LA ERA DE LA REVOLUCIÓN – La Ilustración

La palabra “ilustración” y otras similares se utilizaron en el siglo XVIII en la mayoría de las lenguas europeas para designar el pensamiento que los europeos creían que distinguía su época y la separaba de todo lo anterior. La imagen clara era la de dejar que entrara la luz sobre lo que estaba oscuro, pero cuando el filósofo alemán Immanuel Kant hizo la pregunta: “¿Qué es la Ilustración?”, en un famoso ensayo, dio la respuesta distinta: la liberación de la tutela autoimpuesta. En su base había un cuestionamiento de la autoridad, y el gran legado de la Ilustración fue la generalización de la actitud crítica. A partir de esta época todo se sometió al escrutinio. Algunos pensaban –y mucho tiempo después resultó ser cierto- que no había nada sagrado, pero esto induce en cierto modo a error. La Ilustración tenía su propia autoridad y sus propios dogmas; la postura crítica en sí estuvo mucho tiempo sin ser sometida a examen. Por otra parte, la Ilustración era tanto un ramillete de actitudes como una colección de ideas, y aquí estriba otra dificultad para aceptarla. Eran muchas las corrientes que desembocaban en este resultado, pero en modo alguno todas seguían el mismo curso. Las raíces de la Ilustración son tan confusas como su desarrollo, que siempre se pareció mucho más a un debate continuo –y a veces a una guerra civil-  que al avance de un ejército unido de ilustrados.

Descartes había enseñado a los hombres que la duda sistemática era el principio de un conocimiento sólido. Cincuenta años después, el filósofo inglés John Locke ofreció una definición de la psicología del conocimiento que reducía sus elementos constitutivos primarios a las impresiones que transmitían los sentidos a la mente; en la naturaleza humana no había, argumentaba en contra de Descartes, ideas innatas. La mente solamente contenía datos sensoriales y las conexiones que hacía entre ellos. Esto suponía que la humanidad carecía de ideas fijas sobre el bien y el mal; los valores morales, enseñaba Locke, surgían cuando la mente experimentaba dolor y placer. El desarrollo de estas ideas tendría un extraordinario futuro, y a partir de ellas surgieron ideas sobre la educación, el deber de la sociedad de regular las condiciones materiales y y sobre muchas otras derivaciones del ambientalismo. Había también un inmenso pasado detrás de ellas: el dualismo que expresaron tanto Descartes como Locke en sus distinciones entre cuerpo y mente, lo físico y lo moral, tiene sus raíces en Platón y en la metafísica cristiana. Pero lo que quizás sorprende más a este respecto es que Locke pudiera seguir asociando sus ideas al marco tradicional de las creencias cristianas.

Las incoherencias siempre estuvieron presentes en la Ilustración, pero la tendencia general de esta era evidente. El nuevo prestigio de la ciencia también parecía prometer que la observación de los sentidos era, en realidad, la vía hacia el conocimiento, un conocimiento cuyo valor probaba su eficacia  utilitaria, pues podía permitir la mejora del mundo en que vivía el hombre.  Sus técnicas podían resolver los misterios de la naturaleza y revelar sus fundamentos lógicos y racionales en las leyes de la física y de la química.

Todo esto constituía un credo muy optimista (la palabra “optimista” se incorporó a la lengua francesa en el siglo XVII): el mundo cambiaba para mejorar y seguiría haciéndolo. En 1600 las cosas eran muy diferentes. Entonces, la veneración del Renacimiento por el pasado clásico, unida a los trastornos de la guerra y el sentimiento siempre latente de los hombres religiosos de que el fin del mundo estaba próximo, produjo una atmósfera pesimista y la sensación de declive respecto a un pasado grandioso. En un gran debate literario sobre si los logros de los antiguos superaban a los de la época moderna, los escritores de finales del siglo XVII materializaron la idea de progreso que surgió de la Ilustración. Era también un credo no especializado. En el siglo XVIII aún era posible que un hombre culto uniera de forma satisfactoria, al menos para sí mismo, la lógica y las implicaciones de muchos estudios diferentes. Voltaire era famoso como poeta y dramaturgo, pero escribió muchas obras de historia (fue durante una época el historiógrafo real francés) y explicó la física newtoniana a sus compatriotas. Adam Smith era un filósofo moral de renombre antes de que deslumbrara al mundo con Riqueza de las naciones, una obra de la que cabría decir razonablemente que fundó la ciencia moderna de la economía.

Próxima entrega: Religión e Ilustración

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