La mujer de las ojeras le dice al hombre del gesto aséptico que insista cada día, que se las lave a conciencia a ver si aquello desaparece. Él obedece y se aplica con una minuciosidad de cirujano, casi con sevicia. Sin embargo, la mancha parduzca, a tramos cenicienta, que se extiende por dorso y palmas, sigue ahí, con una terquedad insolente. Tres, cuatro, cinco minutos de ritual. Solo para complacer a su esposa. Sabe que la mancha permanecerá. Sabe cuándo surgió. Sabe cómo desaparecería. Sí, lo sabe. Solo espera que ella no lo acabe relacionando con sus últimas excusas y disimulos, con su llegada a altas horas, con aquellas bolsas de basura por las que el otro día le preguntó preocupada.
También te puede interesar
Me quedé sentado una hora más junto a su cama. Hubiera querido conversar con él, pero ya no sabía de qué. Un […]
Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, me di con un pequeño sapo que, […]
¿Olvida usted algo? -¡Ojalá! ….. «El emigrante», del escritor mexicano Luis Felipe Lomelí, está considerado como el cuento en castellano más breve […]
Se habían encontrado en la barra de un bar, cada uno frente a una jarra de cerveza, y habían empezado a conversar […]