El apagón – Elbio Firpo

Me habían advertido que el Presidente no estaba del mejor humor. Calificación azarosa por cuanto nunca lo habíamos conocido con otro humor que el que nos presentaba siempre y que , personalmente, no calificaría de mejor. De todas maneras nunca está de más tomar precauciones y no  echar en saco roto las advertencias. Al parecer el viaje de su familia al exterior sería la causa de este menoscabo anímico que no advertí inicialmente al recibirlo en Suárez al bajar de sus aposentos. Era más temprano de lo habitual, seguramente la soledad transitoria en que se encontraba le habían hecho variar algunas de sus costumbres y por lo tanto, la media hora que faltaba para el diario viaje a el Palacio Estévez, la dedicaría a recorrer el parque . Serian las ocho y media de una mañana primaveral soleada y sin el vientecillo molesto que caracteriza a la estación. Ideal para una modosa caminata . El collie nos acompañaba saltando alegremente a nuestro lado. Caminábamos en silencio. Me había acostumbrado a estas ausencias de diálogo y en el fondo las agradecía. Es preferible estar callado que iniciar una charla de cortesía poco gratificante. Por lo tanto cada cual con sus pensamientos. Detrás de nosotros, a una distancia respetuosa, Morticio. Ocasionalmente el Presidente se detenía frente a algún espécimen arbóreo. Observaba el color de sus hojas, la eventual sequedad de sus raíces o la demasiada humedad , juzgaba la conveniencia o no de la poda en algunos ejemplares de gran desarrollo e intercambiaba opiniones con Morticio, que rápidamente se aproximaba a nosotros ante cada consulta . Si bien yo no participaba en estos diálogos relativos a la fronda de Suárez, bien podía haberlo hecho. Como responsable de la Casa Presidencial había adquirido conocimientos elementales que el propio Morticio me había trasmitido en nuestros diarios encuentros y en las amables recorridas del predio donde recibía su asesoramiento y el consejo justo y desinteresado que facilitaba mi tarea. Por lo tanto cuando nos detuvimos frente a una planta de hermosas y anchas hojas de regular tamaño con flores de corola tubular rojo púrpura sabía perfectamente de que planta se trataba. El Presidente palpó sus hojas y alabó su hermoso desarrollo. Sostenía aún la hoja entre sus manos cuando sorpresivamente se dirigió a mi.

-Saldías …conoce esta planta?-preguntó con aire ligeramente profesoral.

Podía haberlo evitado. Un simple no, Señor Presidente, bastaba. El me daría el nombre de la planta, acaso una muy breve referencia a sus orígenes y vuelta a la silenciosa recorrida. Pero no. Olvidando las advertencias y empujado por un infantil espíritu vengativo que le recordara que el Edecán Aeronáutico también existía fuera de la cápsula de silencio, me arrojé al vacío.

-Si, Señor Presidente, es una Nicotiana Brasilensis, más conocida como planta del tabaco.

Acompañé mi respuesta con un gesto que pudo confundirse como presuntuoso, a juzgar por lo que más tarde me comentaría Morticio.

Nunca creí, y lo sigo creyendo, que la circunstancia incidiera en su ánimo, como pretendieron algunos insidiosos camaradas, al momento del episodio que me tuvo, horas más tarde, como inocente víctima.

Es necesario que insista que la responsabilidad que le cabía al edecán aeronáutico en relación a la residencia de Suárez, era meramente nominativa y diría que casi exclusivamente relacionada con la estética del parque.

No obstante las penurias también florecían en tan primoroso vergel.

La anécdota más célebre que recuerdo sobre el tema, me fue narrada por el edecán del Presidente Aparicio Méndez que, afortunadamente, puede ser ratificada por su protagonista, un poco mayor que yo, pero que goza de muy buena salud.

Al parecer, al maduro e irritable primer mandatario, le fascinaban los peces de colores y solía pasar largo rato en su contemplación mientras se desplazaban “sub aqua “ con lentos y sinuosos movimientos.

Una mañana descubrió la ausencia de dos ejemplares y a la mañana siguiente, uno más . Al parecer un ejemplar al que tenía particular afecto. Azul y con iridiscencias doradas, para ser más exactos.

El elegante edecán del momento recibió un fuerte castigo verbal que se multiplicó al descubrir el Dr. Méndez, en infame coincidencia, como habían desaparecido los peces.

-¿ Los ve?..¡.señor edecán!… ¡ Los ve!…

Y, sacándose el grueso habano de su boca señaló furioso la rama de un frondoso árbol donde una hilera de pájaros, de oscuro color y largos picos, observaban  amenazantes los giros inocentes  de la multicolor fauna submarina.

El tejido de alambre que se dispuso en forma urgente, fue una solución efectiva pero cruel.

La apretada urdimbre desconcertó a las aves cuyos cuerpecitos aparecieron durante varios días sobre la mortal trampa que había detenido abruptamente su vuelo y sus vidas.

El detalle algo macabro que me confió mi antecesor sobre el fin de este relato es que el gato del Presidente se encargó de la limpieza.

Aceptar la liviandad protocolar de nuestras obligaciones era simplemente un hecho. Nadie nos iba a pedir nuestra opinión, siquiera compartir, sobre proyectos arquitectónicos o reparaciones mayores de la índole que fuese. Arquitectos, Ingenieros, decoradores de interior o, aún más , paisajistas, que podían considerarse de nuestra incumbencia, se enteraron que existíamos.

El Jefe de la Casa Militar, el General B, al que apodaban “ El Mastín” y el “monitor” de la clase, el Tte. Cnel. X, casi un tercer riñón del Presidente, se encargaban de todo.

Por eso me indignó lo ocurrido aquella noche.

La existencia de un generador que en caso de corte de energía aseguraba la automática reanudación del vital fluido estaba en algún lugar de mi cabeza. El “ monitor” me había hablado de su existencia cuándo recorrí por primera vez la residencia presidencial y el oficiaba de guía. Nunca supe en que lugar del extendido predio se encontraba. Mi camarada del Ejército no me dio ninguna precisión sobre ello por lo que apenas le presté atención.

Por entonces el ignoto mamotreto, solo por referencias, tenía pequeñas fallas que nunca habían pasado de pequeños cortes resueltos por el electricista de servicio.

Solucionar el problema en forma definitiva implicaba importar una pieza de origen desde un país allende la cortina de hierro.

En buen romance el generador era comunista.

Previsor a ultranza, el “monitor” había dispuesto la compra de seis lámparas del tipo farol a mantilla de formato moderno y de fácil encendido. Tal era la permanente disposición del Edecán Militar que incluso instruyó  al Presidente en su correcto uso.

El sexteto lumínico fue distribuido en lugares privados de la residencia.

Un gesto personal, casi familiar de nuestro camarada, que seguramente conmovió al entorno

La llamada por línea presidencial a las seis de la mañana no presagiaba nada bueno.

…Negrito- dijo la voz del monitor- venite rápido…

-…no…no…por teléfono no…gran quilombo…

Respondió a mi consulta. Y salí para Suárez.

La verdad de lo ocurrido la recibí de primera mano del jefe de la custodia policial, Comisario H, quién a su vez la escucho por un testigo ocular de la guardia militar nocturna.

El apagón ocurrió a las tres y cuarenta y cinco de la madrugada mientras el señor Presidente se encontraba en el baño. Ante la tardanza en reiniciarse el flujo de corriente eléctrica que se suponía automática, extendió su mano- al parecer se encontraba sentado- hasta alcanzar el farol de reciente adquisición dispuesto sobre el mármol de la mesada.

Una llamarada más espectacular que peligrosa surgió del intento de manipulación y alcanzó el rostro del mandatario quien presa de un ataque de nervios llamó al Comandante de la Guardia.

En alguna oportunidad he comparado la reacción del Presidente con Norman Bates, el sicópata asesino de la famosa película de Alfred Hitchcok, Sicosis. Debo admitir que me excedí. La soledad del caserón vacío, la lejanía  de la familia y el sorpresivo incidente en plena oscuridad, pueden justificarlo. Es una consideración humana para quién muy lejos estaba de merecerlo.

No calificaré a quienes pergeñaron la trama para mi ejecución sumaria con una sanción de la que me enorgullezco.

Ellos, que aseguraban permanecer al lado del “viejo” hasta el último momento, lo dejaron solo para que la historia fotográfica no los identificara.

Yo me quedé allí. No por mi voluntad, por supuesto.

Y tuve el dudoso honor de ser el último edecán de la dictadura y el primero de la democracia.

En algún sueño de viejo  regreso a Manderley, como lo hacía Rebeca, la heroína de Daphne du Maurier,  recorro el parque, la piscina y me detengo en la fuente donde nadaban los peces de colores.

En el sueño imagino  un enorme aparato de color verde oculto en un lugar secreto de la residencia.

Prisionero de una lejana guerra fría.

Y yo de una memoria.

 

Elbio Firpo.

Agosto 7 de 2020

 

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