EL PODER EN LA HISTORIA POLITICA MUNDIAL

Tendemos a suponer que el poder, como la naturaleza, tiene horror al vacío. Parece que en la historia política mundial siempre tiene que haber una potencia hegemónica, o algún país que trate de serlo. Hoy es Estados Unidos, hace cien años era Gran Bretaña. Antes de ellos estuvieron Francia, España, y así sucesivamente. El gran historiador alemán Leopold von Ranke describía la historia moderna europea como una lucha incesante por la primacía, en la cual el equilibrio de poder era solo posible mediante el conflicto recurrente. Historiadores más modernos han inferido que mientras las superpotencias de la guerra fría sucumben a los “excesos”, su lugar podría ser ocupado por nuevas potencias. Antes se creyó que serían Alemania y Japón. Estos días los desconfiados realistas advierten del ascenso de China y Europa. En otras palabras, el poder no es un monopolio natural; la lucha por el dominio es perenne y universal.

La “unipolaridad”, detectada por algunos comentaristas después de la caída de la Unión Soviética, no puede durar mucho, simplemente porque la historia detesta la “hiperpotencia”. Tarde o temprano surgirán los desafíos, y volveremos a un mundo multipolar con varias potencias. En otras palabras, si Estados Unidos llega a la conclusión, a partir de su experiencia en Irak, de que ha llegado la hora de abandonar sus pretensiones imperiales, alguna otra potencia u otras potencias aprovecharán la oportunidad para lograr la hegemonía.

Pero, ¿qué ocurrirá si no surge un sucesor? ¿qué ocurre si, en vez de un equilibrio de poder, se da un vacío de poder? Tal situación no es nueva en la historia. Desgraciadamente, la experiencia del mundo con el vacío de poder (o con épocas de “apolaridad”, si uno lo prefiere) difícilmente puede considerarse alentadora. Cualquiera que ansíe una gran retirada de Estados Unidos de la hegemonía debería pensar que la verdadera alternativa a esa situación no es un mundo multipolar de potencias rivales sino un mundo sin ninguna potencia hegemónica. La apolaridad podría desembocar no en la utopía pacifista cantada por John Lenon en “Imagine”, sino una anárquica “edad de las tinieblas”.

¿Por qué podría surgir un vacío de poder a principios del siglo XXI? Las razones no son difíciles de imaginar. Consideremos a los tres principales rivales que podrían suceder a Estados Unidos si este sucumbiera a la decadencia imperial. Aunque la ampliación de la Unión Europea ha sido impresionante (por no mencionar el logro de una unión monetaria de 22 países), la realidad es que apenas existen dudas de que las tendencias demográficas condenan a Europa a la decadencia. Con una tasa de fertilidad en descenso y una esperanza de vida en aumento, las proyecciones señalan que las sociedades europeas occidentales tendrán una población con una media de edades de casi cincuenta años a mediados del siglo XXI. En efecto, la vieja Europa pronto será realmente vieja. Hacia 2050, uno de cada tres españoles, italianos o griegos tendrá sesenta y cinco años o más incluso contando con la inmigración. Por tanto, los europeos afrontarán una opción angustiosa entre “americanizar” sus economías, es decir abrir sus fronteras a una mayor emigración; o transformar su unión en una especie de comunidad de jubilados fortificada, en la cual una proporción decreciente de trabajadores ha de soportar el coste creciente de un sistema de bienestar desfasado .Estos problemas se complican con el crecimiento lento de la zona del Euro, consecuencia de las rigideces del mercado laboral, altas tasas marginales de impuestos y aportes relativamente bajos de trabajo (particularmente en términos de horas trabajadas). Mientras tanto, las incompletas reformas constitucionales de la Unión Europea significan que los estados-nación europeos disfrutan de considerable autonomía fuera del esfera económica, especialmente en la política exterior y de seguridad. La ampliación hacia el Este puede parecer una solución para el inminente envejecimiento de la UE, pero cada miembro adicional hace que la tarea de gestionar las instituciones confederadas de la UE sea más difícil.

Observadores optimistas de China insisten de que el milagro iniciado en la década de los noventa perdurará, con un crecimiento continuado a tal ritmo que el producto interno bruto de China en treinta o cuarenta años superará el de Estados Unidos. Sin embargo, existe una incompatibilidad fundamental entre la economía de libre mercado, basada inevitablemente en la propiedad privada y el imperio de la ley, y el monopolio comunista del poder, que alienta la corrupción e impide la creación de instituciones fiscales, reguladoras y monetariamente transparentes. Por su parte, las sociedades musulmanas tienen una tasa de natalidad que duplica el promedio europeo. Por tanto los países musulmanes del norte de África y Oriente Próximo crearán por fuerza algún tipo de presión sobre Europa y Estados Unidos en los próximos años.

En síntesis, cada uno de los potenciales sucesores de Estados Unidos (La Unión Europea y China)  parecen contener las semillas de su futura decadencia; mientras que el Islam sigue siendo una fuerza difusa en la política mundial, sin los recursos de una superpotencia.

Niall Ferguson: “Coloso. Auge y Decadencia del Imperio Americano”,

 Debate,2022.

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