La vida intelectual y la Moral

El adjetivo Moral proviene del latín “moralis” y encuentra su significado cuando se quiere expresar “uso, costumbre, manera de vivir”. En una formulación precisa, la Real Academia Española abunda en definirla como “Perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia” a lo que agrega “Que no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano”.

            ¿Existe una moral para intelectuales? Quienes se dedican a una profesión intelectual, la moral adquiere una trascendencia especial porque la interpretación de la realidad exige una energía moral o sentimientos morales de una gran intensidad para hacer asequible la verdad, aunque a veces es difícil de verla con claridad. Dentro de los intelectuales existen algunos que expresan sus ideas asumiendo posturas ideológicas sin tener en cuenta su conducta moral. ¿Cuál es el efecto sobre las personas atraídas por la verdad que esos hombres procuran esclarecer? En su vida privada, una conducta alejada de las normas morales, ¿menoscaba su propuesta? Una moral para intelectuales “toma un muy especial carácter; lo que ocurre principalmente, por dos razones: primera, porque en esas profesiones, o en ese género de vida, surgen naturalmente como en todos los demás, problemas propios; y segunda porque el crecimiento de la inteligencia complica extraordinariamente toda la  moral: no sólo crea nuevos problemas sino que complica sobremanera la solución de los vulgares.” (Carlos Vaz Ferreira, Montevideo, 1908).

             Queda planteado –a los efectos de nuestra propuesta- la necesidad de establecer una moral para intelectuales; debido, en primer lugar, por tratarse de personas que  se dedican al estudio y la reflexión crítica sobre la realidad, y comunican sus ideas con la pretensión de influir en ella, alcanzando cierto estatus de autoridad ante la opinión pública.

Es relevante señalar, entonces, que no existe un tipo de conciencia moral universalmente reconocida. Una moral rígida, exigente y sistematizada no condice con la naturaleza humana o expresado de otra manera está separada de la realidad. Sin embargo, existen personas que expresan sus ideas sin tener en cuenta la conducta moral, mientras que otras se manifiestan portando esa conducta moral sin alejarse de la realidad. Asimilado a la idea de un intelectual, este último sería el modelo elegido más puro y aceptable en nombre de la probidad de los hombres.

En cuanto a una moral para intelectuales deberíamos preguntarnos si cabe un tipo de moral único o varios tipos diferentes y, si es así, deberíamos ponernos de acuerdo de que podemos establecer un “mínimo” al que deberíamos respetar al expresar nuestras ideas. Ese “mínimo” debe, necesariamente, estar ligado a un sincero deseo de tolerancia. La tolerancia es uno de los de los sentimientos más nobles. Tolerancia significa comprender al “otro”, sus ideas, sentimientos y actos siempre que estos posean legitimidad en el sentido que no estén impregnados de maldad.

La moral no es un sistema, ni aplica a un modelo. Simplemente es un estado de espíritu (Carlos Vaz Ferreira) y cuando un hombre obra, actúa, y en nuestro caso expresa una idea que va a ser recogida por otros, debe obrar exponiendo todos los elementos, es decir, los inconvenientes y las ventajas para que el receptor pueda discernir la verdad. Cuando se trata, por ejemplo, de exponer un problema social, liberales y socialistas se van a enfrentar abonando soluciones que cada uno elige ignorando los inconvenientes derivados de su visión ideología. Lo deseable en este caso sería la intervención de una autoridad o institución que pueda brindar una solución teniendo en cuenta todos los inconvenientes que se presentan.

El problema de la moral se va a presentar en toda acción humana. Las personas privadas de libertad han cometido un delito y esta privación es el resultado de la aplicación de la justicia. Han provocado un daño, una maldad claramente establecida como una contravención a la conducta moral. Sin embargo, la comunidad acepta la posibilidad de su recuperación, no emplea en este caso un deseo de absoluta condena sino que se mantiene el sentimiento de tolerancia aunque implique un sacrificio en las personas afectadas.

Las religiones, las teorías metafísicas y los sistemas positivistas han establecido sus códigos morales. La cultura aporta unos sistemas que compiten por la verdad moral. Las religiones han debido adaptarse a los avances de la modernidad; si en su discurso ha primado, por ejemplo, el dogmatismo sobre las verdades que la ciencia ha logrado establecer con métodos racionales, hay indudablemente una negación. Sin embargo, han logrado aceptar esa realidad sin dejar de alertar acerca de los peligros de un exacerbado individualismo que hace del hombre el centro del universo.

La metafísica –entendida como la manifestación más elevada y más noble de la actividad del pensamiento y del sentimiento humano- define la Moral con precisión pero sus bases son débiles y conjeturales; propone una ilusión. Mientras tanto, los sistemas positivos adquieren fuerza porque están basados en hechos y acompañan el recorrido histórico del hombre, pero de alguna forma –como sistema- no tiene la capacidad de solucionar el problema.

Entonces, ¿cómo resolver el problema de adherir a una moral, a ese estado de espíritu que reclama un sentimiento de tolerancia? Un ejemplo puede ayudarnos a entender la realidad y encontrar el necesario equilibrio: un cambio cultural opera en el Uruguay, circunstancia que no es ajena al acontecimiento internacional. El cambio, la novedad por sí sola no es una garantía de bondad, ni mucho menos. La informalidad en el vestir, el uso desnaturalizado del idioma, el prescindir del “otro”, la ausencia de formalidad en el trato puede entorpecer o desmerecer el surgimiento de una generación de jóvenes de espíritus libres que abordan los cambios de la modernidad con audacia y logros personales.

Abordemos otro ejemplo: un joven cree en los derechos individuales en su máxima amplitud, es enemigo declarado de todo régimen autocrático, de toda restricción, es partidario de la libertad de pensamiento y de la libertad de cultos. En lo económico defiende el orden social existente, defiende la intervención del Estado republicano en el orden social y educativo y acepta desafiar los cambios sobre el derecho de propiedad de la tierra. ¿Tendrá la misma actitud cuando los cambios se procuren? Podrá construir un discurso, elaborar teorías y justificarlas; pero no hallarán la forma de instrumentar los cambios. La realidad no se construye con el racionamiento innovador o refractario; los cambios sociales acontecen porque cambia el estado de espíritu y no porque el intelecto crea una imagen de una verdad sólo sustentada por el raciocinio. La revolución de 1904 fue un cambio profundo en el Uruguay, para muchos un tormento y las ideas proclamadas emergieron de una realidad cruenta que preservaba viejas instituciones y producía positivos cambios. Los enfrentamientos civiles no desaparecieron el día en que los hombres se convencieron intelectualmente de que era malo, sino por la necesidad de hacer un cambio que sentían en lo más profundo de su espíritu.

Definir intelectualmente una actividad humana sin adherir a una moral sustentada en el equilibrio implica un desacierto. El raciocinio como fin nos lleva a elaborar teorías: esto es justicia social, esto es izquierda o aquello es derecha, muchas veces nos lleva a enunciados que no logran trascender una acotada etiqueta. Ante las cuestiones sociales se debe apelar a la confianza en los sentimientos de humanidad, de solidaridad; y también confiar en las soluciones de libertad. La esclavitud comenzó siendo un derecho del vencedor en la guerra y cuando alcanzó el ápice de la explotación humana, un estado de espíritu encontró soluciones basadas en la libertad y la piedad.

 

 

 

 

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