La casa

Vuelvo todas las tardes a la casa. Abro la puerta de calle, después la de cancel, atravieso el living siempre oscuro, con las bocas de los dormitorios silenciosos y llego al fondo.

El parral familiar. Las hojas resecas cubren el piso descuidado, lleno de manchas, allí donde las uvas cayeron sin que nadie las recogiera. Hace tiempo que mi padre debió barrer el patio y limpiar las manchas, pero aún antes de su muerte ya no podía hacerlo.

Sentado en el banco de madera miro las plantas crecer descuidadas. Me dejo sorprender por las tardecitas melancólicas y tempranas del invierno. Me imagino formar parte del espíritu de la casa que desaparecerá tan pronto. De común acuerdo, los tres hermanos no hemos tocado nada. Una tregua concedida en tantos años de desencuentro.

Un tiempo para la despedida.

Se extienden las enredaderas entre las raíces umbrías y el olor a tierra brota de entre los helechos. Nunca supe el nombre de todas las variedades de plantas que mi padre cultivaba. Reconocía el jazmín, la “planta de pajarito”, los rosales, pero poco más allá llegaba mi conocimiento de ese pequeño mundo vegetal del que todos se asombraban. Hasta una palma crecía desmesurada entre la fronda.

Solía obsequiarnos jazmines. Mi madre iba tras él y al clic-clac de la tijera de podar, extendía sus manos y recibía la flor.

Extraño a mi padre. Creí que todo terminaría con su muerte, su sufrimiento y el mío. No fue así. Comprendo que mis años no son una defensa contra su ausencia, seguramente porque tengo otras ausencias. Porque de la soledad de este jardín umbrío volveré a la soledad de mi escritorio en la fábrica e imaginaré en la noche que mi casa está habitada.

Por eso volveré mañana. Y será de nuevo una sorpresa no ver a mi madre apresurarse con pasitos cómicos y patéticos para abrirme la puerta de cancel y abrumarme con su cariño.

A veces llamo por teléfono. Dejo que el timbre suene un largo rato. El aparato en el rincón llamando inútilmente.

Anochece. Por encima de mí se recortan los pretiles descascarados de las casas vecinas.

Al entrar a la casa reconozco los olores familiares, atentos a recordarme la tibieza que la  cocina impone a estos viejos caserones.

“Pero cuando ya nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita, el edificio enorme del recuerdo”.

No hay ningún fuego encendido y hace frío.

La heladera como un fantasma amigable se diluye en un rincón. Cuando era niño temía la oscuridad amenazante del comedor en el otro extremo de la casa, donde la esfera del reloj refleja una luz agónica.

Ahora me deslizo entre sombras afectuosas. No necesito luz para moverme. Sobre la estufa a leña, la colección de perritos de porcelana se cubre de polvo. Regalo prolongado que mi padre hizo a mi hermana desde muy niña.

“Laura  ( Toma una pieza de la colección del estante )

– Cositas de cristal, adornos más que nada. En su mayoría son animalitos de cristal, los animalitos más diminutos del mundo.¡Mamá los llama el zoológico de cristal ¡ ¡Aquí tiene uno si quiere verlo! ¡ Este es uno de los más viejos, tiene casi trece años¡. Oh, tenga cuidado ! Bastaría un soplo para romperlo…

Entro al dormitorio. Apoyo mi mano sobre la cómoda y llamo-Papá?- quedamente, después un poco más fuerte -¡ Papá!… Hay alguien aquí?.

Las paredes húmedas no responden. Me arrepiento de esta prueba infantil para comprobar la existencia de la nada. De la oscuridad en que me sumerjo. De la soledad de las cosa queridas que ya no me pertenecen y de la otra, casi infinita, a que me expondré cuando abandone la casa.

Espero unos minutos. Desde la calle me llegan apagados los ruidos del tránsito. Abandono el dormitorio, el living, la casa toda me despide. Se cortan los lazos invisibles que la hacían mía. Una última mirada, pero ya es tarde.

La luz se ha ido definitivamente.

Elbio Firpo

Frases en cursiva : «El Zoológico de cristal” Tennesse Williams.

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