LA CONFLICTIVA FRONTERA ENTRE MÉXICO Y ESTADOS UNIDOS

México, a diferencia de Egipto, no muestra una unidad geográfica. Dos grandes cordilleras, las de Sierra Madre Occidental y las de Sierra Madre Oriental, se alzan a ambos lados de una accidentada Meseta Central. Más allá se suceden otras cordilleras, principalmente en el sur. Sierra Madre del Sur, Sierra Madre de Oaxaca, y otras. La península de Yucatán y Baja California se encuentran prácticamente separadas del resto de México, que a su vez se halla tremendamente dividido, contexto que nos ayuda a comprender la unificación actual –innegable, no declarada y de la que significativamente no se habla- del norte de México con el sudoeste de Estados Unidos y la consiguiente separación del resto del país.

La población del norte se ha duplicado con creces desde que en 1994 se  firmó el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte. El dólar estadounidense es ahora una moneda de cambio habitual en lugares tan al sur como Culiacán, a medio camino de México, D. F. El 87 % de la producción libre de impuestos y el 85% de las transacciones comerciales que se dan entre Estados Unidos y México se realizan en el norte. La ciudad mexicana nororiental de Monterrey, una de las más grandes del país, está íntimamente relacionada con el sector bancario, las manufacturas y las industrias energéticas de Texas.

El norte de México cuenta con sus propias divisiones geográficas. Al oeste las tierras bajas y el desierto de Sonora son estables en líneas generales; al este, la cuenca del río Grande es la zona más desarrollada e interconectada con Estados Unidos –cultural, económica e hidrológicamente- y la que mayor beneficio ha extraído del Tratado de Libre Comercio. En medio se encuentran las montañas y las llanuras, donde prácticamente impera el caos, como en la población fronteriza de Ciudad Juárez, muy cerca de El Paso, Texas, asolada por continuos tiroteos y asesinatos en serie. Las montañas y las llanura septentrionales siempre han sido el bastión de las tribus de México: los carteles de la droga, los menonitas, el pueblo yaqui; una dura frontera que a los españoles les costó mucho dominar.

El hecho de que la mayoría de los homicidios relacionados con el mundo de la droga hayan ocurrido sólo en seis de los treinta y dos estados de México, casi todos ellos en el norte, es otro indicador de cómo este se separa del resto del país. Estados Unidos comparte una frontera de 3.200 kilómetros que se ha vuelto inestable por la presencia de poderosos carteles de la droga transnacionales que amenazan la estabilidad de Centroamérica y Sudamérica.

Samuel Huntington dedicó su último libro al desafío que México suponía para Estados Unidos. En “¿Quiénes somos?: los desafíos a la identidad nacional estadounidense, publicado en 2004, Huntington postulaba que la historia latina estaba desplazándose demográficamente hacia el norte, en dirección a Estados Unidos, y que eso, en consecuencia, cambiaría el carácter estadounidense.

Huntington afirma que se trata de una verdad relativa, no absoluta, que Estados Unidos sea una nación de inmigrantes. Estados Unidos es una nación tanto de colonizadores angloprotestantes como de inmigrantes, en la que los primeros asumen el cometido de columna vertebral filosófica y cultural de la sociedad, puesto que el único modo de que esos inmigrantes se conviertan en estadounidenses es adoptando la cultura angloprotestante. Estados Unidos es lo que es, prosigue Huntington, porque fue colonizada por protestantes británicos, no por católicos franceses, españoles o portugueses, y dado que ya nació como país protestante, no hubo de convertirse en uno, de lo cual se deriva su característico liberalismo clásico. En última instancia, tanto el disconformismo, el individualismo, como el republicanismo provienen del protestantismo. «Si el credo estadounidense es el protestantismo sin Dios, entonces la religión civil de Estados Unidos es el Cristianismo sin Cristo”. Sin embargo, razona Huntington, una sociedad hispánica, católica y preilustrada en pleno avance podría acabar con este credo de manera sutil.

Huntington escribe:

La inmigración mexicana conduce hacia la reconquista demográfica de áreas que los estadounidenses arrebataron a México por la fuerza en la década de 1830 y 1840, por medio de una mexicanización comparable, aunque diferente, a la cubanización del sur de Florida. También desdibuja la frontera entre México y Estados Unidos, a la vez que introduce una cultura muy distinta.

            Según este autor “ningún otro grupo inmigratorio en la historia de Estados Unidos ha presentado o ha sido capaz de presentar una reivindicación histórica sobre el territorio estadounidense. Los mexicanos y los mexicanos-estadounidenses pueden y lo hacen”. Gran parte de Texas, Nuevo México, Arizona, California, Nevada y Utah pertenecía a México hasta la Guerra de Independencia de Texas (1835-1836) y la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848). México es el único país cuyo territorio Estados Unidos ha invadido, se ha anexionado buen parte de él y cuya capital ha ocupado. Por consiguiente, los mexicanos llegan a Estados Unidos, se establecen en zonas del país que una vez constituyeron su patria y de ese modo “disfrutan de una sensación de estar en su propia tierra” que otros inmigrantes no comparten. La tercera generación de mexicanos-estadounidenses, e incluso alguna más allá, sigue conservando una competencia lingüística en su lengua materna mucho mayor que otros inmigrantes, en gran medida a causa de la concentración geográfica de comunidades hispanas, que pone de manifiesto la invalidación demográfica de las guerras texanas y mexicano-estadounidense. Es más, las tasas de nacionalización mexicanas se encuentran entre las más bajas de todos los grupos migratorios. Por primera vez en la historia de los Estados Unidos, los mexicanos-estadounidenses, que constituyen el 12,5 % de la población, sin contar los otros hispanos, y que se encuentran, más o menos, concentrados en el sudoeste, contiguos a México, están modificando la memoria histórica de los Estados Unidos.

La difuminación de la frontera sudoeste de Estados Unidos está convirtiéndose en una realidad geográfica que ninguna medida de seguridad fronteriza actual es capaz de contrarrestar. Queda la interrogante si el nacionalismo estadounidense para preservar la cultura y los valores angloprotestante -que alude Huntington- ante la hispanización parcial de su sociedad. Estados Unidos no se verá privado de su identidad propia; sin embargo, ha dejado de ser una isla protegida por el Atlántico y el Pacífico. No solo la tecnología, sino también las presiones demográficas que ejercen México y Centroamérica la han acercado al resto del mundo. En una visión optimista se afirmaría que un México estable y próspero trabajando de común acuerdo con Estados Unidos sería una combinación invencible en geopolítica.

Extractado de: Robert D. Kaplan, “La venganza de la geografía”.

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