LA VIRGEN MARÍA – Jacques Le Goff

La Virgen María tuvo tanto éxito en el culto cristiano medieval y desempeñó un papel tan importante en todos los ámbitos del Medioevo, desde lo más personal hasta lo más políticos, que no está fuera de lugar hacer de ella, sin afectar a los creyentes cristianos, uno de los personajes de esta obra (Hombres y Mujeres de la Edad Media). Sin embargo, aquí se hablará sobre todo de la presentación del culto mariano, cuya historia se extendió a lo largo de la Edad Media, y no tanto de la Virgen María en sí.

Se habla poco de la Virgen María en los Evangelios, y su culto no se desarrolló sino hasta después de la extensión del cristianismo. Es seguro que quienes se convirtieron se hayan dado cuenta muy pronto de que la cima divina de esta religión sufría de una total ausencia de personajes femeninos. El culto mariano se desarrolló primero en Oriente, en el mundo bizantino, desde el Concilio de Éfeso (431). En Occidente empezó a afirmarse en la época carolingia (finales del siglo VII y principios del siglo IX), pero sobre todo durante el gran desarrollo de la cristiandad, del siglo XI al siglo XIII. La liturgia contribuyó mucho a esta, en particular en el área musical y artística. En la Alta Edad Media, la Virgen era esencialmente la madre de Dios; solo adquirió una personalidad más precisa cuando la imagen de Jesús se humanizó hasta convertirse en el Cristo que sufre más que el Cristo resucitado y victorioso de la muerte; así, la transformación de la imagen de Cristo dotó a María de una vida más rica y completa con respecto a la de él, pero también enriqueció su propia figura. Por ejemplo, era invocada por los fieles como lo eran todos los santos; sin embargo, mientras ellos estaban en general más o menos especializados en una forma particular de poder milagroso, la Virgen lo podía todo en materia de milagros. Era una santa completa.

Sin duda fue audaz escribir, como tuve la oportunidad de hacerlo, que en el siglo XII la Virgen María se convirtió en una suerte de cuarto personaje de la Trinidad. En todo caso, existe una potestad de la Virgen que nunca se ha puesto en duda: dio a luz a Jesús sin haber sido mancillada por el apareamiento humano. Y es con respecto a esto que desempeñó un papel importante en la Edad Media; al ser, en cierta forma, la anti Eva, la redención de la mujer responsable del pecado original.

Esta promoción de la Virgen se manifiesta con un desarrollo incesante y creciente desde el siglo XI hasta el siglo XIII en los sermones, las alabanzas y salutaciones, los cantos religiosos, las oraciones y los oficios. Los principales sermones dedicados a María fueron Fulberto de Chartres (muerto en 1028), Odilón de Cluny (muerto en 1048) y Pedro Damián (muerto en 1072).

Desde principios del siglo XI. Se compusieron el Alma Redemptoris Mater, la antífona final del oficio que le era consagrado, y sobre todo el Salve Regina, que se convertiría en un canto del cristianismo casi tan importante como el Pater Noster. Los monasterios dedicaron mucho tiempo a copiar y a difundir recopilaciones de oraciones dedicadas a María, en particular las Orationes sive meditationeds de Anselmo de Canterbury (muerto en 1109), que se difundieron ampliamente en los monasterios, incluso en aquellos que, como los cistercienses practicaban nuevas reglas. La fiesta de la Concepción, que surgió en Inglaterra hacia 1060, se difundió en el continente desde principios del siglo XII. Un nuevo título le fue otorgado a la Virgen María, que le confirió un papel único y capital en el cristianismo: el de mediadora. Entre Dios y los hombres se acerca a la función salvadora de Cristo encarnado. El muy popular san Bernardo fue un gran propagador del culto mariano y destacó esta función de mediadora. El acontecimiento de la Asunción, antigua fiesta cristiana se convirtió en el objeto de un culto especial porque, al insistir en la presencia de María en el cielo, destacó el poder especial y potente que ella ejerce y puede hacer descender sobre la tierra. A partir del siglo XII, todos los cristianos debían saberse el Ave María de la misma manera en que sabían el Pater y el Credo. Los lugares de peregrinación especialmente dedicados a María se multiplicaron, como Nuestra Señora de Coutances o de Rocamadour. La Virgen María invadió las recopilaciones de Exempla, pequeñas narraciones de carácter ejemplar que se insertan en los sermones y en las hagiografías. La obra que conoció un éxito enorme a finales del siglo XIII, La leyenda dorada, de Santiago de la Vorágine, le daba una importancia excepcional a María en los dos conjuntos que la constituyen: El temporal o Fiestas del año litúrgico y el Santoral o Recopilación de vidas de santas y de santos. Santiago de la Vorágine era un dominico y, a lo largo del siglo XIII, la orden de los Hermanos predicadores atenuó cada vez más el patronazgo particular de la Virgen.

El papel y la imagen de la Virgen se modificaron profundamente con la promoción del culto al Cristo que sufre y la Crucifixión. María se coloca al pie de la cruz y sostiene sobre sus rodillas el cuerpo de Jesús crucificado (la Pietá o la Mater dolorosa). Por último, María fue dotada de una vida terrenal después de la muerte de Jesús y, aunque el judaísmo y el Islam lo usen de argumento para degradarla al rango de simple mortal, el cristianismo por el contrario la hace vivir y morir rodeada de Apóstoles, antiguos compañeros de Jesús.

Su muerte fue presentada como una muerte natural y tranquila, y esta Dormición de la Virgen se convirtió en un tema pictórico que mostraba a la vez un carácter a la vez humano y sobrenatural. Parece que sólo reconocimiento le fue negado a María por la Iglesia medieval: el de haber sido ella misma concebida fuera del pecado. El dogma de la Inmaculada Concepción fue muy debatido en la Edad Media y la Iglesia lo oficializó apenas 1854. El arte fue el gran vehículo de la promoción de María y el culto mariano. A partir del siglo XII, la imagen de María invadió los frescos de las iglesias, los oratorios y los altares. María sentada, con frecuencia con el pequeño Jesús en sus rodillas, se convirtió también en un tema importante de la escultura. Las catedrales exaltaron también la imagen de María: en numerosas esculturas y pinturas preside o reza. Su nombre le fue dado a numerosas catedrales que con frecuencia remplazaron el del primer mártir a quien habían estado dedicadas, como la de san Esteban, primer mártir. Así, a partir de finales del siglo XII, la nueva catedral de París ya no era la catedral de San Esteban, sino Nuestra Señora de París. A finales de la Edad Media, nuevas fiestas marcaron el lugar predominante que había tomado María en la piedad y en el imaginario popular. Se instituyeron en Colonia una fiesta de la Visitación de María en 1263 y una fiesta de los Dolores de María en 1423. A finales del siglo XV, la generalización de la fiesta de la Concepción de María se instauró en la Diócesis de Roma. Finalmente, la devoción tomó gran importancia en la piedad de los cristianos: la devoción al Rosario, que se desarrolló a partir del siglo XV y que se perpetúa hasta nuestros días. Se trata de repetir  150 veces la salutación angélica, es decir, el mismo número de los salmos. El salterio de la Virgen apareció en el siglo XIII con los cistercienses, los cartujos trabajaron en su difusión y fueron una vez más los dominicos quienes, a partir del siglo XV,  aseguraron el éxito de esta devoción que durante mucho tiempo estuvo asociada a la de un Rosario especial. El Rosario, se convirtió en una fiesta litúrgica por decisión del papa Pío V, el 7 de octubre de 1571, al día siguiente de la victoria de Lepanto, triunfo de los cristianos sobre los musulmanes.

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