LLamada

Encontré el número de teléfono de Marta en una vieja agenda que estuve a punto de tirar. Rodeado de renglones tachados con fúnebres reminiscencias el suyo permanecía indemne. Nos habíamos conocido en el club de pesca que frecuentáramos treinta años atrás. Mi acendrada agorafobia de cincuentón divorciado solo me permitía admirar su figura a prudencial distancia. A mis años detallar sus encantos resultaría cursi. En un club pequeño y familiar como el nuestro, todo se sabe. Supe que estaba separada, que era profesora de educación física, que era amable y que tenía dos hijos que siempre la acompañaban.

Una táctica de aproximación indirecta- y me hago cargo de la desafortunada expresión- utilizada por hombres tímidos, es acercarse a los “cachorros”, sin que se sospeche de sus verdaderas intenciones.

Aseguro que no fue mi caso. Pablo y Esteban eran dos adolescentes que se sumaron a mis modestas clases de buceo que “ dictaba” los sábados a la tarde en uno de los muelles. Y así  comenzó una relación que duraría largamente. No solo mis hijos, de la edad de los suyos, sino de su madre. Una encantadora anciana española de noventa años cuya lucidéz sorprendía. Como tantos españoles huyendo de la España franquista había llegado junto a su esposo y aquí había nacido Marta. La historia narrada en vivo por aquella sorprendente mujer me fascinaba.

Los detalles de mi relación con Marta no tienen relevancia. Se prolongó por los años y terminó fisicamente cuando tomó la decisión de mudarse a una pequeña casa en un lejano balneario. Recién alli comprendí, tardíamente, que nuestras soledades, diría un poeta algo pueril, pudieron complementarse.

Pero el teléfono siempre estuvo. Más tarde o más temprano las llamadas llegaban desde Montevideo o desde el solitario balneario rochense. Solía preguntarme si sabía de donde llamaba. Siempre había un pequeño ruido, una interferencia o una recepción perfecta para una respuesta que no era otra cosa que el cariñoso introito para nuestras charlas.

Y en un impulso repentino disqué su número.

La señal sonó largamente. Me arrepentía de mi arrebato, cuando, a punto de colgar sentí su voz.

-¿Siiii…?…¿Quién…

-¿Marta?…Marta querida…adivina desde donde llamo?- contesté casi en un sollozo.

-¡Mauricio!…eres Mauricio…¿Eres Mauricio?

-¿Quién otro? No me gustaría enterarme que a estas alturas conozcas a otro con mi nombre.

-Mauricio…Mauricio…¡ Tanto tiempo!…Supe que te casaste con aquella preciosa chica…

-Las noticias vuelan, querida Marta…¿ Y tu vida, Martita, como sigue?

-Como de costumbre…la casa…mis hijos…pero háblame de vos…¿ Tienes más hijos?

-¡ Por favor, Marta querida! …con dos más que suficientes…¿ Y los tuyos…creciditos…no?

-Pablo con cuarenta y dos y Esteban con cuarenta y cinco…y tengo cuatro nietos y una nieta…¿Qué te parece?

-¡Maravilloso! Sobre todo hablar contigo…me parece un sueño…encontré tu número en mi vieja agenda…y bueno…aquí estamos…

Nunca sabré cuanto tiempo hablamos. Simplemente me dejé llevar por esa voz que me remitía a una lejana e imborrable ternura .

Y cortamos con la promesa de nuevas llamadas.

Transcurrieron algunos días, acaso una semana, en tanto,  una ligera ansiedad se apoderaba de mi ánimo.

En realidad no habíamos quedado en quién llamaría primero. Siempre he sido muy cuidadoso con las insistencias. Mi depreciado ego temía por una respuesta que lo dejara áun más bajo de lo que estaba. Sin embargo, sabía que Marta jamás tendría ese tipo de réplica. Por lo tanto volví a hacer la llamada.

Una voz de hombre respondió casi de inmediato la llamada.

-¿Si…? _ La sorpresa de esa voz desconocida me dejó momentáneamente sin habla.

-¿Quién habla?…¡ Hola…quien es? – insistió la voz con tono enérgico.

-Perdón…perdón- me apresuré a responder, razonando tardíamente que debía ser uno de los hijos de Marta.

-…acá habla Mauricio…¿ Hablo con Pablo?…

-¿Mauricio?…¡ No lo puedo creer!…¿ Donde te metiste todos estos años?…¿Seguís enseñando a los niños del club como tragar agua sin ahogarse! No soy Pablo, soy Esteban…¡ Que alegría loco!¡ Todavía tengo por aquí las patas de rana que nos regalaste! Claro que ahora me quedan algo chicas…calzo cuarenta y tres- bromeó divertido.

-Esteban… Esteban…vos siempre nadaste muy bien- respondí intentando ocultar el nudo en mi garganta mientras las lágrimas, apenas contenidas, comenzaban a resbalar por mi rostro.

Sin duda Esteban percibió la exaltada condición de mi ánimo y escuchó pacientemente mi relato que inicié con mi vieja agenda telefónica.

Después narré con detalle la charla con su madre. Lo felicité por sus hijos. Le conté de los míos. Me extendí mucho. Fue un monólogo que apaciguó mi ánimo, mientras el silencio respetuoso se mantenía en el otro extremo de la línea. Finalmente, con excusas por mi elocuencia verborrágica, pedí que me pasara con su madre. Por un momento pensé que había cortado. Se hizo un largo silencio donde solo me pareció escuchar su respiración, después su voz surgió profunda y oscura.

-Mauricio…Mauricio…querido y viejo amigo…no se con quién habrás hablado la semana pasada…pero mamá está muerta. La enterramos hace diez años.

Elbio Firpo

Setiembre de 2021.

 

 

 

 

 

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