Américo Vespucio

¿EN HONOR A QUÉ HOMBRE lleva América el nombre de América? Cualquier escolar responderá a esta pregunta, prontamente y sin vacilar: “En honor a Américo Vespucio”. Pero una segunda pregunta suscitará, aún en los mayores, cierta perplejidad. Es ésta: ¿Por qué se bautizó a ese continente precisamente con el nombre de Américo Vespucio? ¿Acaso Vespucio lo descubrió? ¿O fue acaso el primero en pisar no ya las islas aledañas sino la verdadera tierra firme? Tampoco es esta razón pues no fue Vespucio, sino Colón y Sebastián Caboto quienes primero hollaron el nuevo continente. ¿Fue entonces, tal vez, porque afirmó  falsamente haber sido el primero en tocar tierra aquí? Vespucio jamás invocó semejante privilegio ante instancia alguna. ¿O es que acaso, impulsado por su vanidad propuso como hombre de ciencia y cartógrafo su propio nombre para denominar el nuevo continente? No; tampoco hizo eso nunca, y es probable que en toda su vida jamás se haya enterado de esa denominación. Pero, si no hizo nada de todo eso, ¿por qué recayó justamente en él la distinción que conserva su nombre para los tiempos de los tiempos? ¿Cómo se explica entonces que América no se llame Colombia sino América?

La historia de un hombre que a raíz de un viaje que nunca realizó, ni afirmó jamás haber efectuado, logra la enorme gloria de ser elevado su nombre a la designación del cuarto continente de nuestra Tierra, es la historia de toda una cadena de casualidades, equívocos y malentendidos. Desde hace cuatro siglos, esa denominación sorprende al mundo y lo enfada. Se acusa a Américo Vespucio de haberse apoderado pérfidamente de ese honor mediante maquinaciones desleales y oscuras; y ese pleito alrededor de “un engaño con falsas apariencias” ha sido ventilado ante distintas instancias científicas. Unas lo han absuelto, otras lo han condenado a la vergüenza eterna, y cuando más apodícticamente sus defensores lo han declarado inocente, con más apasionado ardor sus contrarios lo han culpado de engaño, falsificación y aún de robo. Esas polémicas, con todas sus hipótesis, pruebas y contrapruebas, llenan bibliotecas enteras; los unos consideran al padrino de bautismo de América con un amplificador mundi, uno de los grandes ensanchadores de nuestro mundo, descubridor, navegante, sabio de rango supremo, mientras los otros ven en él al estafador más atrevido de la historia de la geografía. ¿De qué parte está la verdad, o digamos, más cautelosamente, la extrema probabilidad?

Desde hace ya mucho tiempo, el caso Vespucio ha dejado de ser un problema geográfico o filológico. Es un juego de ingenio en el que puede ensayarse cualquier curioso y, además, un juego fácil de abarcar con la mirada, por involucrar pocas figuras, pues el opus literario completo de Vespucio que conocemos, abarca, incluyendo todos los documentos, in summa, de cuarenta cincuenta páginas. Por eso me he creído yo con derecho a mover una vez más a esas figuras y a jugar la célebre partida maestra de la Historia con su multitud de movimientos sorprendentes y equivocados. La única exigencia de índole geográfica que mi reconstrucción impone al lector es ésta: olvidar todas sus nociones de geografía moderna y borrar por un momento de su mapa interior la forma, configuración y hasta la existencia de América. Sólo quienes logren inundar su alma con la penumbra e incertidumbre de aquél siglo, podrán comprender la sorpresa y el entusiasmo que embargó a una generación cuando los primeros contornos de un mundo insospechado empezaron a dibujarse sobre un ámbito que hasta entonces no tenía confines. Pero cuando la humanidad conoce algo nuevo, quiere darle un nombre. Cuando se siente embriagada por el entusiasmo, quiere que sus labios vibren en el goce lanzando un grito de júbilo. Por eso aquél día en que el viento del azar le arrojó de repente un nombre, fue un día de dicha, y sin preguntar por el derecho o la justicia, recogió impaciente la palabra sonora, vibrante, y saludó a su mundo nuevo con su nuevo, su eterno nombre de América.

Stefan Zweig: “Américo Vespucio. Historia de una

 Inmortalidad a la que América debe su nombre.”

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