LOS NEOLIBERALISMOS

El apogeo del nacionalismo en la segunda mitad del siglo XIX no creó el clima apropiado para el crecimiento del individualismo liberal. Además, la Gran Guerra (1914-1918) obligó al Estado a tomar la iniciativa económica en una forma siempre más amplia. La crisis económica mundial de 1929, después de la caída de la Bolsa de Nueva York, fue otro golpe para la tesis del liberalismo clásico. Dadas estas premisas históricas, es fácil de entender la teoría neoliberal de John Maynard Keynes (1883-1946): manteniendo los principios liberales de la propiedad privada y la iniciativa individual, Keynes considera que es el Estado la autoridad central y el actor económico determinante. Las finanzas públicas constituyen el instrumento principal para dirigir la economía, y los impuestos el medio para una distribución equitativa de la riqueza nacional. En vez de “mano invisible” (Adam Smith), existe una “providencia” que guía las relaciones económicas: la providencia estatal. Este primer neoliberalismo se acercaba, en sus propuestas prácticas, al socialismo democrático europeo (en este contexto ideológico se inserta la política económico-social de Franklin D. Roosevelt y del laborismo británico).

La crisis del Estado-providencia, durante la segunda mitad del siglo XX, hizo que reaparecieran algunas de las tesis del liberalismo clásico. Es el caso de la teoría económico-política del austríaco Ludwig von Mises (1887-1973), que vuelve a proponer la idea del “Estado mínimo”, y que presenta una concepción del self interés más humanitaria que la del liberalismo económico de Adam Smith: el individualismo se identifica con el altruismo, ya que en el mercado hay una dependencia recíproca entre los individuos, y buscando el  bien propio se busca también el bien ajeno.

Los conocidos economistas de la Escuela de Chicago, Milton Friedman (1912-2007) y Friedrich von Hayeck (1899-1992) proponen, por su parte, redimensionar el Estado: el mundo económico tiene una cierta naturaleza espontánea, que hay que respetar. La función del Estado debe reducirse a la defensa externa e interna y a la protección de los más débiles.

En los últimos decenios se ha realizado algunas propuestas políticas de corte liberal, que subrayan uno de los elementos más característicos del liberalismo, al que nos referimos antes: la neutralidad del Estado respecto a toda doctrina moral y religiosa. En esta corriente se coloca John Rawls (1921-2002). En su primera obra importante, A Theory of Justice, el filósofo americano considera que la sociedad es una empresa de cooperación para el beneficio mutuo. De esto se deriva que las reglas sociales deben ser compartidas por todos. Para llegar a esto, los principios ordenadores de la sociedad no pueden privilegiar ninguna concepción del “bien” o de la así llamada “vida buena”. Según Rawls, en la vida social tendría que haber una prioridad de lo justo sobre lo bueno, dejando de lado las concepciones morales de la vida privada de los ciudadanos. ¿Cómo se pone en práctica esta prioridad de la justicia? Rawls reconecta con las teorías contractualistas clásicas: los miembros de la sociedad son los estipulantes hipotéticos de un contrato social. La “posición originaria” de cada estipulante está determinada por el “velo de ignorancia”: ninguno sabe cuál sería su posición en la sociedad, ni su sexo, color, talentos, status económico, intereses, etc. Las reglas de justicia elaboradas por los miembros de la sociedad colocados en esa situación pueden ser aceptadas por todos, porque abstraen de todo lo que divide a los hombres en una sociedad pluralista, es decir, las diversas concepciones del bien, dentro de los límites establecidos por la estructura de base, que es la concepción común, públicamente válida, de justica.

Después de las críticas recibidas por parte de los comunitaristas, que afirmaban con razón que la prioridad de la justicia sobre el bien implicaba una visión del hombre no neutral, Rawls modificará su teoría política. En el libro Political liberalism, el profesor americano se manifiesta a favor de un liberalismo meramente político, tomando distancias de toda doctrina totalizante metafísica o moral. En la misma línea se mueve Charles Larmore con su liberalismo del modus vivendi, basado en un concepto de neutralidad identificado con una moral mínima que sirva de base a una convivencia pacífica. Las dos normas fundamentales de esta moral mínima serían el respeto mutuo y el diálogo racional. Tanto Rawls como Larmore consideran que la razón práctica carece de unidad. Personas distintas pueden llegar a concepciones diversas del bien, todas aceptables, pero contradictorias entre sí. Estos desacuerdos son el efecto inevitable, según ellos, del ejercicio de la razón en condición de libertad.

Volvemos así a una neutralidad no neutral, porque implica una determinada visión del mundo, unida al escepticismo anti-metafísico: el hombre sería incapaz de aprehender valores morales absolutos, derivados de una verdad completa. Por eso, algunos teóricos liberales contemporáneos, dándose cuenta de la imposibilidad existencial de neutralidad del Estado, proponen un liberalismo antineutralista. Según esta corriente, “el liberalismo realmente debe promover -y de hecho promueve- unos valores morales determinados; es un sistema político empeñado en proteger y convertir en dominante en la sociedad determinados valores, actitudes y sus correspondientes virtudes. El primero y más fundamental de estos valores sería el de la autonomía en sentido fuerte. Esta autonomía se identificaría con la mera libertad de elección, sin ninguna relación con valores objetivos, que desde esta perspectiva no existen. El liberalismo anti-neutralista, como afirma Stephen Macedo, querría hacer del mundo una California, donde se ofrece la más amplia gama de estilos de vida y de excentricidades. El cambio continuo de estilos de vida ampliaría las posibilidades de elección: en este sentido sería posible y legítimo –de acuerdo con el principio de autonomía en sentido fuerte- abandonar en una semana la propia carrera en una empresa, a la mujer y a los hijos y entrar en una secta budista. Según Macedo, el liberalismo así presentado no podrá gustar nunca a la persona que buscan un sentido último a la existencia humana.

En esta corriente anti-neutralista se encuentran los llamados radicals y los libertarians, que presentan teorías anarquistas, o sea la desaparición completa del Estado. Para Ayn Rand, David Friedmann (hijo de Milton), etc., lo único absoluto es el individuo autónomo, que tiene derechos igualmente absolutos sobre su cuerpo, sus propiedades y sus convicciones morales. El Estado aparece como opresor, y debe ser sustituido por relaciones inter-individuales.

A esta altura podemos preguntar: ¿Cuál es la esencia última del liberalismo? Lo cierto es que no hay un liberalismo sino distintos liberalismos, aunque todos se pueden reconducir a una misma matriz ideológica, estructurada entorno a los conceptos de libertad e individuo. Estas dos nociones se encuentran implícitas en el contenido semántico de un tercer concepto central: la autonomía.

El liberalismo hace de la autonomía del hombre una bandera política, económica y moral. En el ámbito político el liberalismo tuvo el mérito de poner en el centro de la atención los derechos de los ciudadanos, contra el absolutismo político que desconocía la potencialidad de la libertad humana. Ha ideado, además, un sistema jurídico-constitucional que tiende a salvaguardar esos derechos, limitando el poder político y abriendo espacios para la participación, manifestando así una conciencia al menos tácita de la dignidad de la persona: una visión trascendente del hombre no tiene nada en contrario a las formas político-institucionales del liberalismo, como la separación de poderes, la representación política y las elecciones periódicas. (Mariano Fazio: Historia de las ideas contemporáneas).

 

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