Esta mañana yo estaba paseando a la perra por el parque, cuando se acercó a mí una conocida para preguntarme qué tal está Chico.
-Muy bien. Chico y Mario están muy bien -dije para recordarle que tengo no un hijo, sino dos.
Ya estoy acostumbrado a que pregunten por Chico, y que le presten más atención que a su hermano, que en cierto modo, al ser el hijo sano, pasa a segundo lugar a los ojos de algunas personas (que no lo hacen con malicia, claro, pero sí con torpeza).
Por ese motivo escribí hace tiempo este texto: «El hijo sano», publicado en mi columna de «El Periódico de Extremadura».
EL HIJO SANO
Muchos nos hemos preguntado en alguna ocasión qué tal evoluciona Kike, el hijo de Bertín Osborne que nació con una grave lesión cerebral. Sabemos por los medios de comunicación que ha aprendido a leer siguiendo un método americano, que se comunica bien con las personas de su entorno y que está comenzando a caminar con la ayuda de un andador. A poco que alguien investigue, accederá a más detalles sobre el afán de superación de este niño de nueve años que progresa lenta pero adecuadamente.
De quien tenemos menos datos es de su hermano menor Carlos, quien cierto día, afligido por lo sesgado del interés mediático, le dijo a su padre: “Papá, recuérdale a la gente que tienes otro hijo”.
Es el estigma del hijo sano. Es el estigma de crecer fuerte y saludable junto a un hermano frágil a quien se cuida 24 horas al día con esmero clínico. Es el estigma de haber nacido en una familia donde las necesidades del hermano frágil le restan énfasis a la buena marcha de quien ha venido al mundo sin problemas. Es, lo diré ya, la discriminación positiva familiar.
Supongo que el hermano de Kike, y también otros chicos que están en su situación, comprenden. Comprenden que los desvelos, unas veces justificados y otras excesivos, hacia el más necesitado de la familia no son ni mucho menos un menosprecio hacia su persona y que la sobreprotección a un hijo frágil no implica la desprotección del sano.
Expreso mi solidaridad con estos hijos sanos con hermanos frágiles cuyos padres ven sus progresos (gatear, caminar o controlar el esfínter) como la consecuencia lógica de tener buena salud. Al convivir con un hermano especial desde la más tierna infancia, estos hijos normales desarrollan una madurez y una inteligencia superior y suelen ser muy responsables.
El padre quiere tanto al hijo sano tanto como al frágil, pero aun así no podrá evitar la sensación de tener una deuda impagable con el primero.