PALACIO DE COMARES DE LA ALHAMBRA (GRANADA)

 

“…como la casa del moro,

Por fuera con desconchones,

Por dentro son un tesoro…”

 

No siempre la historia se desarrolló de una manera en que nos la han contado. No siempre los acontecimientos se produjeron de una forma lineal, clara y evidente, tranquilizadora, al fin y al cabo, con sus causas y consecuencias sucediéndose de forma lógica y razonable. Es más, en muchas ocasiones esa historia está llena de recovecos misteriosos y recodos sorprendentes, pero es justo ese avanzar entrecortado y cimbreante, ese devenir lleno de meandros, desvíos y rodeos, lo que hace de la historia algo apasionante.

Todos conocemos el relato de cómo la Italia de comienzos del siglo XV se recuperó la tradición clásica de la Antigüedad para dar a luz uno de los periodos más esplendorosos de la cultura occidental. La historia tradicional de cómo el Renacimiento surgió en aquellos territorios no es una historia falsa, ni mucho menos, pero tampoco un relato completo. La historia de cómo los conocimientos de los antiguos griegos y romanos sobrevivió a esos casi diez siglos que llamamos Edad Media tiene a más protagonistas que unos abnegados monjes copiando manuscritos en gélidos monasterios, y se desarrolla en muchos más escenarios que los de Florencia, Génova o Venecia. Es un relato mucho más emocionante que nos traslada a la Bagdad de los califas abasíes, a la Córdoba omeya o a la Granada de la Alhambra nazarí.

En el Islam, la asimilación de la divinidad y la belleza  es una de las nociones fundamentales. Sin embargo, el arte islámico se encontró con una difícil disyuntiva, pues su escaso aprecio por las imágenes figurativas le impidió trasmitir esa belleza de una manera directa, tanto en lo referente a Alá cómo a su creación. ¿Qué hay más inmediato para tratar de expresar la hermosura de la naturaleza que nos rodea que representarla en imágenes? En su lugar, el islam prefirió intentar comprender dónde residía esa belleza para así llegar a su origen. Y creyó encontrar esa fuente en la correcta disposición de las partes dentro de un todo, en la geometría y en la proporción.

De las múltiples ideas que los musulmanes encontraron entre los restos de la sabiduría antigua la de la geometría como base y fundamento de la belleza del cosmos y del arte fue una de las más duraderas e influyentes. Fue Pitágoras quien había desarrollado el concepto, que más tarde pasaría a Platón y a otros sabios griegos. A la idea que el universo era bello gracias a la geometría que lo organizaba y armonizaba, los musulmanes le añadieron la figura del Creador, y de esa manera encontraron un modo de transmitir visualmente la belleza del mundo que lo rodeaba. Si no podían representar ni a su Dios ni a los seres que esa divinidad había creado, representarían lo que hacía que esos seres fueran perfectos y bellos. Si no podían pintar o esculpir el cuerpo humano tal y como habían hecho griegos y romanos, plasmarían directamente las formas geométricas que hacían hermosos esos cuerpos. En lugar de la armonía de una mano o un  rostro, la belleza de un octógono o la cadencia musical de un rectángulo áureo.

Un ejemplo puede ilustrarnos la trascendencia de la geometría y la belleza en el arte islámico: la fachada interna del Palacio de Comares de la Alhambra. El Salón de Embajadores, el Mirador de Lindaraja o el Patio de los Leones son sin duda fabulosos, pero el muro que lo precede no lo es menos; allí se visualiza el extraordinario papel de la geometría en su arquitectura y su decoración. Zócalos de azulejos multicolores, paneles de yeso dorado, intrincadas cubiertas de madera y etéreas cúpulas de mocárabe, todo ello está organizado por patrones geométricos de una perfección absolutamente sorprendente. La propia fachada de Comares está construida a partir de módulos geométricos que pueden relacionarse con la proporción áurea y otras  leyes matemáticas básicas, convirtiéndose así en una materialización visual de algunas de las ideas teológicas y artísticas más potentes de todo el mundo musulmán. En definitiva, una belleza basada en una armonía geométrica eterna y atemporal.

Texto extractado de: Martínez, Oscar, “Umbrales”, España, 2021.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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