LA HISTORIA Y LA TIERRA

Definamos la historia en su problemática duplicidad, como los acontecimientos o la crónica del pasado. La historia humana es un pequeño punto en el espacio y su primera lección es la modestia. En cualquier momento un cometa podría acercarse demasiado a la tierra y poner patas arriba nuestro pequeño globo o asfixiar a hombres y pulgas con gases y calor; o un fragmento del sonriente sol podría deslizarse de forma tangencial y caer sobre nosotros en un abrazo feroz que acabaría con toda pena o dolor. Aceptamos esas posibilidades con calma y respondemos al cosmos con las palabras de Pascal: “Cuando el universo aplaste al hombre, este seguirá siendo más noble que aquel que lo mata, porque sabrá que está  muriendo, mientras que de su victoria el universo no sabrá nada”.

La historia está sujeta a la geografía. Cada día el mar invade alguna parte de la tierra, o la tierra alguna parte del mar; las ciudades desaparecen bajo el agua y catedrales sumergidas hacen sonar melancólicamente sus campanas. Las montañas se elevan y caen al ritmo del surgimiento y la erosión; los ríos crecen, o se desbordan, o se secan, o cambian de curso; los valles se convierten en desiertos y los istmos se vuelven estrechos. Para la mirada geológica toda la superficie de la tierra es una forma fluida, y el hombre se mueve sobre ella con la misma inseguridad que Pedro caminando sobre las aguas hacia Cristo.

El clima ya no nos controla con la misma severidad que suponían Montesquieu y Bukle, pero nos limita. El ingenio del hombre supera a menudo las desventajas geológicas; puede irriga desiertos y refrigerar el Sáhara, puede nivelar o superar montañas y aplanar las colinas con vides. Pero un tornado puede arruinar en una hora la ciudad que llevó un siglo construir. Basta con que la lluvia escasee para que la civilización desaparezca bajo la arena como en Asia Central. En un clima subtropical una nación de mil millones de almas puede reproducirse como hormigas, pero el calor enervante puede someterla a repetidas conquistas por parte de guerreros procedentes de hábitats más estimulantes. Generaciones de hombres establecen un dominio creciente sobre la tierra, pero están destinados a convertirse en fósiles en su suelo.

La geografía es la matriz de la historia, su madre nutricia y su severo hogar. Sus ríos, lagos, oasis y océanos atraen a los colonos a sus costas porque el agua es la vida de organismos y ciudades y ofrece caminos baratos para el transporte y el comercio. Egipto era “el regalo del Nilo”, y Mesopotamia construyó sucesivas civilizaciones “entre los ríos” y a lo largo de sus afluentes. India fue la hija del Indo, del Brahmaputra y del Ganges; China debía su vida y sus pesares a los grandes ríos que a menudo se salían de sus cauces y fertilizaban la vecindad con sus desbordamientos. Italia ornamentó los valles del Tíber, del Arno y del Po. Austria creció  a lo largo del Danubio, Alemania del Elba y del Rin, Francia del Ródano, el Loira y el Sena. Petra y Palmira se nutrían de oasis en el desierto.

Cuando los griegos se volvieron demasiado numerosos para sus fronteras, fundaron colonias a lo largo del Mediterráneo (“Como ranas alrededor de un estanque”, dijo Platón) y a lo largo del Ponto Euxino, o mar Negro. Durante dos mil años –desde la batalla de Salamina (480 a.C.) hasta la derrota de la Armada Invencible (1588)- las orillas norte y sur del Mediterráneo fueron los asentamientos rivales de la supremacía del hombre blanco. Pero a partir de 1492 los viajes de Colón y Vasco Da Gama incitaron a los hombres a desafiar a los océanos; la soberanía del Mediterráneo fue cuestionada; Génova, Pisa, Florencia, Venecia, declinaron; el Renacimiento empezó a desdibujarse; las naciones atlánticas se levantaron y finalmente extendieron su dominio sobre la mitad del mundo. “El imperio sigue su curso hacia el oeste” escribió George Berkeley hacia 1730. ¿Continuará a través del Pacífico, exportando las técnicas industriales y comerciales europeas y americanas a China, como antes a Japón? ¿Provocará la fecundidad oriental, con el concurso de la más reciente tecnología occidental el declive de Occidente?

El desarrollo del aeroplano volverá a alterar el mapa de la civilización. Las rutas comerciales seguirán cada vez menos los ríos y los mares; hombres y mercancías volverán de formas cada vez más directas hacia su destino. Países como Inglaterra y Francia perderán la ventaja comercial de las abundantes líneas costeras oportunamente marcadas; países como China, Rusia y Brasil, que se vieron perjudicadas por el exceso de masa terrestre sobre sus costas, anularán parte de esa desventaja conquistando el aire. Cuando, de cara al transporte y a la guerra, el poder del mar dé paso finalmente al poder del aire, habremos contemplado una de las revoluciones fundamentales de la historia.

La influencia de los factores geográficos disminuye a medida que la tecnología crece. El carácter y contorno de un terreno puede ofrecer oportunidades para la agricultura, la minería o el comercio, pero sólo la imaginación e iniciativa de los líderes y la laboriosidad de quienes los siguen pueden transformar las posibilidades en hechos; y solo una combinación similar pueden hacer que una cultura tome forma por encima de un millar de obstáculos naturales. El hombre, no la tierra, crea la civilización.

Wil y Ariel Durant: “Lecciones de la Historia”, 2023.

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