Franco firmaba las sentencias de muerte, cada mañana, mientras desayunaba.
Los que no fueron fusilados, fueron encerrados. Los fusilados cavaban sus
propia fosas y los presos construían sus propias cárceles.
Costo de mano de obra, no hubo. Los presos republicanos, que alzaron la
célebre prisión de Carabanchel, en Madrid, y muchas más por toda España,
trabajaban, nunca menos de doce horas al día, a cambio de un puñado
de monedas, casi todas invisibles. Además, recibían otras retribuciones: la
satisfacción de contribuir a su propia regeneración política y la reducción
de la pena de vivir, porque la tuberculosis se los llevaba más temprano.
Durante años y años, miles y miles de delincuentes, culpables de ofrecer
resistencia al golpe militar, no solo construyeron cárceles. Fueron también
obligados a reconstruir pueblos derruidos y a hacer embalses, canales de
riego, puertos y aeropuertos, estadios, parques, puentes, carreteras; y
tendieron nuevas vías de tren y dejaron los pulmones en las minas de
carbón, mercurio, amianto y estaño.
Y empujados bayonetazos erigieron el monumental Valle de los Caídos,
en homenaje a sus verdugos.
Eduardo Galeano. Espejos. Una historia casi universal.