Graffiti – Elbio Firpo

La residencia presidencial no era, como se afirma, una fortaleza inexpugnable.

Una Brigada de Paracaidistas, apoyada por tres horas de fuego de artillería, hubiera podido tomarla fácilmente. Era, asimismo, altamente sensible a las acciones individuales del tipo ”comando”, por su extendido perímetro y las posibilidades de ocultamiento que ofrecía a los potenciales incursores en la densa vegetación de la zona.

Es cierto que desde las garitas que sobresalían de los muros se controlaba todo movimiento sospechoso, que potentes reflectores ubicados estratégicamente alumbraban las paredes exteriores por la noche y que las patrullas recorrían periódicamente el Jardín Botánico. Sobre las calles circundantes se movían los coches policiales. Sin embargo, ninguna protección fue suficiente ante el arrojo y la decisión individual. Porque el incidente de aquel fin de semana, aunque nunca aclarado totalmente, no dejó lugar a dudas.

Todo comenzó con una de aquellas fonoeléctricas  de la remozada AFE, que por entonces había recuperado máquinas, vagones y un antiguo motocar, rebautizado “Águila Blanca” , que invitaba al dulce traqueteo de las vías.

En época de cónclaves  y minicónclaves, no se desperdiciaba oportunidad de analizar la marcha del país en maratónicas jornadas de varios días.

La inauguración de un puente ferroviario en un remoto punto del interior fue motivo para que gobierno en pleno se trasladara hacia allá. Se habían acondicionado varios vagones, uno de los cuales, el presidencial, prometía comodidades dieciochescas .

Un largo fin de semana partió el convoy desde Central, entre banderas nacionales y alguna que otra escuelita de la zona. Cuando se acallaron los ecos de  la Diana de Palleja, aún se veía desde los andenes, alejándose muy lentamente.

Conociendo la eficiencia de AFE, sabía que contaba por lo menos con tres días libres. Lo único que no podía pasarle al tren era pinchar.

Regresé a Suárez para un último control. El pronóstico meteorológico aseguraba un fin de semana soleado. Liberado por el Presidente de ir a esperarlo, mi próxima obligación era presentarme en Suárez al otro día del regreso.

El domingo a las diez de la noche, sonó el teléfono por línea presidencial. El Tte. Cnel. B nunca trasmitía buenas noticias.

-¿De regreso?-tentando una respuesta positiva, aunque el tono de mi amigo presagiaba desgracias.

-Hermano… Nos pasó de todo…Casi nos morimos…un atentado, o se rompió un caño…

Hasta allí nada me hacía responsable de algo. La rotura de un caño mientras rodaban en la llanura fue, como me enteré después, un accidente con una vieja tubería que causó la detención del tren y una alarma histérica.

Lo que siguió comenzó a preocuparme.

-Venite… el General quiere verte…no…no por teléfono, no. ¡ Vení rápido!

Venciendo una creciente congelación sanguínea y un casi imperceptible temblequeo, partí para la residencia. “ El mastín de los Baskerville” no me quería para tomar un whisky. Por la radio policial del poderoso Volvo verde botella escuchabas las órdenes para todos los móviles para reunirse en Suárez,

Cuándo llegué a Millán y Reyes observé el tránsito detenido y la primera barrera policial. Luces rojas, “walkie-talkies”. Al trasponer la segunda barrera, en la esquina de Suárez, advertí un grupo de personas provistas de linternas que alumbraban el suelo.

Imaginé lo peor. Dejé el auto y me acerqué. Con excepción hecha del Presidente, estaban todos. La policía técnica tomaba medidas. “El Mastín” y el monitor controlaban atentamente. Si me vieron, no se dieron por enterados. No quise interrumpir.¿ Donde estaría el cuerpo? Me pregunté angustiado. ¿Bomba? ¿Arma corta? Sentí que una mano se posaba sobre mi hombro. Me di vuelta. El “Fragata” me miraba divertido.

-¿Qué fue?-pregunté-¿ Atentado?

– No- respondió- Graffiti.

Escuché la voz del Comisario, jefe de la custodia, hablando con el General.

-Me inclino por los enanos…-decía.

A la luz que el marino dirigió al muro, lo vi. No estaría a más de cincuenta centímetros del suelo. Ofensivo, sin faltas de ortografía y con un punto final, el graffiti lanzaba un grueso epíteto a la moral de la presidencia.

En la curiosa situación , el bolero “Tres palabras” de “Los Panchos” me acompañó inconscientemente.

Solo que aquí eran cuatro.

-¡Si, si! Mi General…hablamos con Cacho Bochinche. A la hora que suponemos ocurrió, los enanos estaban actuando…pero no son los únicos enanos.

-¡ Saldías!

-Ordene mi General…

-Trabaje con el Comisario X…quiero un relevamiento de todos los enanos de la zona.

-Si , señor…mi General.

-Para mañana a las nueve…reunión en mi despacho.

Los hechos eran simples. Desde una de las garitas que sobresalían de los muros, existía un ángulo de visión ciego en que el centinela no podía ver lo que ocurría, en caso de que el incursor pudiera pasar inadvertido por su frente. Y eso ocurrió. Una vez pegado al muro pudo escribir con spray negro el muy poco original graffiti.

Los interrogantes eran dos: como había burlado la vigilancia y como estaba el graffiti a tan pocos centímetros del suelo, con tal corrección ortográfica. Descartada la hipótesis de que un niño fuera el responsable, solo quedaban los enanos.

La reunión se inició con un sentimiento de peligro eminente.

-Señores- comenzó el Mastín, dirigiéndose a la numerosa audiencia que colmaba el despacho- Lo ocurrido a plena luz del día no solo es inadmisible sino que deja bien en claro las deficiencias de nuestro sistema de vigilancia.

Ninguna referencia a los enanos…cosa que me tranquilizó porque con el Comisario X solo habíamos detectado uno de edad avanzada viviendo a tres cuadras de la residencia. El informe apresuradamente realizado decía que el señor Rissoto, de 74 años, italiano de nacimiento, se manifestó ofendido ante la insinuación, conduciendo al Comisario al interior de su domicilio, donde una gran foto del “Duce” se mostraba sin reticencias. Su gran frustración era no haber podido combatir en la Segunda Guerra Mundial. Siempre, según el informe del Comisario, se le llenaron los ojos de lágrimas al admitirlo.

A pesar de su diminuta figura, vestía correctamente un pantaloncito prolijo y camisa negra.

Lo eliminamos como sospechoso de la incursión de la víspera.

“El Mastín” proseguía. Me afectaba una somnolencia altamente peligrosa en esos momentos. Entre las mejores propuestas se mencionaron minas terrestres y hasta alambradas de espino. Ambas fueron dejadas de lado, aunque la cerca electrificada tuvo cierta aceptación.

Rommel compartía el punto de vista de que Normandía sería el principal objetivo aliado y considerando que el enemigo tenía que ser aniquilado  si era posible en el mar, y desde luego en las playas, quería tener a su mando todo el apoyo acorazado.

La seriedad de la exposición en el atestado despacho del General me llevaba la comparación histórica con aquella situación en que la muerte  de millares de hombres estaba en juego.

  Este quinto día de junio no es uno de esos hitos históricos que deban ser incluidos en una generalidad. Significa mucho para muchos. Los 287.000 hombres y toda una gama de vehículos…

-Saldías…¿ Cuántas garitas cubren la residencia

Presidencial?

   Casamatas de cemento entre Cherburgo y Calais con baterías navales de 450 mms. Tenemos un total…

-Cuatro…mi General.

-Son ocho , mi General- corrigió el monitor, dejándome expuesta al fuego directo toda la banda de estribor.

-¿ En que quedamos Saldías? Usted es el responsable de toda el área…no puede desconocer ese dato.. ¿ Cuantos hombres en total tenemos asignados Suárez?

43 Divisiones del total de 70 agrupadas en el Grupo B del Ejército del Mariscal Rommel, lo que hace un total de..

      – Sesenta , mi General.

La barra comenzaba a disfrutar el cañoneo y el espeso humo que despedía por debajo de las alas, que no tardaría en convertirse en fuego.

-Permiso mi General…el señor Presidente. Si se molesta a su despacho…

El secretario militar del Presidente, Cnel. A, se cuadraba en el vano de la puerta. Hombros estrechos, cabeza rapada, ojos azules de mirada fanática.  A era la quintaesencia de la corrección castrense. No fumaba, no bebía, corría diez kilómetros diarios y la presencia de mujeres le producía una irritación gélida que disimulaba con una caballerosidad extrema.

La orden que trasmitía el Presidente, provocó que el “Mastín”, pese a su corpulencia, saltara por encima de nosotros y despareciera escaleras arriba.

Algo había molestado al primer mandatario. La tardanza de la reunión…¿ Que otra cosa? Solo que el despacho tuviera micrófonos ocultos. ¡ Líbreme Dios de tan siquiera pensarlo!

Con un ligero tono rosa en su rostro pétreo, el General regresó.

-Señores…la urgencia del caso hace que debamos trabajar de inmediato. En principio…espejos..

Una hilaridad creciente me fue ganando el ánimo, hasta ese momento bastante disminuido. La mención de los espejos me recordó a mi tío Juan, oveja negra de la familia, que los tenía ubicados en el techo de su dormitorio. Un día, siendo niño y no muy sagaz, pregunté si no le resultaba incómodo para hacerse el nudo de la corbata.

-Con ellos…prosiguió el “Mastín”- … el guardia de la garita podrá ver la parte del muro donde se produjo la pintada. En segundo lugar, lomos de burro…

Observé la espalda de el “Mastín”. El sentido de la prevención ante el peligro me abandonaba y el fuerte latido del corazón me confirmaba que iba a decir algo inconveniente.

-Con ellos evitaremos atentados desde vehículos que pasen a gran velocidad…Saldías…

-Mi General…

-Usted como responsable de Suárez, supervisará los “lomos” y la instalación de los espejos…hoy deben empezar los trabajos.

La organización Todt se encargaría de cavar  los cimientos. Casamatas, bunkers, artillería pesada bajo el techo a prueba de bombas y cientos de civiles franceses dedicados a la tarea…

No sé exactamente como murió Manolete. Paquirri sé que tardó bastante cuando la afilada cornamenta del toro le seccionó la arteria femoral. De Sanchez Mejías sé que fue a las cinco de la tarde. En todos los casos hubo un error de cálculo, una ligera duda frente a la irracionalidad del animal en que las reacciones inteligentes no existen, un amague de capa tardío sin liberar el cuerpo, provocaron que el hombre, delicado y sensible fuera destruido por la bestia.

-¿ Cuándo estima que el trabajo este pronto?

La pregunta no me tomó por sorpresa. La construcción de los lomos de burro no llevaría más

de cuatro días, aunque los levantáramos de dos metros y los espejos, cortados e instalados, estarían prontos en dos días.

Para entonces, el espíritu Kamikaze se había instalado en mí. Un deseo irresistible de inmolarme en el circo en busca de una imposible carcajada general,  me empujó a la sierra. Respondí mirando directamente a los ojos del General , escondidos tras las rendijas de sus párpados.

-Estamos a cuatro de junio. Seguramente a principios de octubre los trabajos estarán terminados , mi General.

La incomprensión del Emperador y la muchedumbre romana era una sola. Con expresión beatífica el cristiano vio caer el dedo pulgar. Las rejas se levantaron y la bestia saltó sobre le mártir.

   Diez días después , los buses cruzaban lentamente los “lomos de burro”, algún distraído rompía los amortiguadores de su auto por no disminuir su velocidad y el centinela de la garita controlaba a través de los espejos la ausencia de enanos.

Durante ese tiempo esperé la ejecución. Cuando olvidaba el incidente del graffiti, ocurrió el apagón de Suárez donde el Presidente, solo en el caserón a oscuras, al mejor estilo de Norman Bates, perdió su compostura.

La ejecución fue aséptica  y ejemplarizante.

Durante cinco días permanecí en la Base Aérea de Boiso Lanza mejorando mi sentido del humor con las paredes.

Elbio Firpo.

 

Del libro “ A la derecha del  Roble – Año 2008.

 

Citas extraídas de Thompson, R.W.  Día D. Comienza la invasión.

 

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