Dolor pasajero – Pía Barrios

La niña tropezaba y lloraba; lloraba y tropezaba; gemía y lloraba; tropezaba y gemía. De sus ojos ya no fluían lágrimas; de sus ojos solo brotaban ríos de pena. Y la sorbía y la sorbía, con el ruido de la niñez, porque pañuelo no llevaba. A veces se pasaba la manga de su chalequita para limpiar sus mocos. Salía del cementerio. La llevaba de la mano una mujer mayor, con cara de carcelera y vestida con hábito de color café.

La niña había llegado desde el orfanato hasta la tumba de su madre para contarle su desgracia.

–Mamita, tengo mucha pena –le decía, abrazada a la piedra de la lápida–. Mamita, tengo mucho dolor y mucha vergüenza. Mamita, el hombre me dijo que era bonita y me levantó las polleras. Las monjitas me dicen que eso fue pecado. ¿Qué me dices tú? ¿Qué puedo hacer para sacarme este dolor?

La tumba había guardado silencio. La monja, al salir del camposanto, le dio un tirón a su brazo y le dijo:

– Olvídate, chiquilla: es solo un dolor pasajero.

1.10.2014

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