La mujer de las ojeras le dice al hombre del gesto aséptico que insista cada día, que se las lave a conciencia a ver si aquello desaparece. Él obedece y se aplica con una minuciosidad de cirujano, casi con sevicia. Sin embargo, la mancha parduzca, a tramos cenicienta, que se extiende por dorso y palmas, sigue ahí, con una terquedad insolente. Tres, cuatro, cinco minutos de ritual. Solo para complacer a su esposa. Sabe que la mancha permanecerá. Sabe cuándo surgió. Sabe cómo desaparecería. Sí, lo sabe. Solo espera que ella no lo acabe relacionando con sus últimas excusas y disimulos, con su llegada a altas horas, con aquellas bolsas de basura por las que el otro día le preguntó preocupada.
También te puede interesar
Mi mujer ha descubierto, no sin cierta alarma, que en ocasiones me rio solo. Sin razón aparente. No he querido contradecirla en […]
Juan Planas Bennásar, poeta y articulista de El Mundo, ha hecho una elección a lo Gracián al recomendarnos el cuento «El dinosaurio», de […]
Zhenia Selenia, cinco años Actualmente es periodista Aquel domingo… 22 de junio… Fui con mi hermano a buscar setas. Acababa de empezar […]
(San Pedro, 1935) Narrador y dramaturgo argentino cuya obra narrativa se caracteriza por su prosa cortante y muchas veces reveladora de la […]