La viuda

Para Alejandro Venturini, cuarenta y dos años, divorciado año y medio atrás, caminar por la Rambla constituía, más que un ejercicio , una forma de pasar el tiempo. Como suele ocurrir con los divorciados recientes ,su vida actual en un pequeño pero confortable apartamento en Pocitos , y su propio discurso, podrían hacer pensar a sus amigos que había regresado a los felices tiempos de soltero. Nada más alejado de una realidad que Venturini se cuidaba mucho de desmentir. Una creciente agorafobia lo mantenía , cuando no estaba en su oficina,  confinado en su vivienda, leyendo o mirando videos que retiraba de un negocio cercano. La angustia por sus hijos pequeños, pretexto para su propio desconsuelo , mezcla de soledad e indefensión, solían desvelarlo y, aunque convencido de que la separación había sido inevitable , un tenue pero persistente sentimiento de culpa, solía agobiarlo.

La semana de turismo que conoció a Sonia, un miércoles para ser más exactos, Alejandro cumplía su clásico recorrido entre Kibon y el Parque Hotel, extendiendo a veces la distancia dependiendo del tiempo y de su estado de ánimo.

Desde el sábado no había pasado desapercibida para Alejandro, la presencia de una mujer rubia, relativamente joven , sentada sobre una manta escocesa a un costado del Club de Pesca Ramirez.  Usaba una malla negra enteriza, un gorrito elegante y grandes lentes de sol que impedían una apreciación fiel del rostro. La velocidad del paso de Alejandro y su natural timidez, hacían que la visión durara apenas unos segundos. No obstante decidió acortar el recorrido en la eventualidad que la dama , después del primer cruzamiento, decidiera irse. Lejos estaba de suponer que ,aunque caminase hasta el Cerro, eso no ocurriría.

-Cuantos kilómetros hace por día?

El certero disparo de la voz lo detuvo como un perdigón..

-Unos cuantos-  Respondió al tiempo que enfrentaba a la acampante  con sonrisa prefabricada que , sin querer reconocerlo, venía ensayando desde el sábado.

-Una pera?-Dijo la voz – al tiempo que le ofrecía la fruta que Alejandro tomó automáticamente.

Meses después , reconocería  que, aquella primera claudicación, había sido un error estratégico que pagaría muy caro.

– Me llamo Sonia-continuó . Alejandro –respondió él-en tanto se sentaba a su lado obedeciendo , más que aceptando, la invitación que le hacia con su mano.

Los primeros diálogos los enteraron de sus respectivas actividades laborales.

Ella era Fisioterapeuta diplomada dedicada a la rehabilitación de adultos mayores, tarea que realizaba a domicilio y que la mantenía ocupada la mayor parte del día.

Y viuda desde hacía tres años.

La mitología machista que adjudica a ese estado civil ciertas características particulares, y a la que Alejandro no escapaba, estimularon su ánimo.

Sonia era una hermosa mujer que parecía tener los treinta y seis años que, sin ningún prurito, reconoció desde el primer momento. Ojos grises azulados y un físico de gimnasta de tersos y modelados músculos, acorde a lo que se espera de quién los utiliza constantemente.

La agradable confirmación de la imagen de su interlocutora lo hicieron caer en su segunda claudicación, antes de la media hora de iniciado el encuentro.

-Tu estás completamente contraído-dignosticó.- en tanto se levantaba y apoyaba sus manos, de largas y rojas uñas en la espalda desnuda de Alejandro, confirmando su certera afirmación.

-Después de todo es casi una médica-se mentía hipócritamente Alejandro, entregado placenteramente al terapéutico masaje.

Recordó que sus amigos pescadores buscan los “sopitas”, tiernos cangrejos muy jóvenes, para ofrecer a las voraces corvinas. No encontró explicación para el absurdo pensamiento y , en tanto entrecerraba los ojos, se dejó someter a las manos de su reciente amiga.

La tarde pasó rápidamente. Sonia insistió en llevarlo hasta su casa –No quiero que te resfríes justo ahora que nos estamos conociendo-manifestó.

El jueves lo llamó temprano. Tenía que atender a un paciente pero sugirió salir a cenar. Si no le parecía mal pasaría a buscarlo a las ocho.

-No vale la pena que saques tu auto. Quiero que conozcas mi apartamento y dejarlo en la calle es un riesgo innecesario.

Durante la cena Alejandro fue advirtiendo la meticulosidad casi obsesiva con la que Sonia administraba su vida. En su agenda, la lista de pacientes incluía no solo la hora sino los minutos de traslado, las calles más directas para llegar y hasta el tiempo que dedicaría a los saludos. De hecho lo había pasado a buscar exactamente a las ocho y a las diez, a más tardar, deberían estar en su apartamento.

Por el momento, esta puntualidad casi militar, divertía a Alejandro, cuyo pensamiento estaba en otro lado. El excelente vino que Sonia había elegido lo sumía en un ligero y agradable sopor y su atención , o quizás su falta de ella, la dirigía indistintamente, al incipiente escote, la delineada boca , el cuello desnudo, apenas distraído por una fina cadena de oro.

A las diez menos diez se retiraron. A las diez , el apartamento de Sonia quedaba a pocas cuadras, entraban al amplio estacionamiento de un edificio de ocho pisos. Uno por piso –le aclaró en tanto estacionaba. –La privacidad no tiene precio. Eso decía siempre mi esposo-y su voz pareció quebrarse al mencionarlo.

Subieron en un silencioso y alfombrado ascensor hasta el quinto piso. Reconoció en la lustrada chapa de bronce de la amplia puerta frente a la cual se detuvieron, el nombre de un reconocido arquitecto junto al de Sonia. –Falleció hace tres años-informó. Todavía me parece que me está esperando en la sala escuchando a Brahms.

La primera sorpresa de la larga noche que esperaba a Alejandro, fue el pedido de la viuda de que se descalzara. – Debemos dejar los microbios afuera. Nadie se imagina los gérmenes que traemos en la suelas de los zapatos. Y le entregó un par de coquetas pantuflas de lana que Alejandro se calzó sin hacer comentarios.

El departamento era grande. Casi desmesurado para una sola persona. Las lámparas, había varias ,alumbraban rincones confortables de mullidos sillones. Las pinturas que colgaban de las paredes-distinguió Alejandro, que era un modesto conocedor y pintor aficionado-eran de reconocidos maestros. “Luna roja con ranchos” de Cúneo de un considerable tamaño, presidía la estancia iluminada por una discreta luz. La obra impactaba por su extraordinaria belleza. Cuando caminó para observarla de cerca, Sonia lo detuvo.

– Por favor…de esta manera, Ale-empleando por primera vez el diminutivo de su nombre. Acto seguido se deslizó con graciosa postura sobre el extenso parquet.

-Es la única manera de mantenerlo siempre brillante- Y lo invitó a que la imitara.

Ensayó Alejandro con respetuosa resignación un torpe patinaje hacia el cuadro frente al cual se detuvo fascinado. Sonia , en tanto, preparaba las copas, una de las cuales le extendió con espíritu de brindis. El rostro deAlejandro reflejó cierta duda ante el amarillo licor que se le ofrecía.

-Tomálo con confianza. Es un reconstituyente extraordinario de sabor exquisito. Lo trajimos de Rumania en uno de los viajes con Rodolfo. Pobre, ya estaba muy enfermo, pero le hacía tan bien tomar todos los días una copita. Enseguida le volvían los colores a la cara.

No era el momento de discutir continentes, sinónimo de objeto que contiene una cosa, pero sin dudas no era precisamente una copita lo que su mano sostenía y que llevó a su boca después del delicado golpecillo de cristales.

Lo que inicialmente confundió Alejandro con licor de huevo, en todo caso de gallinas rumanas, resultó ser un espeso néctar de placentero y adictivo gusto. No tardó en sentir los benéficos efectos del desconocido brebaje. Sus pupilas parecieron dilatarse y su ánimo, de natural apático y complaciente, se tornó súbitamente dinámico y alegre.

La viuda lo contemplaba con enigmática sonrisa.

-Son las once-sentenció con voz de magistrado penal- y sustituyó la vacía copa de la mano de Alejandro por la suya, guiándolo como Virgilio hacia la primera y excitante etapa del viaje.

Sonia se detuvo con la mano en el picaporte frente a la cerrada puerta del dormitorio.

-Esperá un momentito acá…solo será un segundo- E ingresó a la alcoba dejando a Alejandro, con una nueva incertidumbre. Escuchó algunos rápidos golpecitos que no supo reconocer. La puerta había quedado ligeramente entornada. Sonaban como objetos planos al ser acomodados unos sobre otros.

– Ya está –dijo Sonia reapareciendo- Podés pasar. No soporto que mi pobre Rodolfo me mire. Hace tres años que no permito que nadie ingrese a este cuarto, ni siquiera la servidumbre. Tu serás el primero.

Desde las paredes, lo recibieron los reversos de varios cuadros. Las espaldas de Rodolfo-se dijo Alejandro. El más grande encima de la cabecera de la cama.

Una ligera luz de alarma parpadeó en algún lugar de su cerebro pero se apagó de inmediato.

La viuda y su negra lencería interferían todos los circuitos de seguridad de su menguada estructura sicológica.

Cuando se despertó estaba solo en la enorme cama cubierto por un blanco edredón de plumas. Sintiéndose liviano, y en un placentero estado de beatitud, dejó el lecho y camino hacia la sala. Sonia preparaba el café envuelta en una salida de baño.Una esterilla de paja extendida indicaba que había terminado sus ejercicios matinales. Se veía  rozagante y juvenil. Su vitalidad contrastaba con el perezoso paso de Alejandro que hubiera preferido un desayuno menos atlético.

-Dormilón…te dejé dormir por ser la primera vez  pero desde mañana entrenamos juntos. Te hace mucha falta mejorar la tonicidad muscular. Se nota que no te movés mucho. Sentate que ya te sirvo el café. Abrí grande la boca.

Y dicho esto acercó a Alejandro una cuchara sopera con un gran diente de ajo flotando en un líquido aceitoso.

-Que es? –Alcanzó a decir antes que la cuchara se introdujera en su boca y le provocara una ligera náusea.

-Ajo con vaselina neutra. No pongas esa cara que no te va a matar. Bueno para mantener la presión arterial entre siete y doce. Todos mis pacientes lo toman con excelentes resultados.Y no vayas a masticarlo. Tenés que tragarlo entero.

Inútil recomendación . El dientecillo padre había pasado por su glotis con la velocidad del rayo sin darle tiempo a sus maseteros de reacción alguna

Acostumbrado al”cortado” grande del Valerio y los dos exquisitos y grasosos pancongrasas que constituían su placer matutino desde su separación, el yogurt dietético sin gusto y las tostadas integrales con sésamo, empujadas por el tibio café sin cafeína , – el café altera los nervios y tomarlo muy caliente erosiona las paredes del estómago, según explicó Sonia- apenas disminuyeron su estimulado   ánimo. Y se sintió ingenuamente feliz de que alguien se preocupara por su solitaria y desordenada existencia.

El lunes de mañana, sentado frente a la ventana de su apartamento, Alejandro reflexionaba. Si bien valoraba positivamente el cambio ocurrido en su vida, la presión amorosa a la que estaba siendo sometido, aunque se sintió algo injusto al reconocerlo, comenzaba a agobiarlo. Un  hecho casual, producto de su curiosidad por conocer a Rodolfo, quien había permanecido siempre de espaldas a la actividades que se desarrollaban en su lecho, lo llevó a dar vuelta uno de los retratos que , piadosamente, se apilaban boca abajo sobre la cómoda. La fotografía en blanco y negro mostraba el rostro de un hombre joven de rasgos regulares pero de una delgadez extrema. Los ojos grandes, hundidos en las cuencas, hablaban de un hombre afectado por una gran consunción. Seguramente la enfermedad que lo había llevado a la muerte.

Oscuramente perturbado volvió a dejar el cuadro en su lugar

Sonia había salido a las siete en punto para Carrasco. Siete y media atendería a su primer paciente. No volvería en todo el día . Había llevado el termo con jugo de naranja , un sándwiche de pan integral y jamón magro, una pera y una manzana. No volvería en todo el día. Lo pasaría a buscar a las ocho.

Dejó el cálido mate que intuía no tardaría en ser proscripto y partió para su oficina.

Los días fueron pasando sin que Alejandro tuviera plena conciencia de cuantos. La viuda solía recordárselos alegremente , sobre todo cuando la relación alcanzó los dos meses.

– Dos meses…no te parece mentira, Ale?  Pensaste alguna vez que duraría tanto?

El cansancio creciente que sentía y que Sonia atribuía a la sana actividad física a la que su cuerpo se  iría acostumbrando lentamente, le provocaban una somnolencia que no tardaría en afectar su trabajo. La junta médica a que fue sometido por solicitud de sus jefes, aconsejó, en principio, veinte días de licencia en domicilio por fatiga extrema.

No tuvo fuerzas para contradecir la decisión de la viuda de que debía mudarse a su departamento.

-Donde vas a estar mejor cuidado, Ale querido. Te preparé un suplemento vitamínico que te hará sentir bien en pocos días. Y vamos a aumentar a dos copitas del reconstituyente que tanto te gusta.

La verdad era, Alejandro así lo reconocía, que la viuda hacía lo posible por atenderlo.Pequeños detalles,como la foto que insistió en tomarle frente a la “Luna roja con ranchos, lo conmovieron particularmente.

Pero le temía a la llegada de la noche. Es decir, hasta el momento en que la viuda le ofrecía la consabida dosis de licor rumano, sensiblemente aumentada. Entonces sentía recobrar su vitalidad y  ánimo y era el primero en marchar airoso al dormitorio.

El sueño era recurrente y  fúnebre. Caminaba por los lóbregos corredores de un antiguo castillo construido en la cima de un cerro, presa de un temor inexplicable de algo abominable que lo acechaba en las sombras.

Despertaba bañado en sudor con un agotamiento infinito.

Un día , sintiéndose febril , se levantó con esfuerzo. Un súbito mareo lo hizo apoyarse sobre la cómoda donde los retratos de Rodolfo se apilaban unos sobre otros mostrando sus reversos. En tanto recobraba el aliento los fue dando vuelta uno a uno.

El primero de la pila era el Rodolfo que ya conocía. El segundo, para su sorpresa, era calvo y de nariz achatada, el tercero rubio, el cuarto negro, el quinto…se detuvo .Sintiendo un escalofrío de fiebre y espanto, comprobó que lo único en común que tenían los retratos eran los demacrados rostros donde los ojos sobresalían con enfermiza mirada.

En la sala la viuda terminaba sus ejercicios matutinos. Extendida sobre la esterilla con las piernas totalmente abiertas, acariciaba con sus manos de largas y rojas uñas, el delicado empeine de su pie.

Es probable que no escuchara el apagado ruido del cuerpo de Alejandro al desplomarse sobre el lustrado parquet del dormitorio.

 

 

Elbio Firpo. 3 de Mayo del 2009

 

 

 

 

 

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