LA INDEPENDENCIA DE URUGUAY 3° Entrega Según John Linch, hispanista y americanista británico

Elío declaró la guerra a Buenos Aires.

Esta fue la chispa que prendió fuego al verdadero movimiento de independencia de la Banda Oriental. La oposición política ya había sido preparada por grupos intelectuales, hombres de leyes y clérigos, dentro y fuera de Montevideo. Pero la columna vertebral de la resolución estaba en el campo, donde los estancieros y sus seguidores gauchos se alzaron para unirse a Buenos Aires en oposición contra España. En el remoto rincón sudoeste de la provincia, un pequeño ejército gaucho  mandado por caudillos rurales se reunió y lanzó el grito de Asencio (26 de febrero de 1811) que inició la revolución. El movimiento se extendió rápidamente por toda la provincia y recibió refuerzos de fuera: Belgrano envió tropas de los restos de su abortada expedición al Paraguay; Buenos Aires envió una fuerza mandada por José Rondeau. Y Artigas, cruzando desde Entre Ríos con su propio destacamento, llegó para tomar el mando de la vanguardia de las fuerzas patriotas; éstas derrotaron a los españoles en un importante encuentro en Las Piedras, y empezaron a presionar sobre Montevideo.

La base de poder del movimiento de Artigas era la clave de los estancieros, la mayoría de los cuales, directa o indirectamente, apoyaban la revuelta de 1811. Los Durán, García de Zúñiga, Barreiro, Gregorio Espinosa y muchos otros trajeron consigo a sus peones y sus recursos para la causa revolucionaria y la apoyaron en los años siguientes. Tenían sus razones para hacerlo; ésta era su respuesta a las pesadas exigencias de impuestos de Montevideo para la guerra contra Buenos Aires y a la nueva revisión de los títulos de propiedad de la tierra que las autoridades españolas querían imponerles. Pero su propio interés coincidía con los intereses de su provincia y con el patriotismo de su líder. Confiaban en Artigas por sus orígenes como estanciero y porque sus éxitos militares de antes de 1811 habían llevado la ley y el orden al campo, una causa que era la suya. Artigas recibió poco apoyo de los comerciantes de Montevideo; españoles por nacionalidad o por simpatía, apoyaban la causa realista esperando recompensas monopolistas. Por el momento tenían pocas opciones. Montevideo era el centro de poder de Elío; desde allí él controlaba y mantenía el dominio del mar, lo que le permitía recibir abastecimientos y refuerzos y hostigar a Buenos Aires. Y para recobrar su posición por tierra jugó por otra posibilidad: la cooperación con Portugal.

Los objetivos de Portugal en el Río de la Plata eran inteligibles, aunque brutales. Abiertamente solo quería restaurar la estabilidad en la zona para impedir los desórdenes revolucionarios que subvirtieran su posición en Brasil. En realidad, Portugal quería explotar la inestabilidad para extender el Brasil hasta las orillas del Río de la Plata y aumentar con una gran riqueza y poder su imperio. Elío confundió la propaganda con la verdad. Acorralado en Montevideo, creía que podría hacer un llamamiento a Portugal para someter a los insurgentes alzados contra su aliada España, y luego persuadirle para que se fuera. Se equivocó totalmente. En la segunda mitad de 1811, un ejército portugués avanzó hacia el sur, penetró profundamente en la Banda Orienta y dio señales de querer quedarse. Como era predecible, esto produjo diversas reacciones por parte de los patriotas en Buenos Aires y en la Banda Oriental. Buenos Aires prefería conservar la provincia intacta incluso bajo el gobierno de Elío con tal de que Portugal no se apoderara de ella. Artigas y sus revolucionarios consideraban esto como una venta a Elío y a los realistas españoles. Sin embargo, el miedo a Portugal hizo que Montevideo y Buenos Aires firmaran un tratado de armisticio (20 de octubre de 1811), uniendo a ambas y entregando la Banda Oriental a Elío, como preliminar para conjuntar esfuerzos a fin de  expulsar a los portugueses. Y Artigas no fue consultado.

Este armisticio dejó clara una cosa para Artigas: comprendió que no había lugar para él ni independencia para su provincia en la política de Buenos Aires, y que los intereses provinciales eran muy distintos de los de esa ciudad. Recibió así una valiosa lección para el futuro. Por el momento ¿qué podía hacer Artigas?, que acababa  de ser aclamado por sus seguidores jefe de los orientales, emprendió una retirada a través del río Uruguay hacia Entre Ríos. Fue una retirada memorable, un triunfo en la derrota. Artigas salió de su patria con 4.000 hombres. Le seguían además 4.000 civiles, temerosos de las represalias españolas y de la brutalidad portuguesa, un pueblo que buscaba la independencia en el exilio, dejando tras de sí una tierra quemada y un campo vacío. Este gran éxodo del pueblo oriental tuvo una profunda significación en la historia de Uruguay. Fue una experiencia, si no de soberanía popular, sí al menos de soberanía provincial, un anuncio de que en realidad la Banda Oriental prefería la secesión a la subordinación y que no serviría a España ni a Buenos Aires. Este acto de desafío podía haber sido un gesto sin sentido si no hubiera habido un líder con un propósito y una política. El éxodo dio a Artigas la indiscutible estatura de líder, la cabeza de un pueblo independiente, el guía  en el cual miles de orientales confiaban. Después de esto cualquier relación con Buenos Aires se realizaría en un plano de igualdad: los orientales tomarían la asistencia ofrecida como iguales, no como las órdenes que se les dan a los inferiores. Los orientales del éxodo, en resumen, formaban el núcleo de una nación independiente.

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