La construcción del mito descalificador

Los actos humanos colectivos o de naturaleza histórica no están libres del juicio moral. Es imprescindible realizar un crítico análisis de los hechos antes de elaborar un dictamen de lo bueno o lo malo de un acontecimiento histórico. Al juicio moral lo vemos con demasiada frecuencia en la historia y muchas veces son enunciados por prejuicios conscientes e inconscientes. El acontecer humano es producto de muchos factores y su complejidad demanda que el juicio se elabore con una excepcional honestidad intelectual.

La utopía de una felicidad alcanzada por un estado de perfecta igualdad entre los hombres no es posible, porque la jerarquía y el poder existen en todas las sociedades humanas. No hay grupo humano con un mínimo de éxito reproductivo que no viva bajo alguna forma de organización jerarquizada. La evolución del hombre indica que para organizar una comunidad mayor o muy extendida, fue necesario jerarquizar la sociedad, debido a que no era posible que subsistiera el pequeño clan familiar.

Así organizada la sociedad demandó que apareciera el dirigente, el que manda, al cual solemos muchas veces admirarlo o también rechazarlo sin tener  en cuenta si su desempeño se ajusta a los valores morales construidos por la comunidad a la cual pertenece. El que dirige, manda, lo debe hacer con responsabilidad y con el consentimiento de los dirigidos.

En el camino de su evolución, los seres humanos han sido capaces de crear grandes estructuras sociopolíticas llamadas Imperios. En ese orden, las grandes civilizaciones pusieron los cimientos de las creencias y las instituciones humanas en diferentes partes del mundo que perduran en el tiempo. La historia humana es el relato de una evolución constructiva en el sentido que desde sus insignificantes orígenes ha logrado, por ejemplo, modelar una piedra o un asta para convertirla en herramienta, o afanándose  lograr encender un fuego y mantenerlo.

El Imperio

El Imperio es una organización política independiente con una considerable extensión geográfica en la cual se ejerce la autoridad. A partir de él, se generan civilizaciones que parecen darle un sentido, un fin a la historia. Sin embargo, como lo ha analizado el intelectual francés Raymond Aron, muchas veces el hombre abusa de poder, se comporta como un amo y no como un guía, porque, según él: “El corazón humano es el que origina estos trágicos trastornos que arrastran a las civilizaciones”.

¿Cómo se entienden las grandezas y las miserias de un Imperio? ¿Produce el fenómeno enriquecedor de la transculturación? ¿Tiene un legado positivo para la humanidad? ¿De alguna forma, los imperios han contribuido a construir el mundo moderno?

La noción de Imperio implica dos sentencias: poder y extensión territorial. En la historia de la humanidad, han sido un motor de cambio y transformación y, por tanto, de evolución crucial en la tradición de nuestra especie en los cinco continentes. Muchos pueblos se organizaron en Estados y una pregunta surge: ¿por qué algunos crearon imperios y otros no? Sin duda, la respuesta es difícil de revelar aunque podemos decir que la formación de un Imperio es un proceso inteligible. Sin embargo, expresan una realidad porque están formados por pueblos que tenían existencia previa y separada, hasta que se unieron diferenciados por su etnia, nación, cultura y religión.

En el interior de Estados Unidos y Rusia conviven lenguas, religiones y razas distintas. También en Siria hay drusos, armenios, turcos y kurdos. Tanto en los Estados como en los Imperios, hay siempre un grupo étnico o un pueblo que encabeza la estructura institucional dentro de un territorio y los otros se unen a esa identidad política, ya sea de buen grado o por la fuerza.

Sin embargo, puede establecerse una diferencia importante entre el Estado y el Imperio. Mientras el primero se forma por unión de pueblos que tienen una larga historia de intercambio y relaciones, los imperios se constituyen por gentes diversas que antes de que éste existiera tenían poco o nada que ver. En el siglo XVI el imperio español gobernaba sobre malteses, mexicas, incas, napolitanos y toltecas, gentes que años antes vivían en un estado de desconocimiento mutuo.

La noción de Imperio cambia a través del tiempo. Con la gestación de la Unión Soviética apareció el término imperialismo, introduciendo el componente ideológico. La ideología, trastorna el análisis histórico al incorporarle juicios morales que varían según el catecismo que aplique el historiador: “El término ´imperialismo´ lo echó a andar en 1902 John A. Hobson con su ´Imperialism: a study”, y de su mismo nacimiento supone una condena moral. El imperialismo para Hobson es el resultado de las necesidades insaciables del capitalismo (…) Pero el concepto no adquirió su configuración definitiva hasta ´El imperialismo, fase superior del capitalismo´ de Lenin. (María Roca Barea: “Imperofobia y Leyenda Negra”). Aquí aparece la tentación del juicio moral cuando se confunde la acepción de cada vocablo: imperialismo/imperio. El lenguaje manipulado conscientemente es siempre rechazable.

Si usamos el criterio de la extensión territorial, los Estados Unidos desde principios del siglo XX, cuando hace su entrada triunfal en el escenario internacional, constituye un imperio territorial en sí y un Imperio hegemónico a nivel mundial. Esta clase de Imperio está basado en el comercio y en la supremacía económica (Imperio informal) y no requiere de un dominio político y militar efectivo. Y éste no es un invento estadounidense. Alejandro Magno imponía la hegemonía macedonia a los griegos y el dominio político y militar a los pueblos bárbaros. Como ejemplos podemos citar a los Imperios más grandes territorialmente: el británico con 31 millones de kilómetros cuadrados en 1938; mongol a mediados del siglo XIII con 24 millones de kilómetros cuadrados; ruso con 23 millones en 1913 y español en 1750 con 20 millones de kilómetros cuadrados.

Pensando en su legado

¿Qué ha significado el imperio romano para occidente y para el mundo? Tuvo un prestigio incomparable y pervivió a su desaparición aunque siempre está en tela de juicio si fue solamente una máquina de poder creada de forma consciente y deliberada o, en su defecto, los romanos se vieron empujados por diversas circunstancias históricas a construir un Imperio. Planteado así, los historiadores han argumentado a favor y en contra  en cuanto a su formación y sus legados. Quienes asumen grados de culpabilidad generan una leyenda negra que niega la complejidad de los procesos históricos. Lo cierto es que la propaganda anti imperial de los intelectuales es un mecanismo para crear opinión pública, marcando una posición anti imperio.

El imperio romano -todos los imperios que ejercen un dominio político y militar-, deben mantener un ejército, cobrar impuestos y dar participación en el gobierno a los sometidos. No se puede garantizar la tranquilidad de los gobernados sin armas, ni éstas sin salario, ni los salarios sin impuestos, como ha señalado Tácito, un historiador de la Roma antigua. El propio Tácito anotó la siguiente reflexión: “Ochocientos años de prosperidad y disciplina han consolidado esta enorme máquina del imperio romano, el cual no puede ser destruido sin derribar también a aquellos que lo destruyan” (Citado por María Roca Barea). Una sentencia que puede aplicarse también a todos los imperios. Lo procedente es preguntarse si luego que éstos desaparecen, los distintos pueblos que lo conformaron acceden a una vida mejor. Las instituciones romanas, el latín, sus contribuciones al arte, el Derecho Romano, su arquitectura y extendidas vías de comunicación, la organización política y el poder militar de sus legiones ¿no constituyen un legado de progreso?

Otros dos ejemplos son demostrativos: Estados Unidos y Rusia. En el primero, la crítica de la izquierda de culto marxista en nombre de la moral y la justicia, rechaza todo lo que representa el poder como manifestación humana. Esta implacable postura pretende anular el aporte que hizo Estados Unidos, en sus orígenes como nación, a la democracia moderna. En cuanto a Rusia, hoy destaca su autocrítica. A la hostilidad de occidente en tiempos de la guerra fría como producto de la revolución bolchevique de 1917, le sucede una asombrosa recuperación. Desde 1991 ha demostrado que su legado histórico continúa vigente.

El mito y la leyenda negra

Detrás de la propuesta antiimperialista de los intelectuales aparece la “leyenda negra” como su argumento principal y  muchas veces exclusivos sin mediar matices. Oscar Wilde sostuvo que “Estados Unidos es el único país que ha ido de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización”. Semejante aserto bajo el concepto de antiamericanismo ofrece una ocasión para comprender los alcances de la leyenda negra. Su liderazgo se encuentra en los cinco continentes, prueba que es el primer imperio auténticamente planetario que haya existido, puesto que antes no alcanzaban tal globalidad y afectaban a determinadas religiones o grupos religiosos.

Su leyenda negra, construida a través del tiempo, parece responder a una oposición que ve en su hegemonía el deseo insaciable de poder y riqueza. Los errores de la política exterior norteamericana provocan una animadversión que ellos mismos han incorporado a su autocrítica. Un ejemplo reciente ha sido la política exterior agresiva del presidente Bush en Oriente medio, según un informe del Congreso de 2007. La culpabilidad que le reprueban sin reconocer ningún aserto político, económico, ni siquiera cultural, parece indicar que los estadounidenses deben aceptar que van a cargar con ello por los siglos de los siglos y que nada de lo que hagan puede evitarlo.

Rusia ha sido  un enigma para la Europa Occidental. Para estos europeos, los rusos están a medio camino entre la civilización y la barbarie, entendiéndose, en el primer término, su naturaleza europea. Los propios rusos reconocen que con la desaparición de la URSS nada ha cambiado en la rusofobia tradicional. En la actualidad, la leyenda negra se manifiesta en occidente y en especial por su clase intelectual que ha visto en la caída del comunismo, un fracaso imperdonable de los ideales que reverenciaron durante años y hoy no pueden aceptar que la imagen de Rusia haya empeorado. Su renacimiento como un Estado Continental (controla una quinta parte de la superficie terrestre) puede resultar asombroso, si tenemos en cuenta el proceso de profundos cambios políticos, económicos y religioso realizados en corto período de su historia reciente y, además, el de crear una nueva Rusia retirándose de los territorios conquistados sin provocar ninguna guerra.

La cuestión uruguaya

En nuestro país, desatada la crisis del modelo batllista de finales de la década de 1950, surgió un debate en el marco de la guerra fría. Estados Unidos y Rusia se disputaban el liderazgo hegemónico sosteniendo dos modelos ideológicos preponderantes para la época: la democracia liberal de occidente y el socialismo pro soviético. La discusión planteaba un escenario de enfrentamiento, principalmente ideológico, es decir, dos visiones diferentes sobre la forma de apreciar el futuro político, económico y social de la democracia uruguaya.

Un número apreciable de intelectuales de la mencionada generación crítica del 45 adoptaron una ideología que les permitió argumentar su visión de un Uruguay sustentado -según su forma de ver la realidad-, por una tradición decadente, inmovilista, exenta de iniciativa y aferrada a la raíz liberal. Algunos de sus representantes trascendieron por sus capacidades literarias o artísticas, aunque no fueran expertos en política o en economía. Primó su compromiso político con el socialismo y confiaron, con distintos matices, en la sociedad de iguales que prometía la Unión Soviética. Se alejaron del “arielismo”, que si bien censuraba el utilitarismo norteamericano, apreciaba su contribución a la democracia liberal.

Más tarde, en la década siguiente, la generación del 60 incrementó su apuesta reclamando una mayor participación en el compromiso político para llevar a cabo los cambios que el Uruguay necesitaba. En el presente, muchos intelectuales y académicos no se sustraen de esa herencia ideológica y adoptan otras formas para defender sus ideas. Adquiere vigencia la teoría del intelectual italiano Antonio Gramcsi definida por el concepto del intelectual orgánico. En otras palabras, cumplir una función política comprometida con su ideología. Este compromiso es contestado por intelectuales independientes, denunciando la existencia de una cultura hegemónica construida por la izquierda. Esto puede verse como una forma de cercenar la libertad, porque quienes no se mueven con ese compromiso ideológico, están expuestos a que su obra pase desapercibida.

 

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