JUAN ANTONIO LAVALLEJA 7° Entrega

La lucha y las Instituciones 

“Los himnos de tu aurora 

            Deja que el labio vibre 

           ¡Paso al pueblo novel! ¡Soñó tu hora! 

           Que quien sabe morir, sabe ser libre”. 

El Canto VII de “La Leyenda Patria” recoge estos versos de Juan Zorrilla de San Martín de donde destaca la alusión a la muerte, al sacrificio como constructor de la libertad. La lucha por la emancipación fue una constante de la revolución oriental, el elemento insustituible para alcanzar los objetivos políticos: “Pero en realidad la guerra es siempre una sucesión de actos violentos, interrumpidos con pausas para el planeamiento, la concentración de los esfuerzos o para recuperar energías. Una gran variedad de elementos de las sociedades en lucha, así como la libre voluntad de los dirigentes y los motivos políticos de la guerra, determinarán el objetivo militar y el esfuerzo que debe realizarse. ´La guerra es simplemente la continuación de la política por otros medios´”. (Peter Paret) 

Descartando el elemento ético que genera la violencia y su traslado al plano filosófico; en el espíritu humano prevalece la voluntad de vencer, de libertad como propósito, la que anima a las comunidades a encarar la lucha como el instrumento hábil. También genera un espíritu de cuerpo en la comunidad y una tradición de sacrificio que la enaltece y reclama la responsabilidad patriótica en las futuras generaciones. 

Lavalleja asume el rol de conductor militar con autoridad y seguridad. Su ascendencia está avalada por sus antecedentes de decisión y arrojo, en un medio que le es propio y sabedor que la empresa es factible. El orden, la disciplina y la previsión son tres de sus virtudes como militar. Caballería e infantería, las armas esenciales de la época se conjugan a la hora de la acción, sus líderes, de la misma forma que el Libertador se han forjado en la campaña que les toca combatir y en el dominio de los elementos como el caballo y las armas. Las decisiones son rápidas y de resultados previsibles: menor número de soldados pero mayor velocidad; la mejor hora para atacar o cuando el enemigo viene de largas jornadas de marcha y el cansancio es un factor importante a tener en cuenta. A la precariedad de los medios, el caudillo sabe que la montonera ha quedado atrás. Se necesita orden, entrenamiento y disciplina; el arrojo y la maestría en el manejo de las armas en una constante en el ejército oriental. Rincón y Sarandí son dos triunfos orientales. Los muertos del enemigo se cuentan por centenares (140 y más de 400 respectivamente). Es el propio Lavalleja que: “Desea trocar –en el reclutamiento de las fuerzas-, el carácter instintivo de la ´montonera´ por el sistema regular de la disciplina y la ordenación adecuada de los comandos, los destacamentos subordinados y la remonta de tropas. Ceñido por temperamento, lo más que puede, a las ordenanzas militares, -españolas y lusitanas-, de vigencia, planea una organización que no desmerezca en nada los principios generales aplicados por la estrategia europea de entonces”. (De Salterain Herrera). 

Algo más de catorce años separan a Las Piedras de Sarandí. Artigas y Lavalleja anudan desde el plano de la conducción militar, dos eventos épicos de capital trascendencia. Testimonio de victoria y sacrificio, pero también de proyección patriótica. El triunfo es vital para el destino de la Cruzada y un poderoso argumento para el ideario nacional. Cuatro mil hombres, orientales y brasileños, son recogidos en los partes de guerra. El resultado es espectacular para la época: una cifra que supera las mil bajas entre muertos, heridos y prisioneros. Horacio J. Vico autor de la obra “La batalla de Sarandí” señala que: “El éxito oriental fue asegurado con la juiciosa repartición de las fuerzas y con la elección del esfuerzo principal, por una maniobra desbordante, etc. […] Lavalleja ha modificado los moldes antiguos: flanqueos adelantados que desorganizan un ataque frontal; reserva adelantada en la dirección del esfuerzo y luego, no pierde tiempo en una descarga de fusilería. El combate es a caballo y lo decidirá en arma blanca. Cuando el enemigo espera las balas ya tiene los sables sobre su pecho. La organización del mando y la unidad de acción, deben destacarse entre las sabias órdenes de Lavalleja. Esto le permitió la oportuna acción de la reserva, que cierra el centro oriental, aparta a Alencastre y desorganiza el dispositivo enemigo”.  

En las acciones marítimas es necesario resaltar la decisiva actuación de la flota de las Provincias Unidas al mando del Almirante Brown, fundador de la Armada argentina, quien logra una serie de triunfos navales (se destaca Juncal en febrero de 1827), contribuyendo al esfuerzo de la campaña al prevalecer sobre la Armada brasileña en el estuario del Plata. 

Con Ituzaingó en febrero de 1827 y la sorprendente reconquista de las Misiones Orientales en abril de 1828 culmina la intervención del instrumento militar habiendo alcanzado plenamente los objetivos. La política invade el terreno para dilucidar la cuestión. Sin la presencia de las Instituciones el proceso estaría mutilado en su contenido, porque precisamente es el edificio donde se construye el destino nacional y también, situado en un contexto internacional, pesa como argumento político para la creación del Estado Oriental, Las instituciones habían sido reinstaladas el 14 de junio de 1825, oportunidad en la cual el Libertador da cuenta a través de un documento escrito, el camino recorrido por la Cruzada. 

También hay coherencia en lo hecho por el gobierno político de la Provincia si lo observamos desde una perspectiva histórica, aún incluyendo la fractura de la legitimidad llevada a cabo por quien más la debería respetar. Juan Antonio Lavalleja enajenaba “a los pueblos”  -representado por los diputados de la Sala- al despojarlos de su investidura, pero al mismo tiempo reivindicaba la vocación autonomista de los orientales. La sombra del pensamiento unitario se había proyectado sobre el espíritu federal y removía un pasado de controversias con las autoridades de Buenos Aires. Lapidarias sentencia contiene el manifiesto de los “jefes y oficiales orientales” que respaldan a Lavalleja. Ellos también buscan legitimar su decisión: “Exmo. Señor: Los pueblos y las divisiones de milicias, cuyos departamentos representamos, en reuniones hechas de su propia voluntad, han sancionado actas formales como las que tuvimos el honor de presentar […] Cuando los pueblos, usando de su soberanía, eligieron los diputados a la Sala de Representantes, o trabajó la malicia contra la inocencia, o precisamente una tolerancia criminosa pudo haber hecho que fueran incorporados a su seno don Francisco Muñoz y don Lorenzo Pérez, cuyas personas siempre sospechosas a la patria, vuestra excelencia, conoce V.E. y conocen los pueblos que representamos”. (W. Reyes Abadie). 

Sin lugar a dudas el gobierno de la Provincia y su Sala de Representantes no fueron instrumentos artificiales de legitimación. Su muy buena labor pasa por las normas emitidas y con un vasto consenso de sus representantes. Estructuran un cuerpo legal recogido con posterioridad; su labor tiene un inmenso mérito si consideramos el contexto de lucha patriótica y un país que tenía todo por hacer, que necesitaba construirse desde abajo y sobre base republicanas. 

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