La conversación hace al hombre ágil, la escritura lo hace preciso.
Francis Bacon,
Escritura es una palabra del latín cuyo origen se remonta al siglo X de nuestra era y se define –entre otras acepciones- como el arte de escribir. Esta forma de representar las palabras o las ideas con letras u otros signos sobre una superficie, constituye un vínculo imprescindible entre las personas para expresar la verdad; es decir, hacer de la comunicación un instrumento de entendimiento
Cuando se trata de escribir la Historia (la disciplina del autoconocimiento humano), un reto importante se traslada al historiador debido a que su deber es narrar con veracidad los hechos. Lo puede hacer con inteligencia y rigurosa elocuencia. Con respecto a estos dos conceptos, el autor sirio Luciano de Samosata (120-189 d.C.) argumenta que el único objeto, el único fin de la historia es la utilidad, que sólo de la verdad se desprende… La Historia, pues, si añade la hermosura a la utilidad, tendrá muchos apasionados; pero aunque no tenga más belleza que la propia, o sea la de la verdad, no ha de inquietarse por la hermosura.
Algunos historiadores modernos proponen enseñar a escribir historia como se enseña paleografía, arqueología o crítica textual. Esta actitud (José Enrique Ruiz-Doménec, catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Barcelona) provoca el rechazo de los académicos que creen incompatible la historia con la buena escritura; sostienen que la erudición está reñida con la buena escritura. Sin embargo –anota-, los historiadores más influyentes han sido siempre y sin excepción, grandes escritores: Heródoto, Tucídides, Polibio,Tácito, Machiavello, Voltaire, Tocqueville, Burckhardt, Collingwood; por citar algunos.
El historiador, entonces, deberá encontrar un estilo conforme a las exigencias de su época puesto que la investigación del pasado es ante todo una creación del espíritu, una construcción: ordenar, clasificar y leer los documentos exige rellenar los espacios que esas fuentes no contienen pues en toda circunstancia siempre es mucho más lo que no aparece en las fuentes que lo que aparece. Transformar el estudio de un archivo en un discurso escrito exige un esfuerzo de imaginación lingüística para que su obra adquiera un contenido veraz, comprensible y amigable.
El oficio de historiador es una labor intelectual que apunta a una narrativa (género literario constituido por la novela, la novela corta y el cuento)) sobre la verdad de los acontecimientos, no a una descripción estática de un estado de cosas. La historia es un arte donde se aúna el esfuerzo personal por comprender una época y la habilidad de encontrar las huellas en los testimonios que han logrado llegar hasta nosotros.
Afirmado el concepto de que la reconstrucción del pasado debe ser una narración, es decir un discurso retórico en los que se exponen los acontecimientos históricos; podemos concluir que sólo a través del relato podemos tratar de saber cómo ocurrió tal cosa y por qué una operación artística, diría Aristóteles, que acepta que los hechos históricos acontecen bajo la luna, en lo sublunar y no en un plano inconcreto, abstracto, a menudo fantasmagórico; son intrigas, pasiones, conflictos, deseos. Por lo tanto, el estudio de la historia en contacto con los fundamentos literarios nos pone en el camino de alcanzar esa Teoría de la historia sin la que ésta no puede ser una disciplina.
El ritmo de la historia, entonces, exige un código de recepción basado en una linealidad narrativa con un principio y un fin lógicos; personajes reales y lealtad a lo verosímil social y psicológicamente. Esta invocación al realismo del mundo vital es un valor que la gran novela del siglo XIX adoptó de la historia. La recuperación del pasado implica, entonces, la construcción de un texto que sea inteligible al lector, que le permita compartir con el historiador su fascinante viaje a través de las fuentes históricas.
Reivindicado el concepto del relato histórico en donde se integran el conocimiento veraz de los acontecimientos históricos y la elocuencia en describirlos mediante la buena escritura nos lleva al terreno de comparar la Historia y la Ficción, ya que estos dos elementos diferenciados los hemos integrado y definidos como complementarios. Sin embargo, una cosa es una novela, incluso realista y otra un libro de historia (Paul Ricoeur). Se distinguen por el pacto implícito habido entre el escritor y su lector… Al abrir una novela, el lector se dispone a entrar en un universo irreal, respecto al cual es incongruente la cuestión de saber dónde y cuándo ocurrieron esas cosas; en cambio al abrir un libro de historia, el lector espera entrar, guiado por la solidez de los archivos, en un mundo de acontecimientos que suceden realmente.
Las diferencias entre la narrativa literaria y las obras históricas sufrieron un proceso de acercamiento cuando algunos autores afirmaron que el relato histórico y el relato de ficción pertenecían a una misma clase, la de “las ficciones verbales”. A partir de entonces el discurso histórico dejó de ser considerado en sí mismo y pasó a ser una forma más de la retórica, un lenguaje, en otras palabras la obra histórica es una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrativa. Sin embargo, el historiador italiano Arnaldo Momigliano critica este intento de considerar a los historiadores como meros narradores o retóricos identificados por su lenguaje porque –anota- eliminan la investigación de la verdad como la principal tarea del historiador.
¿Cuál es, entonces, la relación entre la literatura y la historia? En el correr del siglo XIX las novelas de Walter Scott (“Ivanhoe”), Stendhal (“El Rojo y el Negro”), Flaubert (“Madame Bovary”) y Tolstoi (“La Guerra y la Paz”), entre otros, le otorgaron mayor peso a la literatura en la descripción de la realidad, pues las obras de estos autores desplegaron ante los lectores extensos lienzos históricos donde actuaban personajes representativos de todos los sectores sociales retratados magistralmente. Los novelistas se sintieron pares de los historiadores como artífices volcados a representar la vida y reencarnar el pasado. Más tarde muchos historiadores tuvieron que reconocer el aporte de la novela histórica debido a que tiene la capacidad de representar una realidad aunque sea un arte regido por otros principios.
Indudablemente como oficios, historia y literatura se rechazan (Enrique Florescano: “La Función Social de la Historia”), pero como modos de aprender y representar la realidad se unen y nutren uno con otro, hasta levantar simulacros de experiencias del pasado que una vez nombradas por la poesía o contadas por la historia, son tan reales como la realidad del pasado.
Si el discurso del historiador quiere sobre todo representar la realidad del pasado y para ello comienza por seleccionar las fuentes idóneas; luego, para fijar la dimensión de esos datos, está obligado a confrontarlos con sus contextos espacial y temporal, y finalmente tiene que darle a todo ello un acabado, una representación escrita; ésta representación final que le da forma y la llena de contenido debe llegar al lector con elocuencia. Lo del principio: un elogio a la escritura.
Datos bibliográficos: -Coraminas,Joan, Breve Diccionario Etimológico
De la Lengua Castellana, Madrid, 1997.
-Ruiz-Doménec, José Enrique, “El Reto del Histo-
riador”, Barcelona, 2006.
-Florescano, Enrique, “La Función Social de la
Historia”, FCU, México, 2012.