Dunia Gólubeva, once años
Actualmente es ordeñadora
La guerra… Pero había que seguir arando…
Mi madre, mi hermana y mi hermano se fueron al campo. A sembrar lino. Se fueron, y menos de una hora después unas mujeres vinieron corriendo.
—Dunia, a los tuyos los han acribillado a balazos. Allí están, en el campo…
Mi madre estaba tirada encima del saco, del saco iban cayendo semillas. Las balas habían dejado un montón de agujeros…
Me quedé sola con mi sobrino recién nacido. Mi hermana había dado a luz hacía poco, su marido se había unido a los partisanos. Y yo con ese pequeño…
Yo no sabía cómo se ordeñaba la vaca. La pobre mugía en el establo, sentía que su dueña no estaba. El perro aullaba toda la noche. Y la vaca…
El bebé pedía… Pedía pecho… Leche… Me acordé de cómo lo amamantaba mi hermana… Le puse mi pezón en la boca, él chasqueaba los labios y se quedaba dormido. Yo no tenía leche, pero el pobrecito, de esforzarse tanto, se cansaba y caía dormido. ¿Dónde se había resfriado? ¿Cómo había enfermado? Yo era pequeña, ¿cómo iba a saber qué hacer? Tosía y tosía. No había comida. Los policías se habían llevado la vaca.
Y el niñito murió. Gemía, gemía y murió. Lo oí: se hizo el silencio. Levanté los trapos y ahí estaba él, todo negro; solo tenía la carita blanca, limpia. La cara era blanca y lo demás negro.
Era de noche. Por las ventanas se veía todo oscuro. ¿Adónde podía ir? Decidí esperar a la mañana, por la mañana avisaría a alguien. Me quedé allí sentada, llorando, porque no había nadie más en la casa, ni siquiera aquel bebecito pequeño. Empezó a salir el sol; lo metí en un cofrecito… Nos quedaba el cofrecito del abuelo, allí guardaba las herramientas; un cofrecito pequeño como un paquete de correos. Yo tenía miedo de que vinieran los gatos o las ratas y lo mordisquearan. Estaba allí, tan pequeño, más pequeño que cuando estaba vivo. Lo envolví en una toalla limpia. Una de lino. Y lo besé.
El cofrecito era justo de su medida…