LEV TOLSTÓI (1828 – 1910)

Cuando la literatura cuenta con un Tolstói, ser escritor resulta

sencillo y agradable, aun cuando uno sabe que nada ha logrado

por si mismo… No es cosa tan terrible como lo sería de otro modo,

ya que Tolstói lo consigue por todos. Lo que hace él sirve para

justificar todas las esperanzas y las aspiraciones invertidas en la

actividad literaria.

 

            Lev Tolstói es, para muchos, el narrador más grande de todos los tiempos. Sus dos obras maestras, Guerra y paz y Anna Karénina, se encuentran, sin lugar a dudas, entre las mejores novelas que jamás se hayan escrito. Tampoco carecía de destreza a la hora de crear cuentos y ensayos, y destacaba en cuanto a historiador y filósofo místico, autor cristiano de ideas poco usuales aunque influyentes acerca de la condición humana y el perfeccionamiento ético.

           La esencia de su grandeza radica en su magistral comprensión del comportamiento y las motivaciones del ser humano, que combinó con un don natural para la narración y una amplitud de miras y una universalidad asombrosas. Pese a su condición de hombre de gran complejidad, atormentado por el convencimiento de no estar a la altura de lo que esperaba de sí mismo, el suyo fue uno de los cerebros más agudos y originales de la historia de la literatura.

         El conde Lev Tolstói nació en el seno de una destacada familia aristocrática en la hacienda ancestral de Yásnaia Poliana, sita unos ciento sesenta kilómetros al sur de Moscú. Aunque su infancia se vio sacudida por la muerte temprana de sus dos padres, nunca dejó de recordarla en términos idílicos. Lo formaron en casa diversos tutores pero cuando se matriculó en la Universidad de Kazán en 1844 se hizo evidente que no era afanoso ni concienzudo en calidad de estudiante. Prefería beber, jugar, alternar con mujeres y hacer vida social, y dejó la vida académica en 1847 sin llegar a obtener título alguno.

          Regresó a Yásnaia Poliana con el proyecto de instruirse por si mismo y mejorar la suerte de sus siervos, aunque su resolución no tardó en decaer. En 1851 viajó al Cáucaso, sentó plaza en el ejército y empleó sus vivencias para escribir relatos como Jadzhi Murat, su mejor obra de este género, una narración de nobleza, valor y traición basada en la biografía de un osado guerrero checheno durante la guerra de treinta años que se libró en Rusia a fin de derrotar al legendario adalid checheno daguestaní Sheij Shamil y conquistar la región septentrional del Cáucaso. Tolstói sirvió también durante el sitio combinado que impusieron británicos, franceses e italianos a Sebastopol, la principal base naval de que disponía Rusia en Crimea. La campaña de once meses, marcada por espantosas carnicerías y una incompetencia no menos escalofriante, acabó en 1856, año en que los rusos hundieron sus buques, volaron la guarnición y evacuaron la plaza. La experiencia sirvió de base a tres escritos breves en los que refinó su técnica de análisis minucioso de  pensamientos y sensaciones. “La heroína de mi relato –aseveraba- , a la que amo con toda mi alma…es la Verdad.” En 1862 contrajo matrimonio con Sofía Andréievna Behrs y regresó con ella a su hacienda, esta vez con la intención de enseñar a los sencillos hijos de los campesinos y aprender de ellos.

         Su período más productivo se dio entre 1863 y 1877. En 1865 comenzó a escribir Guerra y paz, que culminó en 1869. Esta obra ciclópea, familiar y política a un tiempo, presenta tres aspectos principales: la lucha monumental mantenida por Rusia y Francia, por Alejandro I y Napoleón, entre 1805 y 1812, y en particular la invasión de los franceses y su retirada de Moscú; los relatos entrelazados de dos casas de la aristocracia rusa, la de los Rostov y la de los Volkonski, y dilatados estudios históricos. Está claro que el autor se identifica con el personaje, curioso, tímido e inseguro, aunque amable, directo y ético, de Pier Bezújov.

         Tolstói posee una visión original de las guerras que describe. Retrata a Napoleón como un egotista desmañado, al zar ruso Alejandro I, como un hombre de hablar pulido, obsesionado con el legado que habrá de dejar, y al difamado caudillo ruso Mijaíl Kutúzov, como un perro viejo del campo de batalla. La acción bélica en si se presenta como un caos desprovisto de toda conexión o estructura intrínseca. Todos los personajes ficticios ven la  vida, en cierto sentido, del mismo modo y solo hayan consuelo mediante lo que se convertiría en el principio filosófico fundamental del autor: la salvación a través de la devoción para con la familia y con las labores de la vida cotidiana.

          Si el agudo entendimiento de los motivos y acciones individuales que nos presenta Guerra y paz pudo suponer la redefinición de la novela, el siguiente proyecto de envergadura de Tolstói Anna Karénina, no resultó menos influyente. Escrito entre 1875 y 1877, aplicaba a la vida familiar los principios de aquella. “Todas las familias felices se parecen –escribió-, en tanto que cada una de las que son infelices lo es a su manera.” En el centro de la narración se encuentra la aventura trágica de Anna y el conde Alexéi Vronski, oficial del ejército. Tolstói describe de un modo vívido y detallado las contorsiones mentales que hace la protagonista al verse sometida a la presión de la hipocresía de la sociedad y sus luchas internas –vanas a la postre- destinadas a racionalizar su propio comportamiento.

          Como Guerra y paz, Anna Karénina sirvió de vehículo a las convicciones morales del novelista. A partir de 1877 se obsesionó cada vez más con el lado espiritual de su vida y pasó, de hecho, por varias crisis de fe. Sufrió excomunión de la Iglesia Ortodoxa en 1901 por la peculiar interpretación que hizo del cristianismo, en la que hace hincapié en la resistencia pacífica ante el mal, el amor a los enemigos, el ascetismo extremo y la evitación de la ira y la codicia. No tardó en contar con una pandilla cada vez más nutrida de discípulos de todo el mundo.

Tolstói siguió escribiendo, y empleó los beneficios de Resurrección (1899), la tercera de sus novelas más relevantes, para ayudar a emigrar a Canadá a los adeptos de la secta cristiana de dujobores. Desdichado en lo más hondo con su matrimonio y con el séquito fragmentado de sus discípulos, huyó achacoso de su hogar con una de sus hijas y un médico, pero sufrió un colapso y murió durante el invierno de 1910 en una estación ferroviaria, sin consentir ver a su esposa. Lo enterraron con gran sencillez en la hacienda familiar. Aunque excéntricas con frecuencia, sus ideas morales, éticas y espirituales gozaron de un ascendente notable –Gandhi, por ejemplo- no pudo menos de quedar impresionado por su doctrina de la resistencia pacífica-, y, sin embargo, si descuella sobre todo por algo es por su aportación literaria.

 

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