EL BRASIL PORTUGUÉS – 5ta. Entrega

En realidad, hubo una etapa previa a la colonización de contacto no planeado o controlado, antes de la creación de las capitanías, que en algunos lugares hizo posibles los posteriores asentamientos. Durante los primeros años después del descubrimiento europeo del Brasil, hubo marineros y otros elementos de los embarcados que o se perdieron o fueron abandonados en tierras que se dejaban atrás como castigo o por otras razones. El propio Cabral había dejado entre los indios a dos exiliados para que se aprendieran su lengua. En varios lugares a lo largo de la costa, estos pioneros se habían establecido entre las tribus, tomando esposas y fundando familias mestizas o, como las llamaban en Brasil, mamelucos. Gozaban de la confianza de los indios y se integraron con sus familias mediante matrimonios y lazos de sangre, por lo que se convirtieron en los intermediarios entre portugueses e indios. En todos los lugares en donde se establecieron había buenas perspectivas para el comercio y la posterior colonización. En Bahía de todos los Santos, Diogo Álvarez, llamado Caramurú, vivió entre su gran familia y fue ampliamente respetado por indios y portugueses. El asentamiento de Sao Pablo fue posible gracias a Joao Ramalho, un paria portugués residente desde antiguo en la región. En la costa meridional, los barcos portugueses llegaron a depender realmente del misterioso bacharel (bachiller letrado) de Cananea, que había vivido exiliado durante muchos años en la costa por causa de algún crimen o desventura. La ciudad vecina de Martim Afonso, Sao Vicente, estaba situada, de hecho, en el lugar donde unos pocos portugueses se habían asentado ya entre los indígenas.

Martim Afonso de Sousa y su hermano recibieron las cuatro capitanías meridionales. Los esfuerzos colonizadores se centraron en Sao Vicente, la región costera cercana a la ciudad del mismo nombre, y que luego sería el importante puerto de Santos. Los poblamientos se agruparon alrededor de estos pequeños enclaves costeros; pero también, con el fin de asegurar con adecuado suministro de alimentos, se fundó una ciudad en la llanura interior correspondiente al poblado indio de Piratininga. Más tarde este poblado se convertiría en Sao Pablo. Gran parte del éxito de la capitanía dependió de las relativamente buenas relaciones con las tribus tupiniquin de la costa y el interior. Sin mujeres europeas, los colonos se emparentaron con los descendientes de sangre mezclada de los parias y a menudo tomaron mujeres indias como esposas y concubinas. Estos lazos interpersonales crearon una base firme de alianzas entre los portugueses y los tupiniquines, como lo hizo la ayuda militar prestada contra sus enemigos indígenas.

Quizá tan importante como el éxito de Sao Vicente fuera su sólida base económica. La región poseía poca madera de Brasil, pero las relaciones de Martim Afonso en Lisboa eran excelentes. Fue capaz de convencer tanto a comerciantes portugueses como extranjeros para que invirtieran en el desarrollo de la capitanía, y en poco tiempo estaba en funcionamiento cierto número de ingenios azucareros cerca de a costa. El propio Martim Afonso fue copropietario de uno de estos ingenios. Con el tiempo fue adquirido por la familia Schetz, mercaderes de Amberes. También otros mercaderes no portugueses invirtieron y algunos se establecieron permanentemente en la colonia. Económicamente, Sao Vicente se parecía mucho a Madeira: una empresa ultramarina financiada por capital extranjero con el fin de producir azúcar para el mercado europeo. Al final, Sao Vicente se vio superada como productora de azúcar por las capitanías del nordeste, pero en el siglo XVI constituyó uno de los pocos éxitos del sistema de capitanías.

Las capitanías que fracasaron son un ejemplo muy instructivo. Porto Seguro se adjudicó a un próspero caballero de Viana do Castelo, en el norte de Portugal. Vendió sus propiedades y zarpó rumbo a Brasil con su familia, allegados y un buen número de colonos de la densamente poblada provincia de Minho, así como de muchos españoles de la vecina Galicia. Pescadores en su mayoría, tendieron a recrear los poblados pesqueros de la costa Atlántica ibérica en la colonia que fundaron. El hecho de que se incluyesen entre ellos muchos matrimonios puede explicar sus relativamente débiles relaciones con los indios, ya que se dieron pocos matrimonios mixtos. Se construyeron unos pocos ingenios azucareros, pero la colonia se vio desgarrada por las disensiones internas; el propio donatario fue denunciado a la Inquisición por herejía y enviado a Portugal cargado de cadenas. Similar fracaso se dio en la vecina capitanía de Ylhéus, que tenía grandes posibilidades como productora de azúcar. En este caso, los constantes ataques de los indios aimoré hicieron bastante precaria la existencia y redujeron a los colonos a establecerse en una estrecha franja costera. Al final, el capitán donatario vendió sus derechos a un mercader florentino residente en Lisboa.

La capitanía de Bahía pudo haber salido adelante. La región de Bahía de Todos los Santos había sido desde antiguo un puesto predilecto como etapa de parada de los taladores de madera de Brasil, y Caramurú, junto con otros pocos portugueses y muchos de sus vástagos mestizos, tenía excelentes relaciones con los pueblos tupinambas de la costa local. El capitán donatario, antiguo veterano de las campañas de la India, llamado Francisco Pereira Coutinho, intentó reforzar su jurisdicción llevando a su familia y otros colonos, distribuyendo sesmarías para explotaciones agrícolas y fomentando la construcción de ingenios azucareros. Pero Pereira Coutinho se reveló un mal administrador, y algunos de los colonos, ignorando las advertencias de Caramurú, empezaron a invadir tierras de los indios. Se crearon fracciones y pronto el donatario y sus partidarios se vieron obligados a huir de la capitanía. Las relaciones con los indios siguieron deteriorándose. Cuando Pereira Coutinho intentó regresar, su embarcación navegó hacia el desastre en Bahía de Todos los Santos, y él mismo y sus seguidores fueron muertos por los tupinamba. El hábil Caramurú logró escapar.

De todas las capitanías donatarias, la de Pernambuco fue la consiguió mayores logros. Su donatario, Duarte Coelho Pereira, era de orígenes oscuros, pero después de 20 años de servicio militar y diplomático en la India y de un afortunado matrimonio con la distinguida familia Albuquerque, fue recompensado con una concesión brasileña. En 1535 zarpó hacia Pernambuco junto con su mujer, su hermano y un gran contingente de colonos. Se fundaron ciudades en Ygaracu y en Olinda, y se distribuyeron sesmarìas a los colonos. Pernambuco había sido desde antiguo una región importante de tala de madera de Brasil, visitada tanto por los barcos franceses como por los portugueses; el palo del Brasil había proporcionado a la capitanía su primera actividad económica, pero Duarte Coelho no estaba dispuesto a conformarse sólo con esta actividad. Utilizó sus relaciones financieras en Lisboa para asegurarse el respaldo de construir un número determinado de ingenios azucareros, y hacia 1542, al menos uno de ellos estaba en funcionamiento. Ese mismo año solicitó y obtuvo el permiso para llevar esclavos negros de África a trabajar en dichos ingenios.

Buena parte del éxito de Pernambuco se explica por sus buenas relaciones con los indios. Los franceses y sus aliados indígenas siguieron siéndoles hostiles y guerreando continuamente hasta 1560., pero los portugueses llegaron a una alianza con los tabajaras. A diferencia de otras capitanías, Pernambuco pudo contar con la asociación de los indios, con abastecimiento de alimentos y, ocasionalmente, con mano de obra india. Menos dependiente de Europa en este último aspecto, Duarte Coelho pudo negarse a aceptar los presidiarios que Portugal solía enviar como colonos.. Hacia 1585, Pernambuco era una próspera plantación colonial, con más de 60 ingenios azucareros en funcionamiento, y, con mucho, la región más rica de Brasil.

Pero Pernambuco era una excepción. En general, las capitanías fracasaron como instrumentos de colonización. El intento de un país pequeño   –ya comprometido en muchas otras operaciones- por establecer diversas colonias simultáneamente era una invitación al desastre, si bien estimulada por un litoral abierto, subvirtió el típico proceso de colonización española, más natural, basado en un único asentamiento por etapas en cada región; de esta forma, cada fundación lograda proporcionaba el capital, la experiencia y los hombres para la siguiente. De hecho, el resultado global del experimento de las capitanías no fue exactamente un fracaso, sino el establecimiento del pequeño número de poblamientos viables que admitía la situación del momento. Incluso cuando salían adelante, las capitanías estaban condenadas a ser algo provisional, debido a su carácter ambiguo, y a los objetivos encontrados de corona, donatarios y colonos.

El desarrollo dependía realmente de los colonos y el papel que desempeñasen en las nuevas tierras. Mientras que los donatarios pretendían recrear senhoríos, si bien con fines capitalistas, los colonos no estaban dispuestos a ver sus desventajas de Portugal perpetuadas en Brasil. No habían abandonado los poblados campos de Minho o las faldas rocosas de Beira para desempeñar en Brasil los mismos papeles que allí. Los incesantes conflictos en la mayoría de las capitanías, incluido Pernambuco, entre el donatario con sus familiares y séquito, por un lado, y los colonos por el otro, demostraron el rechazo por estos últimos de las funciones y posiciones previstas para ellos en el sistema de capitanías.. Para los colonos, Brasil significaba la movilidad social mediante la adquisición de tierras y la oportunidad de vivir “noblemente”, rodeado de sus familiares y dependientes. Pero, al igual que los donatarios, estos mismos colonos se dieron cuenta de que el éxito dependía de su integración en la estructura comercial de Europa, y ello sólo podía conseguirse mediante la exportación del palo de Brasil o el nuevo cultivo, el azúcar. Legalmente, el palo del Brasil era un monopolio de la corona y de los donatarios o sus contratistas. El azúcar ofrecía la esperanza del éxito, riqueza y estatus, pero para ello no bastaba con la mera tierra. Eran necesario capital, crédito y, sobre todo,  mano de obra. La búsqueda de trabajadores se convirtió en la principal obsesión del Brasil en el siglo XVI, con unas implicancias sociales de gran alcance para el subsiguiente desarrollo colonial.

Tanto los frecuentes fracasos como los pocos éxitos del sistema de capitanías llevaron a que Portugal intentase otra forma de administración en Brasil. La amenaza exterior no había desaparecido y las relaciones con los indios eran malas en muchos lugares; en general, los donatarios habían sido incapaces de crear colonias estables y rentables. Al mismo tiempo, la industria azucarera cada vez más importante de Sao Vicente y de Pernambuco demostró a la corona que las posibilidades de obtención de beneficios en Brasil desbordaban largamente el mero estadio de los fuertes comerciales tan utilizados en África. También en este caso eran los portugueses conocedores de los descubrimientos de las importantes minas de plata de Potosí, en 1545, lo que, una vez más, les permitió albergar la esperanza de descubrir yacimientos similares en Brasil.

 

Establecimiento del Gobierno Real

En 1549, la corona, actuando en consecuencia, envió una gran expedición al mando de Tomé de Sousa, nombrado gobernador general del Brasil. Con él llegaron un tesoro real, un alto magistrado y altos funcionarios, así como artesanos, soldados, colonos y penados. También viajaban en la expedición seis jesuitas, los primeros de una orden regular en Brasil. La corona instó a Tomé de Sousa a establecer su capital en Bahía de Todos los Santos, con un emplazamiento central y grandes posibilidades como región productora de azúcar, su misión se vio facilitada por la inexistencia de donatario por muerte del titular. Una nueva ciudad, Salvador, se creó como capital real, situándose Brasil bajo un control centralizado. El gobernador general recibió amplios poderes administrativos, algunos de los cuales entraban en conflicto con los previamente concedidos a los donatarios. Las capitanías no pudieron abolirse legalmente y la corona se limitó  a superponer el gobierno real centralizado al sistema existente. Unos pocos donatarios, como Duarte Coelho, lucharon enérgicamente para proteger sus derechos. La tendencia general fue en la dirección de aumentar el control estatal a expensas de la iniciativa privada y de las prerrogativas de los colonos. En muchos aspectos, el proceso fue muy paralelo al de la América española. Tras un período de concesiones reales a particulares y la formación de una sociedad colonial con una base económica más bien independiente, las coronas ibéricas empezaron a limitar las tendencias centrífugas creadas por dicha situación. Lo que había sido durante el período de conquista y descubrimiento para fomentar la iniciativa privada y la participación se recuperaba desde el momento en que las colonias americanas empezaban a convertirse en una fuente segura de beneficios.

Con la administración real firmemente asentada en Brasil, Tomé de Sousa y sus sucesores, en especial el vigoroso e implacable Mem de Sá (gobernador general entre 1558 y 1574), incrementaron el nivel de centralización, extendieron el control burocrático y fiscal y fomentaron el desarrollo económico. La defensa era todavía una preocupación para la corona, ya que los franceses habían vuelto a sus costas con renovados bríos. Esta vez se asentaron en la colonia Bahía de Guanabara, y aunque la Francia antártica, tal como la llamaron, fue presa con frecuencia del enfrentamiento entre facciones de católicos y hugonotes, los portugueses percibieron su mera existencia como una amenaza para Brasil. Estaban en lo cierto. A principios del decenio de 1560, los franceses sellaron una alianza con una confederación de tribus indias, poniendo en peligro toda la parte meridional del Brasil. Tras arduas batallas los portugueses destruyeron la colonia francesa (1565-1567) y fundaron su propia ciudad en Bahía de Guanabara, Sao Sebastiao de Río de Janeiro. Se convirtió en la sede de una segunda capitanía real bajo el mando de Salvador de Sá, sobrino de Mem de Sá. Durante muchos años no pasó de ser una mera versión de Bahía o de Olinda, completamente sometida a la influencia de la familia Sá. Tales acontecimientos, acompañado de una serie de breves y destructivas campañas militares contra los indios de las inmediaciones de Bahía, consagraron la seguridad de la población portuguesa.

La centralización recorrió un gran trecho gracias a la estrecha colaboración de los jesuitas. El esfuerzo de dicha orden en Brasil durante el siglo XVI fue extraordinario en cuanto a sus efectos y pervivencia. Los jesuitas recibieron el estímulo y el apoyo económico de los funcionarios reales y a menudo sirvieron como consejeros y confesores de los personajes más influyentes de la colonia. Dirigió sus esfuerzos originarios hacia la conversión de los indios, y, como resultado, la Iglesia del Brasil primitivo tuvo hasta cierto punto un carácter misionero, lo que limitó notablemente el papel de los obispos y el clero diocesano.

Nunca fueron muy numerosos. En 1574, sólo había 110 padres jesuitas en todo el territorio del Brasil, pero lo compensaron con la calidad y la actividad que desplegaron. La orden se había fundado en 1540, y los primeros miembros que llegaron a Brasil en 1549 eran hombres convencidos de su misión, su fervor y sus capacidades. El padre Manoel de Nóbrega, que estaba al frente del grupo que llegó con Tomé de Sousa, se puso inmediatamente a la labor de conversión de los indios y de tronar contra la licenciosidad sexual y la relajada moral de los colonos. Al mismo tiempo se convirtió en un ardiente abogado de las colonias; sus cartas estaban llenas de expresiones como “quien quiera conocer el paraíso de la Tierra ha de venir al Brasil”. De hecho, Nóbrega y su secretario, José de Anchieta, trabajaron estrechamente con los funcionarios de la corona. Tuvieron buena parte de la responsabilidad de la fundación de Sao Pablo en 1557, así como la pacificación de los indios de las tierras del sur. Se fundaron colegios jesuitas en todas las ciudades costeras más importantes, siendo apoyados generalmente por la corona, a menudo mediante la concesión de sesmarías. La educación brasileña de los tres siglos siguientes permaneció en  buena medida en manos de los jesuitas.

El apoyo real al esfuerzo de los jesuitas se vio complementado y superado por las propias actividades de éstos. Sus ingenios y haciendas eran con frecuencia los más importantes y mejor gestionados. Este éxito económico fue acompañado de su toma de posición en contra de la esclavitud de los indios, lo que los convirtió en el blanco de continuas quejas y ocasionalmente de violentas amenazas.

Por espacio de treinta y cinco años tuvieron los jesuitas portugueses la colonia brasileña casi para ellos solos. Cuando llegaron los franciscanos y los carmelitas en el decenio de 1580, se vieron obligados a acomodarse a una situación y unas formas creadas por los jesuitas. Los monasterios franciscanos, a menudo de hermosa construcción, estaban a veces situados en pequeñas comunidades rurales. Los carmelitas y los benedictinos erigieron bellas iglesias y se dedicaron en cierta medida a actividades agrícolas y a dirigir haciendas. Estas otras órdenes, especialmente los franciscanos, se embarcaron igualmente en una campaña misionera, de modo que hacia el siglo XVII eran extremadamente importantes en el Maranhao; pero, en general, carecían del grado de protección real de que disfrutaban los jesuitas. Por lo que se refiere a la vida religiosa, el siglo XVI fue el siglo de esta orden.

En el decenio de 1570, se habían configurado ya los rasgos principales del Brasil portugués. El poder real se había asentado, sustituyendo las fases originarias de iniciativa privada hasta cierto punto; pero el ámbito de control real estaba restringido a una estrecha franja costera y a los alrededores de ciudades y poblados. El interior permanecía casi ignorado, siendo todavía un reino de míticos tesoros y de un riego real debido a la presencia de tribus indias independientes. La entradas de exploradores mineros y de traficantes de esclavos o de misioneros penetraron ocasionalmente hasta el Sertao, o tierras interiores, pero nunca existió un control efectivo sobre los territorios. No había ricos imperios o grupos de indios sedentarios de los que extraer tributos en el Brasil interior, y, por tanto, pocos alicientes para la mayoría de los colonos. Lo que Brasil ofrecía en abundancia era el acceso a tierras y, mediante los beneficios derivados de la producción de azúcar, la posibilidad de alcanzar riqueza y movilidad social. Los poblamientos se concentraron en la costa litoral, en donde el clima y la tierra eran los adecuados para el cultivo del azúcar y donde el transporte era más barato. Los ingenios azucareros necesitaban permanentemente el abastecimiento desde Portugal, y el azúcar producido iba destinada a los mercados europeos. En los últimos decenios dl siglo XVI, Brasil no recordaba en nada a las colonias “factorías” del África occidental o de Asia y se había convertido en una colonia de poblamiento, pero de un tipo especial: una colonia de plantaciones tropicales capitalizada desde Europa y creada en la periferia de la economía europea para abastecer a un mercado creciente. Socialmente la colonia estaba caracterizada por un alto grado de diferenciación entre los colonos o los funcionarios portugueses y los indios, los esclavos africanos y los trabajadores. Para comprender la formación de la sociedad brasileña es necesario tener en cuenta la transformación de las relaciones entre portugueses e indios, y, en último extremo, la amplia dependencia de la esclavitud africana.

Próxima entrega: La mano de obra india y africana en el Brasil

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