indefinición de criterios para señalar que: “Querer que la historia tenga un sentido es invitar al hombre a dominar su naturaleza y a hacer razonable el orden de la vida en común”. (Aron, Raymond: “Dimensión de la conciencia histórica”)
La historia tiene un sentido, ¿tendrá un fin? Es una respuesta que quisiéramos acercar en la tercera entrega desde la óptica del autor.