Tras una pandemia y una interminable estancia en el hospital, se levantó dispuesto a comerse el mundo. Subido en su bicicleta, bajó la Castellana, rodeó el Museo del Prado, ojeó libros en la Cuesta de Moyano, circuló junto al Jardín Botánico y por el Parque del Retiro.
Tras dejar a un lado la Puerta del Sol y Cibeles, enfiló la calle Príncipe de Vergara. Cuanto más pedaleaba, más joven se sentía. Ya no tenía 82 años, sino 18.
Estaba llegando a la Plaza de Castilla. De ahí a casa solo faltaban un par de kilómetros. ¿Pero por qué demonios le miraban ahora esos curiosos? ¿Por qué no le dejaban en paz?
Abriéndose paso entre ese grupillo de ciudadanos que no paraban de cuchichear, su nieto Pablo se plantó ante él.
—¿Qué haces, abuelo? —preguntó sorprendido.
—¿No lo ves? Recorriendo Madrid, como en mis buenos tiempos.
—Vamos, bájate de la bici. Es hora de comer.
El abuelo obedeció, y Pablo se ahorró explicarle que había estado todo el rato en el barrio del Pilar, subido en una bicimad anclada a su base. En su imaginación el buen hombre había pedaleado todo Madrid… aun sin moverse un solo centímetro.
Francisco Rodríguez Criado, escritor y corrector de estilo