Los senos de verdadero Sèvres – Ramón Gómez de la Serna

En casa del anticuario apareció la fina mujer, cuya cintura se cimbreaba en la luz.

-¿Qué desea? ¿Me trae algún abanico?

El anticuario, al verla sin ningún paquete, creyó que era una de esas que se sacan de no se sabe dónde un abanico, un abanico viejo, que llena de lentejuelas la tienda cuando ellas lo abren.

Ella acercándose más al anticuario le dijo: “Le traigo unos senos de verdadero Sèvres”.

-Venga, pase -le dijo el anticuario pasándola al despachito donde compraba las joyas más importantes.

Ella entró con la determinación de la que va dispuesta a todo y allí sacó sus senos y los enseñó al anticuario.

-¿De Sèvres?… ¿De Sèvres? -decía el anticuario sin dejar de darles vueltas como a los jarrones a los que se busca la marca.

-Sí, mire usted la señal -y la mujer que tenía los más puros senos de Sèvres y que sabía dónde estaba el grabado frío como una cicatriz de marca, le dijo: “Aquí está”.

El anticuario con su lupa se quedó asombrado de la autenticidad, y comenzó a contar como quien cuenta papeles de fumar los billetes que daba por ellos.

Y la mujer de los puros y verdaderos senos de Sèvres salía de la tienda sin senos, lisa, como la que ha vendido la última joya que le quedaba de sus padres.

FIN

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