Durante seis siglos, en varios países, la Santa Inquisición castigó a los rebeldes, a los herejes, a las brujas,
a los paganos.
Muchos fueron a parar a la hoguera; y con leña verde ardieron los condenados al fuego lento. Y muchos más
fueron sometidos a tortura. Estos eran algunos de los instrumentos utilizados para arrancar confesiones,
corregir convicciones y sembrar pánico.
El collar de púas
La jaula colgante
La mordaza de hierro que evitaba gritos incómodos.
La sierra que lentamente te partía por la mitad
Los torniquetes estrujadores
Los torniquetes aplasta cabezas
El péndulo rompe huesos
La silla de pinchos
La larga aguja que penetraba en los lunares del Diablo
Las garras de hierro que desgarraban la carne.
Las pinzas y tenazas calentadas al rojo vivo
Los sarcófagos con clavos adentro
Las camas de hierro que se estiraban hasta descoyuntar
las piernas y los brazos.
Los azotes de puntas de ganchos o de cuchillas
Los toneles llenos de mierda
El brete, el cepo, las poleas, las argollas, los garfios.
La pera que se abría y desgarraba la boca de los infieles,
el culo de los homosexuales y la vagina de las amantes de Satanás.
La pinza que trituraba las tetas de las brujas y de las adúlteras .
El fuego en los pies.
Y otras armas de la virtud.
Eduardo Galeano. Espejos. Una historia casi universal.