Efectos perversos de la nicotina – Antonio Toribios

Sólo le quedaba un cigarrillo. Se palpó el bolsillo y allí estaba, dentro del paquete blando y arrugado. Siguió escrutando la negrura, adivinando posibles signos de hostilidad entre las sombras. Trató de serenarse, pero el deseo irracional le perturbaba más y más. Miró el reloj; las 05:02, no tardaría en clarear. Sabía que había pasado lo peor, pero el ansía redoblaba su saña. Claudicó al fin y prendió un fósforo. La bala penetró en su cerebro sin violencia, como si se tratara de una visita programada de antemano. El francotirador sacó el cortaplumas y grabó una muesca más en la madera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *