Durante el siglo XIX, surgió otra novedad previsible, que fue la aplicación del método científico al estudio de un gran masa humana. La aparición de la nueva ciencia de la sociología no fue sino una de sus consecuencias. Y, en relación, con los fenómenos anteriores, también empezó a darse entre algunos historiadores profesionales un interés cada vez mayor por ir más allá de los temas tradicionales de los Estados y la política y sus líderes. En algunos casos especialmente notables, alrededor de 1910 o a partir de ese año, particularmente en Francia y Alemania, pero también en Inglaterra, ese interés no sólo se hizo más amplio, sino también más profundo, extendiéndose al estudio de las condiciones geográficas y económicas y materiales de ciertos períodos. En Estados Unidos, Henry Adams hizo notar, ya en 1900, que existía “la nueva ciencia de la sociología dinámica”. Sin embargo, no fue Henry Adams sino toda una plétora de historiadores profesionales estadounidenses los que ya entonces aceptaban y difundían y enseñaban en sus clases esa noción entonces tan americana y progresista de que la historia era una ciencia social. “¿Qué es una ´ciencia social´?”, le preguntaba en 1912 Agnes Replier, notable ensayista e historiadora aficionada estadounidense, a un amigo. No obtuvo respuesta a una pregunta tan escéptica. Sin embargo, para entonces ya muchos historiadores americanos habían aceptado que su disciplina recibiera la denominación de ciencia social.
Por esa misma época, la enseñanza de la historia, su inclusión sistemática en el currículo de los institutos y las universidades, se había extendido por Estados Unidos. Fue un gran logro administrativo promovido por historiadores progresistas y demócratas, que afirmaban que el estudio y aprendizaje de la historia eran algo eminentemente práctico, que la historia debía quedar “subordinada de forma coherente” a las necesidades del presente. (James Harvey Robinson y Charles A. Beard, 1907). Robinson, en 1912: “Actualmente, la sociedad está inmersa en un esfuerzo inmenso y sin precedentes por mejorar en múltiples facetas. La mentalidad histórica (…) promoverá el progreso racional como ninguna otra cosa puede hacerlo. El presente ha sido, hasta hoy, la víctima propiciatoria del pasado; ha llegado el momento de que se vuelva hacia el pasado y lo explote en el interés del porvenir”.
He aquí el progresismo estadounidense por excelencia: democrático a la vez que progresista, populista al tiempo que intelectual. Sus principales adalides populares –y por un tiempo líderes- no provenían del Este del país (Robinson era profesor en Columbia), sino del Medio Oeste, sobre todo de la universidad de Wisconsin: Sus mayores profetas fueron Frederick Jackson Turner, Vernon Parrington y Merle Curti, quienes más que historiadores eran profesionales de las ciencias sociales, les gustara o no. Ellos fueron los portavoces profesionales e intelectuales de un progresismo populista que, en lugar de ser en verdad “moderno”, se apoyaba en un concepto del Hombre Económico no muy alejado del marxismo del siglo XIX, aunque en versión americana. Turner escribió que “las cuestiones que hoy centran el debate, y que irán ganando importancia con el tiempo, no son tanto cuestiones (…) políticas. La era del maquinismo, del sistema fabril, es también la era de la indagación socialista”. (Esto podría haberlo escrito un historiador soviético de la década de 1930). Parrington, en su enciclopédica historia intelectual de Estados Unidos, desestimaba a F. Scott Fitzgerald por insignificante. Beard escribió, ya en 1030, que “el papel extendido del gobierno hará aumentar, y no disminuir, ´la libertad del individuo´”. Etcétera, etcétera. La mayor parte de estos historiadores consideraban y difundían la historia como una ciencia social sin más; quizá fuera “la” ciencia social, pero no dejaba de ser una ciencia social.
A partir de 1950, fueron desvaneciéndose la influencia y la buena fama de esos progresistas de Wisconsin. Al fin y al cabo, resultaba obvio que (a diferencia de otros, y a diferencia de la escuela francesa de los Annales) su forma de ampliar el campo de investigación de la historia no le llevaba a profundizar en ella; más bien lo contrario. Sin embargo, siguió viva la idea de que la historia era una ciencia y bajo ese nombre los centros de secundaria fueron reduciendo el peso de la historia en el currículo. El interés pasajero por la historia social, la cuantificación, el multiculturalismo, la historia de género, etcétera, no fue sino una versión del enfoque sociocientífico. (Sí, un enfoque y no un “método”),
Extractado de John Luckacs: “El futuro de la Historia”.