EL VÉRTICE INICIAL DE LA CRISTIANDAD INDIANA (1492-1542) – 2ª entrega

El origen de un continente 

En un espectáculo inimaginable, quizás unos treinta mil años antes de Jesucristo, pequeños grupos humanos procedentes de Asia y Oceanía atraviesan el estrecho de Bering e incluso utilizando la vía transpacífica, inician el poblamiento de un continente aislado por dos amplias masa de aguas oceánicas y principalmente estructurado de norte a sur. Su singular geografía y la variable climática permite con el paso del tiempo la creación de una rica diversidad de etnias y culturas, caracterizadas, por una multiplicidad de expresiones humanas que asimilan la definición que nos alcanza José Vasconcelos cuando dice: “Hablando en términos sociales, puede afirmarse que la civilización consiste en el mayor aprovechamiento de las energías del mundo y de las energías del cuerpo en beneficio de una vida espiritual más intensa y amplia. Todo lo que contraríe este supremo propósito, es retroceso, y todo lo que lo acelere, progreso”.

Aquellos cazadores-recolectores fueron atravesando los distintos estadios de la vida en sociedad hasta culminar desarrollando extensas áreas culturales, multitudinarias y plenas de vida espiritual y material. Aztecas, mayas, incas; también la intermedia chibcha, otros círculos de etnias de agricultores incipientes y aún aquellos que conforman el amplio espectro de recolectores, cazadores y pescadores.

Estos estados americanos constituyen una base territorial de indiscutible unidad política y militar a partir de la cual la nueva España estructura su Reino de Indias. La relación e intercambio recíproco de las diferentes culturas americanas es escaso o inexistente y es precisamente el conquistador europeo el que –entre los paralelos 40 grados Norte y 53 grados de latitud Sur- las integra hacia su interior y las universaliza hacia afuera. Los imperios Inca y Azteca son expresiones de dominio, subordinación de pueblos. Su integración territorial es cruenta y expresa la universalidad de la naturaleza humana. A partir de aquí los juicios históricos sobre la conquista de América se multiplican en la misma medida que se pretende distinguir las diferentes formas de ejercicio del poder colonial que realizan los españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses.

El indígena precolombino apreciado y denostado, emerge para la historia con una identidad que recorre las regiones de América. La diversidad obliga a caracterizarlos según la conformación de las múltiples etnias y lenguas (125 familias lingüísticas con un mínimo de 600 idiomas). Su intelectualidad responde al gran dilema de la existencia humana. Busca aprehender el misterio que lo rodea y genera el espacio religioso. Ese ámbito se expresa de diferentes maneras y a través de múltiples expresiones, símbolos, nombres, bajo la autoridad sacerdotal de los chamanes. La complejidad del culto agrario de las altas culturas se expresa en la creación intelectual de un dios superior, creador y rector de la tribu. Baste mencionar términos como Viracocha, Pachamama o el santuario de Pachacamaj. Pero también aparece el sacrificio humano, aún el canibalismo; contingencia que alimenta el juicio negativo y calificaciones adjetivadas sobre a barbarie indígena. Sobre esta base se implantará el cristianismo.

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