Ideas que transformaron el mundo: DEMOCRACIA

 

El gobierno del pueblo

 

En su discurso de Gettysburg (1863), el Presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln (1809-1865) dijo que la guerra civil norteamericana era una lucha para impedir que desapareciera del mundo “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Técnicamente, la democracia puede ser solamente un método: la elección por el pueblo de algún tipo de gobierno representativo. Pero una auténtica democracia es algo más que un simple ejercicio para hacer creer a la gente que gobierna la nación y que así se deje  gobernar.

En realidad, la democracia tiene algo más que ver con los medios que con los fines. La justificación comunista para llamar democracia a las “republicas populares” de la Europa oriental de posguerra era que, puesto que el Estado poseía los medios de producción y distribución y los utilizaba en beneficio de sus ciudadanos, actuaba por el bien del pueblo. Desde luego, aquella defensa de sistemas totalitarios con partido único es incompatible con el concepto occidental de democracia.

El filósofo inglés John Stuart Mill (1806-1873) insistía en que la verdadera democracia debe fomentar “la difusión de la inteligencia, la actividad y el espíritu público entre los gobernados”. Ésta era también la postura del que quizás sea el mejor teórico moderno de la democracia, el filósofo político norteamericano John Dewey (1859-1952), que creía que la democracia favorece la comunicación entre las personas y las impulsa a la deliberación informada y a la acción colectiva para mejorar la sociedad. Según Dewey, la democracia es el único sistema político capaz de dar expresión a un enfoque pragmático y experimental del mundo, el único que no se inclina ante la autoridad ni adora un concepto ideal de verdad absoluta. En su opinión, la democracia fomenta el deseo de ser útil, al permitir a los individuos ejercer sus responsabilidades en una vida común y compartida.

En esta versión de la democracia, los “derechos” de los individuos ocupan un lugar poco importante. Exaltar los derechos individuales conduce al libertarismo, que, en sus formas extremas, puede ser tan incompatible con el espíritu democrático como su enemigo el totalitarismo. En cambio, el hacer hincapié en los deberes mutuos y la participación colectiva conduce a la democracia social.

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