El hombre invisible – Elbio Firpo

Sería injusto de mi parte decir que la relación amistosa que mantengo con mi ex esposa se deba exclusivamente al pasaje de los años. Por ella me entero, que nuestra hija que vive en Holanda hace muchos años, tiene nueva pareja.

El hecho en si nada tendría de trascendente si no aclaro que la relación con Virginia – ese es su nombre – ha sido, por llamarlo de alguna manera, tumultuosa e intermitente.

El cotilleo familiar atribuye la circunstancia a similitud de caracteres.

Siempre me opuse a esa teoría sostenida fundamentalmente por mi ex suegra a la que el Señor tardó tanto tiempo en llamar a su lado.

Pero lo cierto que la noticia era una excelente excusa para el reencuentro. Estábamos entonces como los puentes de Toko Ri que Willam Holden  convirtiera en escombros.

Pero lo más importante era que mi orgullo no se vería menoscabado si le mandaba un mail por tan sensible noticia.

Y así fue, mejor de lo esperado. El diálogo se reinició como si lo hubiéramos dejado ayer y  continuó por los próximos días. Sin embargo, a pesar de mis intentos por saber algo de quién podría ser mi yerno, Virginia, no soltaba prenda.

Soy por naturaleza delicadamente persistente y persuasivo, pero tratándose de mails esas cualidades verbales pierden contundencia. Más aún siendo mi hija mujer de pocas palabras.

Decidí por lo tanto utilizar el humor, cuidadosamente administrado, atendiendo al carácter algo impredecible de Virginia, para conseguir mi propósito.

Inventé un personaje, Lothar Admunsen, al que comencé enviando saludos e integrándolo a los mails que enviaba a Virginia.

Le adjudiqué inicialmente, la condición de un actor cinematográfico muy popular en Holanda pero de carácter particularmente reservado, al extremo que solía disfrazarse para escapar del acoso de sus numerosos fans.

El silencio de Virginia, cuyas respuestas solían ser del tipo granadas antipersonal, donde ni las hormigas sobrevivían, me animó a potenciar al personaje, asumiendo aceptaba-con cierta jocundia nada habitual en ella- la azarosa  invención de su padre.

Le atribuí entonces la invisibilidad como la extraordinaria condición que le permitiría pasar desapercibido atendiendo a su marcada agorafobia.

Las aventuras del hombre invisible se multiplicaron.

Las agencias internacionales no cesaban de hablar de sus aventuras. Los reportajes a testigos presenciales que aseguraban haberlo visto desaparecer a medida que su vestimenta quedaba en el suelo, se multiplicaron. Pude haber incurrido en algún exceso, como cuándo, Pinterest  por medio, exhibí su ropa interior en manos de una quinceañera rubia que mostraba su trofeo con indisimulado orgullo.

Mi esposa, testigo involuntario de  mis acciones intentaba disuadirme.

  • .. ¿ No te parece que a Virginia le puede caer pesada tanta insistencia? Digo, porque, como no te contesta. Aparte de eso tiene un carácter bastante fuerte…
  • ¡Y…un estupendo sentido del humor!…muy bien heredado por cierto- solía responderle ante su prédica.

Hasta que un día ocurrió. El mail era, como de costumbre, muy breve: “Papá, mi novio viaja a Montevideo la semana que viene. Llega el viernes a medio día. No te preocupes por ir a buscarlo. Tiene tu dirección.”

_ ¡ Mirá…mirá…!   ¡Desconfiada! ¡ La semana que viene lo tenemos acá!

  • ¿ Que raro todo…Bicho…? ¿ Que más te dijo?
  • Nada…¿Qué más va a decirme? Ya conocés a Virginia…y no le voy a preguntar nada… ahora…¡a prepararnos para recibir a nuestro yerno…que nos dará¡ Por fin! un nietecito rubio y de ojos azules…

La ansiedad a nuestros años, tengo casi ochenta pirulos, me quitaba el sueño más que de costumbre.

Aumenté ligeramente mi dosis de Rivotril y le aflojé al mate.

Por fin llegó el viernes. Bastante antes del mediodía nos mantuvimos cerca de la puerta y atentos al llamado del portero eléctrico. Dispuse que mi mujer se mantuviera detrás de mi cuándo el ascensor comenzara su ascenso a nuestro sexto piso.

Yo sería, como dueño de casa, el primero en darle la bienvenida.

A las doce y treinta y cuatro me sobresaltó, a pesar de estar esperándolo, el breve pero contundente zumbido del portero.

  • ¿Si?- Dije- Intentando dar a mi voz un tono grave e intrascendente.

-¿ Aló? ¿Family Saldías?- respondió una voz con claro acento extranjero- y agregó con evidente dificultad.

– Bueenos días…muchio gosto…

– ¡ Buenos días…buenos días…welcome to Montevideo…come in …come in…!

– ¡Es él…es él…vieja…y el gringo habla español!

– Esta bien, Bicho…pero por favor…tranquilízate…y no grites…ya está subiendo.

Su consejo calmó mi exaltado espíritu. Respiré hondo y me paré frente a las aceradas puertas del ascensor.

Mi corazón latía acelerado pero conseguí darle a mi rostro una expresión de tranquila felicidad, como correspondería esperar de un octogenario que conoce, por primera vez, a su futuro yerno.

El ascensor llegó a nuestro piso. Sus puertas se abrieron brusca y silenciosamente.

Y  la voz surgió de su interior con ecos profundos y amables.

  • ¿Mister Saldías?…¡ A really pleasure!…¡Mi name is Lothar Admunsen ¡

Y solo pude ver mi asombrada imagen reflejada en el amplio espejo del ascensor vacío.

 

Elbio Firpo

Octubre del 2019

 

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