Desde bien crío, Maximus solo tenía una pasión, el Circo; y un sueño, morir en la arena. Su padre le fabricó una espada con madera de olivo que era una réplica exacta a las que utilizaban los gladiadores profesionales para sus entrenamientos cuerpo a cuerpo.
Llegado el gran día tras haber alcanzado la edad y grado reglamentario, fue convocado a batirse en el Coliseo en presencia del César y del pueblo romano.
Nada más pisar la arena sintió que toda su vida había sido una preparación para ese momento tan crucial. Allí, de pie sobre la arena ardiente bajo un cielo azulísimo, sujetó con firmeza la empuñadura de su espada y se bajó la visera del casco. Tenía prisa por abatir a su oponente y fue el primero en asestar una mortal estocada. Su contrincante, que encajó el golpe y fue algo más lento en responder, vio caer de rodillas a Maximus con el pecho partido y sosteniendo aún, incrédulo, una espada de madera.