La era de la Revolución

Entre 1500 y 1800 tuvieron lugar cambios significativos en la forma en que los europeos cultos veían su sociedad. Se realizaron importantes descubrimientos científicos y la Ilustración trajo consigo un nuevo sentido de responsabilidad y razón. Pero a pesar de estos cambios, a mediados del siglo XVIII, la mayoría de los habitantes del mundo (y quizás también de Europa) podía creer aún que la historia iba a desarrollarse en gran medida como parecía que había hecho siempre. El peso del pasado era enorme en todas partes y a menudo inamovible: en Europa se habían hecho algunos esfuerzos para librarse de él, pero fuera de este continente no había ningún lugar donde pudiera siquiera concebirse esa posibilidad. Aunque en muchas regiones el contacto con los europeos había comenzado a cambiar radicalmente las vidas de un puñado de personas, esto no afectaba a la mayoría y los usos tradicionales de gran parte de la humanidad perma¡necía incontaminada.

En el siglo y medio siguiente, el cambio se complicaría y aceleraría prácticamente en todo el planeta, e ignorarlo iba a ser mucho más difícil por no decir imposible. En 1900 era evidente que Europa y las colonias europeas se habían alejado mucho del pasado tradicional. De igual importancia, los impulsos procedentes del norte de Europa y del mundo atlántico también se habían extendido para transformar tanto las relaciones de Europa con el resto de los continentes como los mismos cimientos de las vidas de muchos habitantes, por mucho que algunos de ellos se lamentaran y se resistieran a ellos. Al final del siglo XIX, (y esta fecha es sólo aproximada y se usa a modo de referencia), un mundo que una vez estuvo regulado por la tradición seguía un nuevo rumbo. Su destino era ahora continuar y acelerar la transformación y lo segundo era tan importante como lo primero. Un hombre nacido en 1800 que viviera las tres docenas de años más diez que decía el salm¡¡¡ista pudo contemplar a lo largo de su vida más cambios que en los mil años anteriores.

La consolidación de la hegemonía de Europa fue fundamental para estos cambios y uno de los grandes motores que los impulsaron. En 1900 la civilización europea había demostrado ser la que más éxitos había logrado en toda la historia. Puede que los hombres no estuvieran siempre de acuerdo en cuál era su aspecto más importante, pero nadie podía negar que había producido riquezas sin precedentes y que dominaba el resto del globo mediante el poder y la influencia como ninguna otra civilización anterior había hecho. Los europeos (o sus descendientes) gobernaban el orbe terrestre. Gran parte de su dominio era político, un gobierno directo. Además, habían poblado extensas zonas del planeta. En cuanto a los países no europeos que seguían siendo formal y políticamente independientes de Europa, la mayoría de ellos tenían que someterse en la práctica de los deseos europeos y aceptar la injerencia europea en sus asuntos. Pocos pueblos indígenas pudieron subsistir, y si lo hicieron, Europa siempre ganó su victoria más sutil, ya que el éxito de la resistencia exigió la adopción de las prácticas europeas y, por tanto, otra forma de europeización.

Próxima entrega: La Revolución científica

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